"...Por esos malditos corales,
por el oro que te guardas,
por tu maldita despensa.
Mueren marchitas las rosas,
los claveles se adormecen,
el árbol pierde el color
y sus hojas se desprenden.
Las paredes de tu casa
con sangre están pintadas,
los corales de tu cara,
hechos de puñaladas..."
(Fragmento de Drogas malditas, de Rando Arenas)
Le llamábamos "El centro del padre Fernando", pero en realidad era un Hogar Social Juvenil para chicos "problemáticos"; para nosotros, los niños, eran los chicos del Padre Fernando, unos chicos raros con los que había que tener cuidado pues según nuestros padres eran golfos sin oficio ni beneficio. El edificio estaba pegado a la iglesia, hacia la que por entonces era una zona casi fuera del centro de la población, daba a un descampado y miraba a la Alquería en la cual solo había huertas y una vaquería; no era un lugar por el que tuviéramos que pasar para ir a ningún sitio, pues estaba fuera del barrio y para cruzar la avenida podíamos ir por la parte delantera de la iglesia, así que mientras que no nos acercáramos por ahí a husmear, todo nos iría bien. Lo que más nos llamaba la atención de aquellos chavales era algo rarísimo que hacían: se tiraban por las ventanas. A mi eso me tenía totalmente descolocada; ¿Tirarse de una ventana? ¿Para qué? yo una vez salté desde un tejado y me hice mucho, pero que mucho daño ¿Porqué lo hacían ellos? parece ser que solo ocurrió una vez, uno de esos chicos saltó desde el último piso, y sobrevivió aunque se rompió varios huesos. Pero la leyenda ya estaba en marcha: los chicos del Padre se tiraban por las ventanas.
Una de mis amigas cogió un día la bicicleta de su hermano mayor, y no se nos ocurrió otra cosa que montarnos las dos e irnos a la pasarela a tirarnos por las rampas, así, porque pá chulas, nosotras; si
queríamos que no nos pillaran y su hermano no nos diera una buena tunda, no teníamos más remedio que pasar por la puerta del Centro, pero era un precio que estábamos dispuestas a pagar por tal de que su hermano no nos diera la del pulpo, y después nuestras madres nos pusieran el culo morado por cruzar "los límites prohibidos"; pero tuvimos tan mala suerte que a la vuelta de la "aventura" una caída hizo que se nos rompieran varios radios de la rueda delantera. Éramos niñas muertas, su hermano nos iba a matar. Entonces uno de esos chicos del centro que fumaba un cigarro en la puerta, entró en una especie de cobertizo lateral y cogió unas herramientas y una rueda vieja de bici; se acercó a nosotras, que llorábamos como magdalenas, nos dijo que nos sentáramos en el suelo y en un abrir y cerrar de ojos, cambió los radios rotos por unos nuevos ¡Estábamos salvadas! le dimos las gracias y nos fuimos pitando de allí, no fuera que algún chico se tirara por la ventana en ese momento.
Años después, ya en el instituto, vi a un chaval sentado en un banco de madera, con una cerveza de litro y liándose un porro. Era el chico que nos arregló la bicicleta, alguien nos dijo una vez que se había convertido en mecánico, pero allí, en ese banco, con la melopea que llevaba encima, nadie diría que tenía un trabajo y un porvenir. Me dio mucha pena, y me hubiera gustado poder ayudarle de manera tan fácil como hizo él con nosotras aquel día. Me miró, me hizo el gesto de si quería fumar, y al decirle que no, se rió y siguió con su "labor". Muy triste volví a clase. Ya no he vuelto a verlo nunca más...
EL LIBRO.
Me llamó la atención desde la primera vez que lo vi en las novedades de la editorial; lo primero que vi fue una ilustración colorida, al estilo de los historietas del Jueves, esas imágenes de un dibujante que en dos minutos y sin aparente esfuerzo hace un retrato con gran parecido con tan solo unos trazos. De frente un tipo con gorra, barba de varios días, rizos revueltos y un cigarro en los labios, observa sonriente a otro personaje flaco, cojo y con muleta de aquellas que se llevaban bajo la axila, si, esas que nos recuerdan a los pobres tullidos de Dickens; pero el personaje, a diferencia de los del escritor, está feliz, parece disfrutar de la atención que despierta entre una multitud que ríe con sus ocurrencias. Arriba, en letras blancas que parecen haber sido escritas a mano, el título: Las peripecias de un yonqui.; en la contraportada, con letra blanca sobre fondo verde ¿esperanza? la sinopsis, escueta y directa, del autor al lector. Y me acuerdo de Maquinavaja, de Jhonny Roqueta, de las Historias de la puta mili...y ya he caído en las redes del libro.
SINOPSIS.
Es el fin de esta novela realista y algo sarcástica, escrita con la intención de sensibilizar a aquellos que marginan a los que sufren o padecen la lacra de la droga, la prostitución o el desafortunio, así como a los autores materiales de tal padecimiento, es, que esta novela sea punto de partida a la reflexión y que cada uno, pongamos nuestro granito de arena, para encontrara soluciones y hacer que disminuya la marginación, las enfermedades y los padecimientos humanos.
LA OPINIÓN DEL GATO.
El poeta granadino Antonio Miguel Rando da el salto a la narrativa con una obra que no deja indiferente al lector, sea cual sean las ideas o las circunstancias de este, a no ser que se trata de un sociópata incapaz se sentir empatía por su entorno. Y fíjate que hasta pienso que es tal la maestría con la que el autor ha escrito este libro, que hasta en ese caso, el lector sentiría al menos, curiosidad por lo que dicen sus letras. Te impacta desde el principio, con un prólogo que no deja lugar a dudas y sin andarse con rodeos de lo que vamos a encontrar en el interior de sus páginas, está claro que no vamos a leer un cuento de hadas ni una historieta cómica sobre garrulos y poligoneras de opereta; dentro nos espera una historia cruda, ruda y dura, pero nadie nos va a sermonear ni a leer la cartilla por formar parte de esa sociedad despiadada y egoísta que a falta de empatía con el prójimo, anda por el mundo con una venda autoimpuesta en los ojos. Pero también nos habla de Grandes esperanzas y de Olivers Twists con padres aunque sin hogar, pues hay orfandades más terribles que aquellas que te dejan sin padres, las que te alejan de casa por falta de comprensión, de unos y de otros; porque dicen que los males con pan son menos males, con sentido del humor, las desdichas son menos trágicas, por lo menos, quitan hierro a un asunto que es todo metal pesado. Tras el prólogo, encontramos unas poesías que tan claras como su antecesor nos hablan de lo que de verdad importa a su autor, un mensaje claro y sin ambigüedades: Drogas Malditas y Torremolinos, cal y arena, dos caras de una misma moneda, una bendición y la peor de las maldiciones.
Enseguida conocemos al protagonista, Salvador el largo, un yonqui por las circunstancias y un superviviente por narices, todo un pícaro al uso, del que se las sabe todas excepto como salir del
mundo de las drogas; espabilado y de reacción rápida, Salvador se mueve por el submundo de los renegados y olvidados con la seguridad que da sentirse vivo aunque no se sepa por cuanto tiempo; en este mundo de espectros y fantasmas, hay que saber hacerse visible para no caer en la desesperación del que se sabe muerto en vida y sobre todo, el que se sabe ignorado por el resto de la sociedad. Tiene desparpajo, sentido del humor, acepta los sinsabores haciendo una ventaja de cualquier desventaja, si la vida te da limones...Pero Salvador también es duro, duro de piel, duro de corazón, su coraza lleva incorporada su propia venda, y al igual que es invisible o molesto de mirar por otros, él hace lo mismo con el resto: primero es él, luego él y en tercer lugar él. La vida no le ha dado más amigos que a él mismo, y un enemigo, el peor de todos: él. También nos encontramos con otros personajes como Sonia, una joven drogadicta que se cruza en el camino de Salvador, o quien sabe, tal vez el diablo los ha puesto a los dos en la misma senda, y por desgracia, sobre todo para ella, sale de Málaga para acabar en Malagón; dos seres heridos de muerte, dos fantasmas, dos insidiosos, dos despojos de una sociedad mugrienta. Con una narración limpia, diálogos coloquiales y claros, con chispa y con acritud, pues no hay que olvidar que si sus vidas son una mierda, los demás tienen su parte de culpa aunque ni siquiera lo sepan.
Si he disfrutado leyendo las peripecias de este yonqui y su entorno, también lo he hecho con las ilustraciones de Paco Moreno, la guinda del pastel, el acompañamiento perfecto a la historia.
Resumiendo: una lectura amena y con sentido del humor, -a falta de pan buenas son tortas, que bien podría decir El Largo- para tratar temas tan duros como la drogadicción o la prostutición, una historia dura en el fondo con tintes cómicos en la forma, un enganche sano, dadas las circunstancias. Porque todos formamos parte del problema al no hacerlo de la solución.
LAS PERIPECIAS DE UN YONQUI
Antonio Miguel Rando Arenas
Editorial Círculo Rojo
ISBN: 978-84-9140-743-0
Para adquirir el libro, pinchad Aquí