miércoles, 30 de marzo de 2016

La Melodía del Tiempo de José Luis Perales




Son las cinco de la tarde
comienza la reunión
la partida de canasta,
la charla de religión,
la maestra, el boticario
el cura y Doña Asunción,
el café de media tarde
y algo de conversación.
Y hablarán
del hijo de Don Ramón
tan listo que parecía y se ha convertido en pastor,
no se si me engañaré
comenta Doña Asunción
pero anoche vi a fulano que rondaba el callejón.
Señor cura, no se si recuerda usted
la boda de Doña Engracia 
que fue una noche a las tres,
¡pobrecilla, tan joven y ya con seis!
claro que, según se dice, la protege Don José.
Y la lluvia en el cristal
y la flor en el jarrón
dormidas esperarán la mañana,
las luces del callejón
contemplan pero se callan
y pasa bajo la lluvia un pastor.
Sin quererlo se les pasan
las horas en el reloj,
la maestra se despide
los otros dicen adiós,
comentarios al respecto
será que tiene un amor,
se sonroja el boticario, el cura pide perdón.
Pero en fin, tomemos otro café
mañana como es domingo será la misa a las diez,
termina la reunión
mañana de cuatro a seis
seguirán con su canasta
seguirán con su café.

(Cosas de Doña Asunción. J.L Perales)




Cuando era pequeña pensaba que no encajaba en ningún sitio. Pasaba la mitad del tiempo en Valencia y la otra mitad en el pueblo de mi familia, en Cuenca; para los de la ciudad yo era una "churra" -que era como nos denominaban a los hijos de los inmigrantes manchegos- y en el pueblo me llamaban "forastera". Tan joven y ya era una apátrida. No me importaba que me llamaran "churra" pues los churros eran a mi parecer el alimento más delicioso que existía, haciendo del desayuno del domingo un festín pantagruélico que compensaba con creces los madrugones de entre semana y la leche con cacao que me obligaban a tomar cada día (con el tiempo supimos que era intolerante a la lactosa, de ahí mi tormento diario); pero me dolía en el alma que en mi pueblo querido los niños me llamaran "la extranjera" y los adultos me saludaran con un: ¡Si ya está aquí otra vez la forastera!. Lo dicho, apátrida y en EGB.
Mis primeros recuerdos, mis momentos más felices, mis seres más queridos, todos están unidos a la tierra de mis padres, de mis abuelos, tierra que se clavaba en mis rodillas cuando "aterrizaba" en el suelo con mi bicicleta o la que ponía de por medio cuando había que salir pitando de la furia desenfrenada de mis abuelas y sus "abarcas" azotadoras cuando descubrían nuestras trastadas y fechorías, normalmente relacionadas con conejares abiertos, gallineros alborotados y cuadras sin bestias porque estas trotaban a sus anchas por el corral. Era un lugar mágico en el cual todo era posible: bocadillos de vino y azúcar, de gachas comidas directamente de la sartén o de chorizos que colgaban en el techo y con solo subirte a una silla, ya estaba servida la comida ¡Abajo la esclavitud de los platos, las servilletas y sentarse recta en la silla para comer! ¿Cómo no iba a adorar aquella tierra?.
Con mi madre cumplíamos un ritual que se ha convertido en tradición, nada más atravesar los túneles de Contreras -incluso cuando aún existían las temibles curvas- poníamos una casete de José Luis Perales y ya no dejábamos de cantar canción tras canción hasta llegar al pueblo ¡Ya estábamos en casa! y el corazón palpitaba desbocado, las manos sudaban por la emoción y voz en grito nos sentíamos más conquenses que nunca...yo no sería quien soy ahora de no ser por aquellos momentos, esos que arraigaron como raíz de acacia en mi corazón, y no lo sería porque sin los que fueron antes de mí, yo no existiría. 
Me siento orgullosa por ser quien soy y venir de donde vengo, a pesar de los pesares y pasares, y sobre todo, me siento muy feliz porque ya soy y por derecho propio, una de ellos, pues como me dicen ahora al verme llegar: ¿Dónde vas a estar mejor que en casa, mozona?...


EL LIBRO.

En un pueblo castellano denominado El Castro, sus habitantes ven generación tras generación como la vida se sucede y cambia sin que nada o bien poco se pueda hacer por ello, en algunos casos para bien y en  otros, sencillamente, porque es ley de vida. El siglo XX se nos presenta en la novela como un personaje más, cuya historia no es más que el conjunto de historias que suceden dentro y fuera de las paredes de El Castro, cuyas miserias y grandezas forman parte de la esencia del pueblo, de sus  habitantes, de sus sueños, de sus esperanzas, nostalgias y de un sentimiento que no se puede extirpar porque corre por sus venas.  El amor sin límites de Evaristo Salinas y Gabriela Rincón, el asombroso ascenso a los cielos de Victorino Cabañas, la fortaleza y el tesón de María Alvarado y la belleza de la gitana Cíngara, relatos que con su belleza, sencillez y naturalidad arrebatarán el corazón del lector.

LA OPINIÓN DEL GATO.

Llevo unos días dándole vueltas a cómo empezar esta reseña, a cómo expresar con palabras lo que la novela de José Luis Perales me ha hecho sentir; en otra ocasión hubiera empezado hablando de la portada y como estas me hablan en la mayoría de los casos de lo que me voy a encontrar entre sus páginas, pero en este caso voy a comenzar por su interior, para poder emerger de sus entrañas como Afrodita mecida por los renglones de un mar de historias que han logrado hacerme llegar a un puerto que de tan amado, a veces olvido dar las gracias por volver a pisarlo.
Si, por una vez, empezaré por el final. Cuando acabé la novela y cerré el libro, me di cuenta de que estaba llorando, primero eran solo unas lágrimas pero, unos segundos después sollozaba sin que nada pudiera pararme; mi pareja me preguntó qué me había parecido el libro, y lo primero que salió de mi boca fue: hermoso. Es uno de los libros más hermosos que he leído en mucho tiempo. Y eso fue todo porque no podía seguir hablando. Con la novela entre mis brazos y mirando una foto en blanco y negro de mis padres, como si esta fuera una puerta de acceso a otro tiempo lejano, mi mente y mi cuerpo se transportaron a un pequeño pueblo de La Mancha, con calles empedradas aunque la mayoría estaban más bien embarradas, casas encaladas de pequeños ventanucos y corrales de muros de piedra para proteger lo más preciado entonces, los animales, el sustento de familias enteras; ancianas vestidas de negro sentadas en sus patios mientras despluman pollos o preparan el pienso para los cerdos. Hombres arando y mujeres segando, niños acarreando agua unos, corriendo tirándose barros otros. Un pueblo, mi pueblo. Eso fue lo que me hizo llorar al acabar la novela de José Luis Perales, que su pueblo, también era mi pueblo, y el pueblo de muchos otros, su Historia era nuestra historia, la mía, la de mi familia, la de tantas y tantas otras familias del Norte y el Sur, del Este y el Oeste, era la vida que fue y por la que ahora somos. Eran nuestras raíces. Eran nuestras historias. Durante años pensé que nadie me entendía cuando hablaba con tanta efusividad y emoción de lo que el tío Venancio dijo, la tía Casimira hizo, como mi abuelo ordeñaba y mi abuela guisaba potaje en la lumbre, lo divertido que fue cuando a fulanito se le escaparon las ovejas y lo que nos reímos cuando a menganito no le arrancó el tractor y se quedó tirado en medio de un barbecho. Historias vulgares, sencillas, tontas incluso, pero es que eran nuestras aunque no las hubiéramos protagonizado nosotros, pues incluso años después de haber ocurrido seguían contándose de padres a hijos, y esos relatos nos unían, nos hacían formar parte de un "selecto club", un club al que solo unos privilegiados podíamos entrar: aquellos a los que lo sencillo y lo natural nos hacían sentir orgullosos de formar parte de ello.
La Melodía del Tiempo se adentra en las entrañas de nuestro Ser, ese Yo que se forjó mucho antes de que ni siquiera existiéramos nosotros mismos, pero que ya formaba parte de algo mucho más grande: lo que un día seríamos gracias a los que fueron antes que nosotros.
Perales nos adentra en la vida de los habitantes de El Castro a través de una narración sin estridencias, sin pompa, dejando que los protagonistas hablen y se expresen tal cual son, sin máscaras, sin adornos supérfluos, dejando que las historias fluyan como fluye el tiempo, sin prisa pero sin pausa, a su propio ritmo, como sencillas melodías que escuchadas de fondo en cada historia, resaltan el momento vivido. La vida transcurre inexorable, sin que podamos hacer nada por evitarlo, el tiempo es fugaz, un suspiro, pero cuando se echa la vista atrás, lo que un día nos pareció un segundo vano, se ralentiza en nuestra retina convirtiéndose en eterno, imperecedero, en nuestro...y es que entonces somos conscientes de que nosotros también formamos parte de esa memoria, de ese legado, de esa historia.  
Siempre he pensado que las canciones de José Luis Perales eran relatos cantados, pequeñas historias que en mi mente creaban imágenes en movimiento que daban vida a las letras, incluso les di continuidad decenas de veces en mi cabeza, en un papel, basando nuevas historias en las suyas, esas que sucedían entre bonitas melodías: la pobre Denise a la que abrazó un marinero, en cuya buhardilla un lazo negro se colgó; Doña Asunción y sus cosas, las que hicieron enrojecer al boticario o los Ecos de Sociedad que nos contaban que la hija del Conde, la señorita María Dolores se casaba al fin en su villa de París. Y es que Tú como Yo, has buscado desde niño ser feliz, has tenido que llorar y también que decidir, y luchar por vivir. 

La Melodía del Tiempo de José Luis Perales, su más larga y mejor canción.




                                              


LA MELODÍA DEL TIEMPO
José Luis Perales

Editorial Plaza & Janés

ISBN 9788401016806

Para adquirir el libro, pinchad aquí

Web del Autor



Una Reseña de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS











miércoles, 23 de marzo de 2016

SARA ES NOMBRE DE PRINCESA de Mara R. Jade



"No, no aparta a dos amantes almas
adverso Destino ni cruel porfía:
nunca mengua el amor ni se desvía,
y es uno y sin mudanza a todas horas."

(Fragmento de Amor Verdadero, de Shakespeare)



No soy muy dada a los romanticismos, pero de ningún tipo, da igual que sean películas, novelas o actos puntuales y obligados por una fecha en el calendario; no es que no disfrute con ellos, al menos con algunos, ya que una bonita historia de amor en la pantalla grande me hace suspirar, llorar y emocionarme como a cualquiera, que no soy de piedra, entendámonos. El problema está en que no son más que eso: ficción. No dejan de ser historias irreales que una vez apagada la pantalla, cerrado el libro o acabado el día de San Valentín, acaban ellas también.
Tal vez sea porque todas esas historias, o la gran mayoría de ellas, están tan fuera de la realidad y son tan inalcanzables, algunas tan absurdas, que no dejan de ser meras ilusiones e imaginativos cuentos para entretener y cubrir con una cortina de humo la grisáceas existencia de la mayoría de nosotros los mortales. En el fondo son todas tan parecidas que parecen la misma historia.
Yo creo en el Amor verdadero si, pero real. Ese que está presente en el día a día, el que no necesita de flamantes ramos de rosas ni caras joyas que aparecen como por arte de magia dentro de copas de champagne o tartas de chocolate -más que nada porque mi gusto por ambas cosas, champagne y tartas, harían que en mi ansia  por devorarlos acabara atragantada por la joya en cuestión, o algo peor...- yo creo en el Amor a prueba de bombas debido a que ha soportado bombardeos y ha salido indemne que no ileso de ellas, de ese Amor que se arraiga en el corazón como una acacia a la tierra seca, Amor que se ha tropezado y levantado porque hay una mano siempre  tendida para alzarte y otra dispuesta para dejarse levantar; Amor que se ha cuajado gota a gota y día tras día de ver las tormentas descargar toda su fuerza sobre el tejado, el cual, tras amainar es testigo de nuestros cuerpos abrazados y firmes tras soportar la furia de dicha tormenta. Creo en el Amor sensato durante el día y el loco amor desbocado de la noche. 
Pero ante todo creo, en el Destino...


EL LIBRO.

La vida de Sara Galván cambiará drásticamente el día de su decimosexto cumpleaños, cuando una banda de exmilitares serbios irrumpen en su casa y acaban con la vida de sus padres y su hermano; la búsqueda de unos documentos que su padre guarda y protege con su propia vida, por encargo del mismísimo Rey de España, serán la llave y clave, que marquen su Destino.
Transcurridos diez años del terrible suceso, Sara, con serias secuelas y sin familia alguna, pasa su tiempo entre cuadros y museos, pues es el Arte y su amor por él, lo poco o único que le queda en la vida; e iba a ser uno de estos cuadros durante una de sus visitas al Museo del Prado, el que cambiaría por segunda vez en su vida, su Destino. El cuadro del apuesto capitán de los Tercios españoles, Gaspard Pizarro, de Velázquez, la llevará a una extraordinaria aventura cuyo periplo estará más cerca de la locura total que de la sensata realidad.

Una historia a caballo entre el Madrid de los Austrias y el Madrid actual, que logrará emocionarte y sorprenderte a partes iguales, una locura que valdrá la pena sentir.


LA OPINIÓN DEL GATO.

Ya he dicho anteriormente que yo creo en el Destino, un Destino surcado de un sinfín de caminos y que elegir uno u otro, con todo lo que conlleva, depende solo de nosotros. Y es que el Destino ha estado muy presente, no solo en el desarrollo de la novela de Mara R. Jade, si no previamente a su lectura.
Os he contado en otras ocasiones que padezco de migrañas, y las pantallas y yo no somos muy amigas, da igual del tipo que sean ni de los materiales que están hechas, en cuanto paso un rato frente a ellas ¡Voilà! ahí aparecen; por ese motivo no suelo leer en ebook, tablet y mucho menos en ordenador, a no ser por fuerza mayor. Y la novela de Mara se demoraba, y demoraba, y demoraba más de lo que hubiese querido. Entonces vi por casualidad un día en la tele, en Canal Historia, el final de un reportaje sobre los tercios españoles en el siglo XVII, y en pantalla una experta en la materia cuyo nombre rezaba bajo su imagen: Sara nosecuantos; y dije en voz alta, Sara, pues es nombre de princesa, dicen...y me reí tontamente yo sola de mi propia ocurrencia. Os aseguro que no sabía que iban a aparecer los tercios españoles en la novela  de Mara R. Jade, pero algo me hizo al día siguiente dejar la lectura que tenía prevista y comenzar con la de Mara (y se lo hice saber a la autora con una foto que le envié por messenger) . 
Tengo que decir lo primero de todo, que la lectura me ha resultado dura por ese algo más de 600 páginas digitales que he leído en tres días; puede no parecer mucho para algunos lectores acostumbrados a leer en pantalla, pero si al finalizar cada día y apagar el ebook solo podéis pensar en tomar un Tryptan, ¡esas son palabras mayores! pero ha valido la pena, ha habido momentos de la novela en las que he disfrutado muchísimo.
Yo la analizaría en tres partes. La historia actual, la historia en el siglo XVII y la parte teórica de la Historia. 
La historia actual no deja ningún cabo suelto ni ningún palo sin tocar en relación a la actualidad de nuestro país, en especial a la situación política y social; puede parecer que la autora pasa de puntillas por ella, exponiendo la realidad y poco más, pero de eso nada ¡Mara nos deja toda una declaración de intenciones! que digo intenciones, nos deja sus ideas más que claras sobre la monarquía y esta España nuestra tan callada para temas trascendentales, como "voceras" de bar somos para las intrascendentales. Una historia directa, con lenguaje claro, actual, situaciones reales  con las que todos nos enfrentamos a diario, ya sea en persona o a través de la rabiosa actualidad, sin restar importancia a los momentos "románticos" y sentimentales de los protagonistas. 
Me gusta, es bastante directa y pone sobre la mesa asuntos actuales.
La historia que sucede durante los primeros años de la segunda mitad del siglo XVII es mi favorita sin duda; aquí la autora ha hecho un despliegue brutal en cuanto ha descripciones y narración, poniéndonos delante como si de imágenes se tratara, la vida en aquellos tiempos. Hay momentos en que es fácil hasta imaginar el olor de las calles, de las gentes, de los alimentos, la trama está escrita de manera tan real que te hace adentrarte en ella sin apenas esfuerzo, sintiendo como los protagonistas y sufriendo con ellos. Realmente, Mara R. Jade, ha encontrado en este género, su estilo propio. 
Y después incluiría la parte teórica de la Historia de España. Yo, que he estudiado Historia, que me he declarado innumerables veces amante de la misma, he sentido en esta ocasión que los datos cronológicos y genealógicos a los que se hace referencia para situar al lector, son algo excesivos. Quiero que no se me malinterprete, así que voy a intentar explicarme lo mejor posible.
El despliegue de datos históricos es impresionante, y de hecho, como descarada amante de la Historia me ha parecido soberbio, la documentación y conocimientos empleados para construir la novela y dar veracidad a unos hechos, son imponentes, dignos del mejor de los historiadores; es más, si estuviese en una ponencia sobre la Historia del siglo de Oro, esta exposición se llevaría todos los aplausos y nos pondríamos en pie para agasajar a la autora, Repito que es un trabajo de Categoría. 
Pero considero que a algunos lectores puede resultar excesivo y algo aburrido si no están acostumbrados a leer tratados de historia o simples libros de texto, pudiendo hacer caer al lector en la tentación de dejar de leer. 
Desde aquí digo que no se les ocurra hacerlo, pues se perderían una historia asombrosa, o más bien dos, pues si algo tiene esta novela es que cuenta una trama espectacular con un final sorprendente a rabiar; por esta misma razón tal vez, la parte teórica debería ser algo más breve para evitar justamente, que algún que otro lector, se perdiera una gran novela.

Sara es nombre de princesa, de Mara R. Jade, más que una novela, dos. Emocionante, emotiva, sorpresiva, imponente y ante todo, especial, peculiar y diferente. El Destino, tiene muchas caminos, y una sola meta. 



SARA ES NOMBRE DE PRINCESA
Mara R. Jade

ISBN: 978-84-697-0731-9

La novela en papel y versión Kindle, pinchad aquí

En multiformato, pinchad aquí



Una Reseña de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS





















jueves, 17 de marzo de 2016

ENTREVISTA CON...Mikel Alvira



 Mikel Alvira. Fuente: mikelalvira.com

GATO TROTERO:En su novela, La novela de Rebeca, encontramos al protagonista, un escritor maniático que atraviesa por un momento vital decadente quizá llevado por sí mismo, quizá por las circunstancias, y obsesionado por el orden, su vida privada, sus rutinas... Simón Lugar, que así se llama su personaje, me ha recordado a Melvin Udall, el obsesivo escritor que era incapaz de pisar las líneas de las baldosas al caminar, y que le valió su tercer Oscar a Jack Nicholson. Luego dicen que los escritores cargan con el sanbenito de ser gente rara… pero no me negará que los propios escritores alimentan al monstruo.



MIKEL ALVIRA: Jack Nicholson está espectacular en esa cinta. Sin duda, se mereció el Óscar. No así mi Simón Lugar, un hombre vencido por su propio destino.

No, no creo que los escritores alimenten el monstruo. Al menos no era mi intención alimentarlo. Simón Lugar nace de la necesidad de explorar en algunas emociones humanas (como la soledad, el miedo o el vacío creativo) y para ello necesitaba un personaje así.

He de defenderme, ja,ja,ja. ¿Los escritores somos gente rara? Los escritores somos personas como el resto, solo que nuestra creatividad nos conduce a tejer historias. Dudo que existan patrones para este colectivo, como dudo que existan patrones para otros colectivos. Huyo de las etiquetas.



El lector podrá encontrar en su última propuesta asesinatos, violencia, bullying… Definitivamente, la sombra del lado oscuro del ser humano es muy alargada… Existen dos personajes, Luz y Rebeca, que mantienen un vínculo especial con Simón Lugar. Ellas, de algún modo, marcan al escritor y le hacen incluso mejor persona. ¿Qué le hizo darles un hogar al otro lado del Atlántico? ¿Le ocurre a usted, como a su protagonista, que no puede permanecer impermeable a lo que sucede a su alrededor, a las personas que conoce, a los sitios que visita?



La creatividad no está reñida con la parcialidad. Hay que tomar partido y, en este caso, mis letras toman partido por la denuncia de las situaciones de violencia. Es el hilo conductor de la novela. No puedo permanecer ajeno.

Argentina subyuga, de ahí que fuera el escenario perfecto para situar el ecosistema de estos dos personajes. El océano es una metáfora perfecta de aquello que separa y une.



Después de leer su novela, la mayor parte de sus lectores quedarán con la idea de que, por el precio de una, han leído dos novelas: la que narra los sucesos que le suceden a Simón mientras le da forma a su última novela con un retroceso en el tiempo de varios meses, y la que narra el desarrollo de los acontecimientos en la propia novela que Simón está escribiendo.Sin embargo, podría hablarse de una novela con tres novelas: las dos anteriores, y una tercera, que vendría a ser la experiencia del escritor en tanto que escritor. Es más, para mí, sólo existe ésta última: La novela de Rebeca es una novela que recoge el propio proceso creador de un trabajo literario, desde que aparece la idea base hasta que se van incorporando las distintas piezas del puzzle que darán lugar a un todo perfectamente engranado. En mi opinión, y no es por restarle importancia a lo demás, creo que las dos primeras novelas referidas sirven únicamente como telón de fondo, que incluso podrían haber sido cambiadas por otras completamente distintas, incluso alterando el género en el que quedan encuadradas, sin modificar lo más mínimo la intención del autor respecto a lo que quiere trasladar al lector. ¿Cuál es su impresión al respecto?



Absolutamente de acuerdo. Es una novela sobre la construcción de una novela. En efecto, Simón podía estar escribiendo otra. O no. Puede que escriba lo que escribe porque se encuentra como se encuentra. ¿O será que se encuentra así porque se ve sumido en la historia que está tejiendo?

Es una reflexión sobre la implicación emocional (y hasta física) del creador frente a la creación. La creatura, en este caso, es secundaria.

Por eso me extraña que me hayan encasillado en el género negro. Género negro es el que se escribe en la novela, no el que escribo yo. Quizás todo eso es lo que hace que resulte una novela atractiva, trepidante, adictiva. Para mí ha sido vertiginoso escribirla.


Sea como fuere, lo que es irrefutable es que su novela tiene una cualidad muy apreciada por los amantes de la lectura, que es la originalidad. No sé si es consciente de la importancia que tiene esto hoy en día, en un mercado saturado de una infinitud de novelas tratando de emular los éxitos de Amaia Salazar (El guardián invisible, de Dolores Redondo) o de Anastasia Steele (50 sombras de Grey, de E.L. James), por poner dos ejemplos.



Antes decía que escribía como sabía. Ahora digo que escribo como soy. Si es original o no, no responde a una estrategia comercial sino a lo que me brota. ¿Dónde surge la idea, la inspiración, incluso la estructura de una novela? No lo sé. Desde luego que Mikel Alvira no pretende sentar cátedra ni lograr lo más original del mundo porque creo que está todo prácticamente explorado.

Es una novela original, sí, pero no porque con ello resultara más comercial sino porque así quiso mi proceso que fuera.



Otra de los puntos destacables de la novela, además de la obvia desestructuración de las dos tramas principales de la novela (se van solapando pedazos de la una y la otra, incluso sin mantener un hilo contínuo en el tiempo) es el ofrecer al lector el método de trabajo. Simón Lugar no escribe la novela de un tirón, ni siquiera lo que escribe mantiene una continuidad argumental. Además, lo que le sucede personalmente tiene, en ocasiones, repercusión directa o indirecta en los textos que escribe, de ahí que el estado de ánimo del autor puede desembocar, por poner un ejemplo, en un asesinato frío y controlado, o en uno violento y extremo. ¿Atiende esto a la eterna cuestión sobre si es cierto que siempre hay algo del escritor en los personajes de sus novelas?



No concibo otra forma de escribir que no sea implicándome. El proceso de escribir me conduce a vaciarme, a entregarme, a reflexionar una y otra vez, a no conformarme, a releer y corregir y reescribir… Escribir es poner toda la carne en el asador. La pasión con límites deja de ser pasión. Es lógico, entonces, que todos los personajes tengan algo de mí. Pero no más Simón por el hecho de ser escritor que Rebeca o Eme o Lucía… Cada personaje ha de ser veraz (que no real; no es real; recordemos que esto es ficción), y la veracidad se logra aprehendiendo del entorno, de las vivencias, de las experiencias personales.



El personaje de la agente literaria de Simón, Úrsula, es muy interesante. Es el Pepito Grillo del negocio que le habla al oído al protagonista. Acostumbra a ser dulce, a cuidar de Simón, se preocupa por él, por su estado de ánimo… pero también tiene un lado menos agradable, que sale a la luz cuando se acuerda de los puntos firmados en el contrato. ¿Se siente el escritor como un mero transmisor o conseguidor del producto con el que comercia el sector?



Escribí esta novela antes de conocer a mi agente, Antonia Kerrigan. Ni ella ni su equipo me han tratado nunca con esa versión menos desagradable que sí padece Simón. El personaje de Úrsula era necesario así para mostrar el contrapunto a la pasión, a la gratuidad, a la entrega de Lugar. Es un contrapeso. Pero en la vida real no he experimentado nunca esa presión ni esa frustración. Soy un afortunado.



La figura del agente literario es para muchos, una desconocida. Sin embargo, hoy en día su capacidad para conectar a escritores con editoriales es cada vez mayor. ¿Cree que todavía hoy se puede publicar con una gran editorial sin la mediación de los agentes? ¿Cuál es su experiencia personal?



Mi experiencia personal es que las cosas me han sucedido de forma natural, sin estridencias, sin exageraciones. Considero importante la figura del agente literario. En mi caso, Antonia Kerrigan. Ella conoce cómo está el sector (no en vano es agente de Víctor del Árbol, Elvira Lindo, Zafón…) y eso me hace sentirme afortunado y respaldado.

Ignoro cómo funcionan otros caminos, si es posible acceder a editoriales grandes sin agente, qué es una editorial grande o si todos los agentes trabajan como la mía. Solo sé que estoy a gusto, que desarrollo mi creatividad seguro y apoyado y que en esto, como en todo, las cosas fluirán e irán hacia donde tengan que ir.



En su novela, el protagonista lleva años queriendo escribir una novela a su manera, de su gusto… pero hasta entonces no lo había conseguido porque el éxito editorial que había cosechado con las anteriores le hacía ser prisionero de sí mismo ¿Hasta qué punto puede influir la presión del negocio en la obra de un escritor?



En mi caso, tengo la suerte de ser muy libre. No tengo hipotecas con la Agencia ni con ninguna editorial. Escribo y tengo la suerte de que publico lo que escribo. Supongo que quienes militan tal o cual etiqueta o quienes se ven dirigidos hacia tetralogías o series habrán de tener presente esa cuestión, pero yo campo a mis anchas. El negocio importa, las ventas importan y el eco de un título importa, pero importar no debería significar condicionar la creatividad.

Existen autores que están encasillados en tal o cual género, en el que han conseguido destacar enormemente. Los hay de novela histórica, de novela negra, romántica,... Algunos porque se sienten a gusto y confiesan que no leen otros géneros que el que cultivan, otros quizá encuentren la motivación en la perpetuación de su éxito… Si Mikel Alvira tuviese que elegir entre el éxito encasillado o la libertad creativa y los riesgos que conlleva ejercerla ¿Con qué se quedaría?



Sin duda, la libertad. Soy escritor. No soy escritor de tal o cual género. Basta ver mi trayectoria para comprobar que cada una de mis novelas responde a presupuestos diferentes. A mí lo que me interesa es explorar, hacerme preguntas y responderlas en mis historias.

No sé qué será lo próximo que publique; solo sé lo que tengo ahora entre manos. La creatividad sin libertad es mero oficio. Y no digo con esto que quienes estén a gusto en un estilo sean menos creativos o menos auténticos, eh? Respeto mucho a los autores que han sabido permanecer en un género; no es sencillo en estos tiempos.

Después de leer la novela, a uno le queda la pregunta de saber si un escritor, para conseguir una novela redonda, necesita de la participación de las famosas musas que, dicen, se les aparece, o si, por el contrario, son necesarias personas como la misteriosa y atractiva Eme, esa joven que conoce Simón Lugar un día sin pretenderlo y que le ayuda de manera concienzuda a limar y mejorar la novela que tiene entre manos.



Escribir es un trabajo solitario pero un proceso en equipo. Escribo solo, entendiendo escribir el acto de teclear. Pero escribir es mucho más que teclear; es explorar, buscar, documentarse, corregir, escuchar, leer y releer, viajar, aprender, fijarse… Y en todo eso, el trabajo en equipo es imprescindible. Mi equipo es fabuloso. Junto a Antonia Kerrigan y Claudia Calva están mi “lector cero” y las personas con las que dialogo mientras el proceso. Podría decir que, en mi caso, las musas tienen nombre y apellidos. Es maravillosa la sensación de que la creatividad sirva para tender puentes.
 
Es todo, sólo nos resta felicitarle por su gran trabajo con La novela de Rebeca, ya que se trata de una de las grandes sorpresas del año. Confiamos en que la buena acogida que ha tenido se mantenga en sus próximos proyectos, y que éstos podamos volver a leerlos aquí, donde siempre tendrá un espacio reservado.

miércoles, 16 de marzo de 2016

LA NOVELA DE REBECA, DE Mikel Alvira



Siempre he creído que la gastronomía es una ciencia inexacta, y por ello la defino más como arte que como ciencia; porque, precisamente en su inexactitud, en la incapacidad para precisar el gramaje del conocimiento acumulado, de la inspiración etérea, o del talento, radica la magia que trasciende más allá de lo que los sentidos que la sopesan; que deja atrás el necesario fin de la alimentación, algo físico, para alcanzar cotas más elevadas: la mezcla de los sabores, la sorpresa del trenzado de los aromas, la alquimia de las texturas…
Sin embargo, se trata de un arte que no está al alcance de cualquiera, y ésto es fácilmente demostrable: ofrécele a dos personas distintas una cesta con productos idénticos, comprados en el mismo mercado, a la misma hora, servidos por los mismos hombres y mujeres que entregan sus vidas a mejorar día a día el producto que asegura las vidas de los suyos; pon a su disposición la misma cocina, con los mismos pucheros y electrodomésticos, el mismo horno, incluso la misma vajilla… Pídeles que realicen ambos el mismo menú y comprobarás, después de un tiempo necesario (quizá uno necesite algún minuto más u otro alguno menos), que la base es la misma, pero el resultado es completamente diferente. Por eso no todo el mundo puede ser cocinero.
La culminación llega cuando, de entre esos cocineros, destacan algunos que plantean la gastronomía como un ejercicio en el que descubrir y re-descubrir los placeres para los sentidos. La base sigue siendo la misma para todos los cocineros, pero es quizá ese deseo de ir más allá, de lanzarse al vacío aferrado a un producto en el que creen, lo que les hace ser capaces de sorprender, de reinterpretar unos menús con siglos de historia, cargados de tradición y perfeccionamiento. Cuando lo consiguen, lanzan a sus comensales a un lugar más allá de una acción cerebral de pura diferenciación entre el ácido, el salado, el dulce o el amargo. Exploran nuevos caminos, algunos nunca transitados; otros, por el contrario, les devuelven atrás en el tiempo, les retrotraen a su infancia, a aquellos sabores añejos que encontraban en los fogones de sus abuelas… Y así, mediante la sorpresa, alcanzan la emoción, que no es otra cosa que el verbo de las entrañas… Es entonces cuando la pasión se desborda y llevan a éxito el más difícil todavía: que un acto tan trivial como alimentarse, que serán millones a lo largo de una vida, perviva en el recuerdo y se haga eterno.


En la literatura ocurre algo parecido. Todo está escrito y, sin embargo, siempre hay margen para sorprender: dependerá del escritor y de su anhelo por escapar del convencionalismo, por transgredir las normas y desafiarse a sí mismo por ver  hasta dónde es capaz de llegar, como si de un funambulista se tratase, sabiendo que, bajo el alambre, no hay red. Sólo quienes están dispuestos a probar el sabor acerado del riesgo serán merecedores de paladear las mieles de un éxito que no es comparable a ningún otro. La novela de Rebeca, el último trabajo de Mikel Alvira publicado por Ediciones B, se erige en un claro ejemplo de ello.
Nos encontramos ante una novela a priori compleja en la forma en la que se presenta la trama, pues estamos ante dos novelas, una dentro de otra, y ambas se van intercalando de manera trenzada en pequeñas entregas y desordenadas en el tiempo.
Por un lado, descubrimos la vida de Simón Lugar, un escritor con talento suficiente para mantener un éxito literario de manera continuada con sus novelas, pero que se siente incompleto porque todavía no ha conseguido alumbrar la novela que él realmente desea, y que quizá no sea la novela que se espera de él. Simón, en un viaje que hizo a Argentina hace algunos años, conoció a dos personas, Luz y Rebeca, sobre todo Rebeca, a quien no puede quitarse de la cabeza y por quién, en esos momentos, se encuentra escribiendo una novela cuya protagonista luce su nombre. Y aquí llegamos a la segunda novela. En ella, Rebeca, una joven con alma de escritora pero que se gana un dinero redactando artículos para una revista de arquitectura de prestigio, asiste, de la mano de un tío suyo que trabaja en el cuerpo de policía autonómico, a la investigación de una serie de asesinatos que se van produciendo de manera encadenada pero sin aparente relación entre ellos, salvo que todos los cadáveres tienen la edad: cuarenta y cuatro años. Su intención es escribir una novela negra basados en hechos reales, y ya se sabe que, quien quiera peces, debe mojarse el trasero. Hasta aquí un pequeño bosquejo para comprender, a grandes rasgos, lo que tenemos entre manos.
Pero esta novela es mucho más. Su autor, deliberadamente o no, desnuda al escritor y lo muestra ante el lector tal cual es, sin parches que cubran sus carencias ni piezas que adornen sus cualidades. Nos acerca a un hombre rayano en lo obsesivo por el orden en su entorno, el método en su trabajo, y el celo con el que se guarda del contacto con otros humanos. Es probable que muchos piensen que ser un escritor de éxito sea una de las cosas que todos sueñan con que les suceda: éxito, fans, firmas de libros, eventos, entrevistas, cócteles… Lo que no saben es que, quizá, casi todos sueñan eso, salvo los escritores de éxito, a los que, en su mayoría, les parece un coñazo, un alejarles de su hábitat de soledad y teclas desgastadas. Cuanto menos, a Simón Lugar le ocurre eso.
También nos muestra cómo le afecta a un escritor sus miedos, sus inseguridades o las experiencias que vive en su día a día, y cómo influyen éstas en su trabajo de manera definitiva. Y, además, nos enseña el control al que se ve sometido el escritor por parte del negocio literario a través de su agente, una mujer que cuida de Simón como de un preciado bien, sabedora de la potencial fortuna que le puede reportar, pero que no sabemos si lo hace realmente porque su relación es únicamente profesional o ha traspasado esa barrera y lo ve como un amigo al que realmente aprecia. Plazos de entrega de los primeros capítulos, correcciones, escribir lo que se espera de él… Demasiada presión para quien únicamente desea escribir esa idea que emerge en su cabeza por encima de las demás, sin arneses ni bocados.
En esta novela, Mikel Alvira nos habla de la profunda huella que dejan en nosotros algunas personas que nunca hubiésemos imaginado antes que lo harían, de la oscuridad que cubre de sombras algunas almas humanas, de la frialdad con la que opera la venganza, de lo desconcertante que resulta encontrar en tu camino a alguien que te atrae sin sentir la necesidad de que te atraiga… Y además, lo hace con un estilo muy cuidado, meciendo palabras en un mar calmo de pensamientos en los que Mikel, o Simón, los deja expuestos de un modo lírico, a veces metafórico, otras melancólicas, siempre precisos para conectar con ese lector que disfruta leyendo una buena historia, pero también con el que encuentra placer en pasajes trabajados con la urdimbre de la reflexión y lo bello.
Y como toda novela que busca sorprender, su final debe estar a la altura. Nada de lo anterior tiene sentido si el cierre no resiste la potencia que le precede. Aquí el escritor hace gala de sus dotes de orfebre como narrador, desvela el desenlace de las tramas agilizando el texto e impulsando al lector a volar sin motor, empujado por los acontecimientos, y dejándole disfrutar del momento, de un cierre que... ¿son dos, que son tres…? Que es magia.
La novela de Rebeca, un gran descubrimiento donde calidad y entretenimiento van de la mano de manera magistral; una novela que no debería probar quién no acostumbre a leer, porque corre el riesgo de pecar y ser condenado a vagar hasta el fin de sus días en la tierra de la Literatura.
Bendita condena.


LA NOVELA DE REBECA

de Mikel Alvira



ISBN 978-84-9746-984-5



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Una reseña de Santiago Navascués 
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