miércoles, 30 de marzo de 2016

La Melodía del Tiempo de José Luis Perales




Son las cinco de la tarde
comienza la reunión
la partida de canasta,
la charla de religión,
la maestra, el boticario
el cura y Doña Asunción,
el café de media tarde
y algo de conversación.
Y hablarán
del hijo de Don Ramón
tan listo que parecía y se ha convertido en pastor,
no se si me engañaré
comenta Doña Asunción
pero anoche vi a fulano que rondaba el callejón.
Señor cura, no se si recuerda usted
la boda de Doña Engracia 
que fue una noche a las tres,
¡pobrecilla, tan joven y ya con seis!
claro que, según se dice, la protege Don José.
Y la lluvia en el cristal
y la flor en el jarrón
dormidas esperarán la mañana,
las luces del callejón
contemplan pero se callan
y pasa bajo la lluvia un pastor.
Sin quererlo se les pasan
las horas en el reloj,
la maestra se despide
los otros dicen adiós,
comentarios al respecto
será que tiene un amor,
se sonroja el boticario, el cura pide perdón.
Pero en fin, tomemos otro café
mañana como es domingo será la misa a las diez,
termina la reunión
mañana de cuatro a seis
seguirán con su canasta
seguirán con su café.

(Cosas de Doña Asunción. J.L Perales)




Cuando era pequeña pensaba que no encajaba en ningún sitio. Pasaba la mitad del tiempo en Valencia y la otra mitad en el pueblo de mi familia, en Cuenca; para los de la ciudad yo era una "churra" -que era como nos denominaban a los hijos de los inmigrantes manchegos- y en el pueblo me llamaban "forastera". Tan joven y ya era una apátrida. No me importaba que me llamaran "churra" pues los churros eran a mi parecer el alimento más delicioso que existía, haciendo del desayuno del domingo un festín pantagruélico que compensaba con creces los madrugones de entre semana y la leche con cacao que me obligaban a tomar cada día (con el tiempo supimos que era intolerante a la lactosa, de ahí mi tormento diario); pero me dolía en el alma que en mi pueblo querido los niños me llamaran "la extranjera" y los adultos me saludaran con un: ¡Si ya está aquí otra vez la forastera!. Lo dicho, apátrida y en EGB.
Mis primeros recuerdos, mis momentos más felices, mis seres más queridos, todos están unidos a la tierra de mis padres, de mis abuelos, tierra que se clavaba en mis rodillas cuando "aterrizaba" en el suelo con mi bicicleta o la que ponía de por medio cuando había que salir pitando de la furia desenfrenada de mis abuelas y sus "abarcas" azotadoras cuando descubrían nuestras trastadas y fechorías, normalmente relacionadas con conejares abiertos, gallineros alborotados y cuadras sin bestias porque estas trotaban a sus anchas por el corral. Era un lugar mágico en el cual todo era posible: bocadillos de vino y azúcar, de gachas comidas directamente de la sartén o de chorizos que colgaban en el techo y con solo subirte a una silla, ya estaba servida la comida ¡Abajo la esclavitud de los platos, las servilletas y sentarse recta en la silla para comer! ¿Cómo no iba a adorar aquella tierra?.
Con mi madre cumplíamos un ritual que se ha convertido en tradición, nada más atravesar los túneles de Contreras -incluso cuando aún existían las temibles curvas- poníamos una casete de José Luis Perales y ya no dejábamos de cantar canción tras canción hasta llegar al pueblo ¡Ya estábamos en casa! y el corazón palpitaba desbocado, las manos sudaban por la emoción y voz en grito nos sentíamos más conquenses que nunca...yo no sería quien soy ahora de no ser por aquellos momentos, esos que arraigaron como raíz de acacia en mi corazón, y no lo sería porque sin los que fueron antes de mí, yo no existiría. 
Me siento orgullosa por ser quien soy y venir de donde vengo, a pesar de los pesares y pasares, y sobre todo, me siento muy feliz porque ya soy y por derecho propio, una de ellos, pues como me dicen ahora al verme llegar: ¿Dónde vas a estar mejor que en casa, mozona?...


EL LIBRO.

En un pueblo castellano denominado El Castro, sus habitantes ven generación tras generación como la vida se sucede y cambia sin que nada o bien poco se pueda hacer por ello, en algunos casos para bien y en  otros, sencillamente, porque es ley de vida. El siglo XX se nos presenta en la novela como un personaje más, cuya historia no es más que el conjunto de historias que suceden dentro y fuera de las paredes de El Castro, cuyas miserias y grandezas forman parte de la esencia del pueblo, de sus  habitantes, de sus sueños, de sus esperanzas, nostalgias y de un sentimiento que no se puede extirpar porque corre por sus venas.  El amor sin límites de Evaristo Salinas y Gabriela Rincón, el asombroso ascenso a los cielos de Victorino Cabañas, la fortaleza y el tesón de María Alvarado y la belleza de la gitana Cíngara, relatos que con su belleza, sencillez y naturalidad arrebatarán el corazón del lector.

LA OPINIÓN DEL GATO.

Llevo unos días dándole vueltas a cómo empezar esta reseña, a cómo expresar con palabras lo que la novela de José Luis Perales me ha hecho sentir; en otra ocasión hubiera empezado hablando de la portada y como estas me hablan en la mayoría de los casos de lo que me voy a encontrar entre sus páginas, pero en este caso voy a comenzar por su interior, para poder emerger de sus entrañas como Afrodita mecida por los renglones de un mar de historias que han logrado hacerme llegar a un puerto que de tan amado, a veces olvido dar las gracias por volver a pisarlo.
Si, por una vez, empezaré por el final. Cuando acabé la novela y cerré el libro, me di cuenta de que estaba llorando, primero eran solo unas lágrimas pero, unos segundos después sollozaba sin que nada pudiera pararme; mi pareja me preguntó qué me había parecido el libro, y lo primero que salió de mi boca fue: hermoso. Es uno de los libros más hermosos que he leído en mucho tiempo. Y eso fue todo porque no podía seguir hablando. Con la novela entre mis brazos y mirando una foto en blanco y negro de mis padres, como si esta fuera una puerta de acceso a otro tiempo lejano, mi mente y mi cuerpo se transportaron a un pequeño pueblo de La Mancha, con calles empedradas aunque la mayoría estaban más bien embarradas, casas encaladas de pequeños ventanucos y corrales de muros de piedra para proteger lo más preciado entonces, los animales, el sustento de familias enteras; ancianas vestidas de negro sentadas en sus patios mientras despluman pollos o preparan el pienso para los cerdos. Hombres arando y mujeres segando, niños acarreando agua unos, corriendo tirándose barros otros. Un pueblo, mi pueblo. Eso fue lo que me hizo llorar al acabar la novela de José Luis Perales, que su pueblo, también era mi pueblo, y el pueblo de muchos otros, su Historia era nuestra historia, la mía, la de mi familia, la de tantas y tantas otras familias del Norte y el Sur, del Este y el Oeste, era la vida que fue y por la que ahora somos. Eran nuestras raíces. Eran nuestras historias. Durante años pensé que nadie me entendía cuando hablaba con tanta efusividad y emoción de lo que el tío Venancio dijo, la tía Casimira hizo, como mi abuelo ordeñaba y mi abuela guisaba potaje en la lumbre, lo divertido que fue cuando a fulanito se le escaparon las ovejas y lo que nos reímos cuando a menganito no le arrancó el tractor y se quedó tirado en medio de un barbecho. Historias vulgares, sencillas, tontas incluso, pero es que eran nuestras aunque no las hubiéramos protagonizado nosotros, pues incluso años después de haber ocurrido seguían contándose de padres a hijos, y esos relatos nos unían, nos hacían formar parte de un "selecto club", un club al que solo unos privilegiados podíamos entrar: aquellos a los que lo sencillo y lo natural nos hacían sentir orgullosos de formar parte de ello.
La Melodía del Tiempo se adentra en las entrañas de nuestro Ser, ese Yo que se forjó mucho antes de que ni siquiera existiéramos nosotros mismos, pero que ya formaba parte de algo mucho más grande: lo que un día seríamos gracias a los que fueron antes que nosotros.
Perales nos adentra en la vida de los habitantes de El Castro a través de una narración sin estridencias, sin pompa, dejando que los protagonistas hablen y se expresen tal cual son, sin máscaras, sin adornos supérfluos, dejando que las historias fluyan como fluye el tiempo, sin prisa pero sin pausa, a su propio ritmo, como sencillas melodías que escuchadas de fondo en cada historia, resaltan el momento vivido. La vida transcurre inexorable, sin que podamos hacer nada por evitarlo, el tiempo es fugaz, un suspiro, pero cuando se echa la vista atrás, lo que un día nos pareció un segundo vano, se ralentiza en nuestra retina convirtiéndose en eterno, imperecedero, en nuestro...y es que entonces somos conscientes de que nosotros también formamos parte de esa memoria, de ese legado, de esa historia.  
Siempre he pensado que las canciones de José Luis Perales eran relatos cantados, pequeñas historias que en mi mente creaban imágenes en movimiento que daban vida a las letras, incluso les di continuidad decenas de veces en mi cabeza, en un papel, basando nuevas historias en las suyas, esas que sucedían entre bonitas melodías: la pobre Denise a la que abrazó un marinero, en cuya buhardilla un lazo negro se colgó; Doña Asunción y sus cosas, las que hicieron enrojecer al boticario o los Ecos de Sociedad que nos contaban que la hija del Conde, la señorita María Dolores se casaba al fin en su villa de París. Y es que Tú como Yo, has buscado desde niño ser feliz, has tenido que llorar y también que decidir, y luchar por vivir. 

La Melodía del Tiempo de José Luis Perales, su más larga y mejor canción.




                                              


LA MELODÍA DEL TIEMPO
José Luis Perales

Editorial Plaza & Janés

ISBN 9788401016806

Para adquirir el libro, pinchad aquí

Web del Autor



Una Reseña de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS











2 comentarios:

  1. Jolín Yolanda el día de te decidas a escribir una novela vas a tener en mí tu primer fan. No solo haces buenas reseñas es que las haces poéticas. Ole tú.
    Un besazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Con lectoras como tú, vale la pena el trabajo que conlleva! jaja. Eres estupenda, y yo solo plasmo lo que las lecturas me hacen sentir.

      Mil besos Reina!!

      Eliminar