viernes, 31 de julio de 2015

LAS ALEGRES CASADAS, de Shakespeare. XVI FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE OLITE



La figura del conquistador de corazones tomó forma en el teatro ya desde la cultura clásica. Desde entonces, con centenares de rostros y nacionalidades diferentes, los dramaturgos de la vieja Europa idearon multitud de obras en las que un gran seductor conseguía favores y parabienes incluso en la corte más correosa del reino más casto. Habitualmente lo relacionamos con un aspecto joven, apuesto, atractivo y con una virtuosísima capacidad de cubrir los espacios que su físico no alcanza con el don de la palabra.
¿Existe el antihéroe, el antigalán?


Una vez más, el escenario de La Cava de Olite acogió una producción navarra, lo que da muestra de la acertada protección que el Gobierno de Navarra, mecenas del Festival de Teatro Clásico, realiza año a año intercalando compañías de primer nacional con los grandes valores que produce su tierra; pero que nadie se lleve a engaño: por encima de lo que pudiese parecer paisanaje, está el excesivo celo que ponen en reclamar un nivel adecuado para un Festival de la altura del que hablamos, uno de los más importantes del norte de España, y la mejor muestra de esta afirmación la pudieron degustar los espectadores que acudieron el pasado martes hasta la trasera del Castillo de Olite.
 

Con un elenco de cinco actores (Adriana Olmedo, Maite Redín, Patxi Pérez, Marta Juániz y Miguel Munárriz), Andrés Lima, al que ya pudimos ver el pasado fin de semana en la obra de Medea junto a Aitana Sánchez-Gijón, dirige una adaptación libre, cómica y satírica, de la obra original de Shakespeare Las alegres comadres de Windsor. En ella, Falstaff, un viejo amante del dinero, gordo y pendenciero, vanidoso y vividor, anda detrás de dos mujeres casadas con dos hombres ricos para sacarles su dinero mediante engaños y promesas de amor impostado. La señora Ford y la señora Ferrari, que de tontas no tienen un pelo, le siguen la corriente y se dejan querer para ver hasta dónde es capaz de llegar la gran calabaza de agua. Cuando el señor Ford se entera, sus celos le llevan a disfrazarse y a contactar con Falstaff para encargarle que corteje a su mujer para poder pillarla in fraganti. Falstaff, que encuentra en el encargo un filón para conseguir más dinero acepta y se dispone a realizar cualquier trabajo.


A partir de entonces se suceden varios enredos y situaciones disparatadas muy bien llevadas por el director, que le da al texto un ritmo ágil y sencillo de seguir para el público. Con un final muy shakespeariano, con reminiscencias de El sueño de una noche de verano, el antigalán Falstaff recibe una lección por parte de todos los personajes que no olvidará.
La labor de los actores es muy destacable, tanto de las tres actrices que doblan papeles, así como del protagonista. Mención aparte requiere por su espléndida interpretación del marido celoso, señor Ford, de Patxi Pérez, alcanzando un nivel gestual e interpretativo muy alto gracias al personaje que le sirve Andrés Lima.
La puesta en escena es original y adecuada al montaje, sin mucho artificio que distraiga la atención del espectador. Por su parte, la iluminación, mucho más abierta que en las últimas propuestas que han pasado por La Cava, quizá en algún pasaje es demasiado potente, pero en líneas generales es la adecuada para una comedia.
Tdiferencia y La Nave Teatro siguen dando muestras de un trabajo riguroso y una apuesta decidida por darle una nueva vuelta de tuerca a obras que alcanzaron el éxito. ¡Que sigan así!




COMPAÑÍA
Tdiferencia - La Nave Teatro

REPARTO
Adriana Olmedo, Maite Redín, Patxi Pérez, Marta Juániz, Miguel Munárriz

EQUIPO ARTÍSTICO
Dirección y adaptación: Andrés Lima
Escenografía: Beatriz San Juan
Iluminación: Koldo Tainta
Vestuario: Beatriz San Juan
Producción: Tdiferencia, S.Coop
Ayudante de dirección: Ángel García Moneo
Producción ejecutiva: Conchi Redín, Miguel Molina
 Sonido: Livory Barbez

tdiferencia.com
Facebook La Nave Teatro 


Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

jueves, 30 de julio de 2015

ME LLAMO ROBERTO de Reyes Martínez




"Mi nombre es Luka,
vivo en el segundo piso
vivo encima de ti,
si, creo que me has visto antes.
Si oyes alguna cosa a altas horas de la noche,
algún tipo de problema, algún tipo de pelea,
solo te pido que no me preguntes que fue eso.
Creo que es porque soy torpe.
Yo intento no hablar demasiado alto.
Quizá es porque estoy loco.
Intento no actuar con soberbia..."

(Luka. Suzanne Vega)



Cuando era pequeña, me enfadé mucho con mis padres, no recuerdo el motivo, pero solo quería cambiarlos por cualesquiera que fueran más buenos, más comprensivos y menos gruñones ¡O mejor no tener padres, solo servían para reñirte y castigarte por todo! entonces hice una lista de posibles padres, siempre buscando algo de parecido físico, y según mi criterio, los candidatos idóneos eran sin lugar a dudas Errol Flynn y Olivia de Havilland; así que ni corta ni perezosa les escribí una carta -a la atención de Errolflin y Olivia de javilan- explicándoles porqué les había elegido como padres y claro, si me querían como hija. Pero tras casi un verano entero sin contestar, y habiendo sido castigada por mi madre varias veces más, me apremiaba la prisa por conseguir esos nuevos padres. Entonces pensé que lo mejor era adoptar a mi abuelo como padre, sin madre, que siempre acababan riñéndote y obligandote a comer cosas espantosas como lentejas; era el padre-abuelo ideal: no me reñía nunca, no me castigaba jamás y me contaba historias increíbles que ni Pollyana ni Anne Shirley podrían vivir nunca en los libros ¡Y sus patatas "revueltas" en la sartén eran las mejores del mundo entero! Si, mi abuelo sería mi padre por siempre jamás.
Fue entonces cuando mi abuelo me contó la mejor de sus historias hasta entonces: la suya propia. Se quedó huérfano siendo muy pequeño, solo, con sus dos hermanas pequeñas, en unos tiempos en los que "el hambre y el frío si no te mataban, te herían de muerte". Durante días o tal vez semanas, no dejaba de pensar en los huérfanos que pasaban frío y hambre, en niños llorando por las noches, en inclusas, padrinos, sabañones, en ojos tristes, en sueños con madres vestidas de blanco que corrían con sus niños de las manos, en padres que reían y tenían las manos ásperas...todos los recuerdos de mi abuelo, habían pasado a mi mente, y varias décadas después, siguen vivos en mi corazón.


EL LIBRO.

Cuando vi por primera vez la novela de Reyes Martínez, Me llamo Roberto, y leí su sinopsis, me dio un vuelco el corazón y empecé a sentir ese cosquilleo que me sube desde el estómago a las manos, y empiezo a frotarlas nerviosa; es la seña indiscutible de que ese libro tiene que ser mío, que necesito leerlo, tengo que saber la historia completa, conocer a sus protagonistas, lo que les rodea ¡Ay, ese cosquilleo que me recuerda que soy una "lletraferida"! pero herida de gozo, sobre todo al leer historias como esta, de esas que llegan, te atrapan y se quedan para siempre contigo, como aquella historia que me contó mi abuelo, la suya, y ya nunca ha dejado de ser parte de mí.
Comienzo a leer la novela y según acabo el primer capítulo, ya no podía dejar de leer, Roberto se había metido en mi torrente sanguíneo, su historia, ya era parte de mí; y leí y leí y leí, parar era imposible y de haberlo hecho, habría sido un sacrilegio a la propia novela, ¡no se puede poner un intermedio a una gran historia! como no se le puede poner a la misma vida.

"Clara vive por y para su trabajo, los niños en situación de desamparo. Es asistente social y tiene la dura misión, a la vez que gratificante, de ser la primera en tener un contacto con ellos tras haber sufrido la pérdida o el abandono de sus padres; pero en esta ocasión iba a ser todo muy distinto, Clara tendría que enfrentarse a un terrible suceso: dos niños de siete y dos años, aparecen abrazados en el sofá de su casa, mientras en el suelo, frente a ellos, yace muerta su madre, sobre un gran charco de sangre. El padre está desaparecido.
El niño tan solo pronuncia una frase, unas palabras que ponen el vello de punta a Clara, y que por desgracia, volverá a escuchar unas horas después en labios de otro niño, que junto a su hermana pequeña, son encontrados en su casa, abrazados en el sofá y delante de ellos, su madre muerta.
Un caso espeluznante que hará que Clara se vea inmersa en una serie de hechos que harán peligrar no solo la vida de los pequeños, sino la suya propia; junto a dos policías, Molina y Zapico, intentarán buscar la conexión entre los dos casos y lo más importantes, el asesisano o asesinos de las mujeres.
Un gran secreto se esconde tras los sucesos y los niños, tienen la clave."

Una novela escrita para removernos la conciencia y hasta las entrañas ¿Cuánto bien o mal, podemos hacerle a un niño con solo formar parte de su vida? ¿Somos conscientes de que depende de nosotros hacer de un niño, un adulto feliz y estable, o todo lo contrario?


Realmente estamos ante una novela de gran calidad, en el fondo y en la forma.



LA OPINIÓN DEL GATO.

Una novela negra al más puro estilo Hammett, pero en esta ocasión, el detective de gabardina y fedora en testa, da paso a dos detectives de policía que se enfrentan al caso más macabro de toda su carrera, y la "femme fatale" de ondas en el pelo, cigarrillo largo en mano y tacones de vértigo, es ahora una joven asistente social que sin saberlo, forma parte de la cruenta historia.
Una novela negra, que sin embargo da cabida a otros matices de color, convirtiéndola en los momentos precisos, en una historia con corazón, romanticismo y mucho realismo. El estilo es impecable, una narración rápida, suelta, precisa, en la cual el dialogo y la interacción entre personajes le da viveza, inmediatez, veracidad, intensidad, emoción, emotividad, peligro, empatía y acción, mucha acción. El cosquilleo y los nervios de los primeros capítulos, se transforman en pura ansiedad a modo de nudo en el estómago, que desemboca en vértigo conforme va avanzando la trama y llegado al climax de tanta emoción y sentimientos encontrados, en un final que te arrebatará y sorprenderá a partes iguales. La emoción y el suspense están servidos.

Los Gatroteros que normalmente nos siguen, sabrán ya a estas alturas de mi pasión por la novela negra, el thriller y el suspense, pero también sabrán de lo exigente que soy con este género en particular; y es por eso mismo, por esa pasión que siento hacia la buena novela negra, que no solo exijo al autor de la misma un nivel acorde a tan sublime género, si no a mí misma como lectora y apasionada de estas lecturas, si puedo leer lo mejor, ¿porqué conformarme con con menos? y esta vez mis expectativas han sido satisfechas con creces, y más si cabe, al tratarse de una escritora, pues este género suele estar dominado por caballeros, así que doble satisfacción al ver que no solo es una gran novela, si no que además es una mujer quien la ha escrito ¡Cuando las Damas se ponen misteriosas y empuñan plumas asesinas, que tiemblen los Caballeros!

¡Bravo! a Reyes Martínez, una técnico en radiodianóstico que esconde una mente que piensa en "negro" y un talento dispuesto para la novela y las historias con corazón, entrañas y sangre en las venas. Y sin Rayos X, solo con papel y pluma. Suma esta nueva novela en su haber, suma y sigue...al menos eso esperamos sus fieles lectores, y los que vendrán.





ME LLAMO ROBERTO
Reyes Martínez

ISBN: 978-84-9095-895-7






Una reseña de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS





miércoles, 29 de julio de 2015

ANTÍGONA, de Sófocles. XVI MUESTRA DE TEATRO CLÁSICO DE OLITE


En el principio de los tiempos humanos, el comportamiento de los hombres, recién erguidos sobre sus piernas y todavía con un cerebro animal, se regía conforme a la ley que imponía el más fuerte. Puro proceso entregado a a las teorías del britano Darwin. Sin embargo, a medida que fueron tomando conciencia de sí mismos, de los demás, de pertenencia a un grupo, su psique fue evolucionando ampliamente, y lo que antes era ley basada en los impulsos, desembocó en una ley de los procesos, y con ella, los códigos de conducta. Y pronto, en una búsqueda por interpretar el origen de sí mismos, apareció la paternal figura de los dioses.
¿Cuál de las dos leyes, la humana o la divina, debía prevalecer?


 La noche del pasado domingo 26 fue quizá la más apacible de cuantas llevamos de Festival. Apenas sí hubo una lucha de brisas que pugnaban por encima de nuestras cabezas y se enfrentaban en un duelo etéreo por someterse la una a la otra. Fue, quién sabe, un prolegómeno de lo que iba a suceder sobre las tablas del escenario de La Cava de Olite, pues en ellas se representaba Antígona, de Sófocles.
En esta tragedia griega, el dramaturgo heleno situa al espectador ante la siguiente situación: Tras la muerte de Edipo, rey de Tebas, queda al cargo de la ciudad su hermano Creonte. Sin embargo, los hijos de Edipo, Polínices y Eteocles, se disputan el trono al entenerse cada uno como legítimo heredero. Polinices ataca Tebas con un ejército extranjero y Eteocles defiende desde dentro de las murallas tebanas hasta que se enfrentan cara a cara. De aquel funesto combate resultan muertos ambos hermanos y Creonte, en un intento por resolver tan trágica situación y hacer imperar las leyes de Tebas, decide dar tierra a Eteocles y condenar a muerte a quien trate de hacer lo propio con Polinices, pues se alzó en armas y atacó a la ciudad.


Miguel del Arco, director en sazón y responsable del montaje y de la adaptación, traslada en esta propuesta varios mensajes. El primero de ellos tiene que ver con el discurso de Creonte para recuperar el ánimo de los tebanos después de enfrentamientos, crisis y desgracias: se acabó el tiempo de los que ostentan el poder para corromperse, para llenar sus arcas con el dinero de los habitantes de la ciudad, de perpetuarse en el poder para mantener los privilegios adquiridos. Un mensaje, éste, que lanzó el rey de Tebas hace más de dos mil años, pero que podría servir perfectamente al próximo presidente que suceda a Rajoy en la Moncloa. Un disurso vivísimo, encendido, cargado de razones que buscan mitigar el dolor de los gobernados, su padecimiento, su empobrecimiento...
El segundo mensaje es el mismo que plantea Sófocles acerca del eterno debate entre los grandes principios morales: los que dimanan de la razón o los que se asientan sobre la sólida base de la fe. En esta tragedia, la representación de ambas cae sobre los dos protagonistas principales: Antígona, que quiere darle sepultura a su hermano conforme a la tradición de los dioses, pues es su hermano al fin y al cabo; y Creonte, tío del traidor a Tebas, rey de la ciudad, que se enroca en la Ley para justificar su decisión y reivindicar su figura de líder.


Antígona contacta con su hermana Ismene para darle tierra, a escondidas, a su hermano caído en la batalla, pero la más joven se muestra temerosa de las consecuencias de tal acción y renuncia a actuar contra la ley impuesta por el rey de Tebas. Cuando Antígona es sorprendida dando sepultura al cuerpo de Polinices, es llevada ante Creonte, y frente a él, y tras reivindicar que ninguna ley humana está por encima de la de los dioses, es condenada a ser encerrada en vida en una tumba de roca. Enterado de tal sentencia, Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, se enfrenta a su padre para evitar la muerte de su amada, pero éste insiste en ser fiel a la Ley, la única que puede devolverle a Tebas el esplendor de antaño.
El Creonte de Miguel del Arco es autoritario, implacable, nada flexible y excesivamente parcial. Y además, es una mujer. Carmen Machi le da vida. La actriz madrileña se enfrenta a un personaje áspero y duro con suma inteligencia, fruto de su talento y del director para el que ya es una musa. Tal es así que podemos comprobar una evolución desde la frialdad absoluta de quien es rey de Tebas, hasta, sin cambiar de vestuario, la calidez de quien podría ser la mujer de este al final de la obra.
Antígona, por su parte, interpretada por Manuela Paso, posee una voz dulce y serena, pero alejada al mismo tiempo de la candidez de quien se envuelve en la timidez o la duda. Más bien al contrario, la Antígona de Manuela es una mujer de aspecto angelical pero de verbo consistente e indomable, capaz reivindicar aquello en lo que cree con la misma fiereza con la que un soldado heleno se emplea en el campo de batalla. Tal es su determinación que llegará hasta las últimas consecuencias por mantener su libertad.

Mientras Hemón trata de rescatar a Antígona, Creonte recibe la visita del vidente Tiresia, que le aconseja dar solución al castigo de Antígona si no quiere verse de frente con la tragedia. Creonte, temeroso, así lo hace y va en busca de la tumba donde yace la condenada. Al llegar allí descubre a su hijo con el cuerpo sin vida de Antígona entre sus brazos. Hemón, destrozado por el dolor, trata de cargar contra su padre, pero yerra y decide quitarse la vida.
Para llegar aquí, Miguel del Arco ha mantenido un nivel dramático muy alto, sin apenas tiempo de descanso para el espectador, sometiéndolo ininterrumpidamente a un punteo continuado de encuentros, desencuentros, discursos, castigos, enfrentamientos entre los personajes. Pero es en este instante, con el cuerpo de Antígona abandonado de vida, con el hijo inerte de Creonte en los brazos de este, cuando llega el colofón final. Creonte ya no es un ser frío, insondable, impenetrable; Creonte sufre la pérdida de Hemón como sólo una madre puede sufrirla: desbordado por el dolor, como si le hubiesen arrancado una parte de sí mismo. Creonte golpea y araña el pecho acartonado de su hijo, llora desconsolado, grita lamentos descarnados, martinetes flamencos de rabia y de pena. Carmen Machi nos regala aquí, en los últimos minutos, a su Creonte, un Creonte frágil y arrepentido, un Creonte que pierde los principios cuando la sangre de su sangre pierde la vida y no existe Ley alguna que lo impida.
Los dioses, una vez más, vuelven a ganar la partida.






COMPAÑÍA
Teatro de la Ciudad/ Teatro de la Abadía

REPARTO
Carmen Machi, Manuela Paso, Ángela Cremonte, Cristóbal Suárez, Raúl Prieto, José Luis Martínez, Silvia Álvarez

EQUIPO ARTÍSTICO
Dirección y adaptación: Miguel del Arco
Música: Arnau Vilà
Diseño de Escenografía: Alejandro Andújar, Eduardo Moreno y Beatriz San Juan
Diseño de  Iluminación: Juanjo Llorens
Diseño de Sonido: Sandra Vicente y Enrique Mingo
Equipo Técnico: Javier Almela (sonido), Francisco Manuel Ruiz (iluminación), Juanma Pérez (maquinaria)
Diseño de Vestuario: Beatriz San Juan
Vídeo: Eduardo Moreno
Coreografía: Antonio Ruz
Ayudante de Dirección: Israel Elejalde
Producción: Aitor Tejada y Jordi Buxó
Producción Ejecutiva: Elisa Fernández
Coordinación Técnica: Eduardo Moreno y Pau  Fullana
Construcción de Escenografía: Scenik, Cledin, Sfumato, Mekitron
Promoción y Comunicación: elNorte Comunicación y Cultura
 Producción: Teatro de la Ciudad en coproducción con Teatro de La Abadía

teatrodelaciudad.es
teatroabadia.com


Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

martes, 28 de julio de 2015

MEDEA, de Séneca. XVI FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE OLITE



El alma del ser humano puede ser castigada de muy distintos modos. Puede sufrir la pérdida de un ser querido por causas naturales; verse despojada del cariño de un hijo, de una madre, de un esposo;  sentir la traición de un amigo a quien hasta entonces has entendido como a un hermano... Pero... ¿Qué hacer cuando te has entregado a la persona amada de manera incondicional y el pago es la repudia? ¿Cómo has de actuar cuando dejas atrás a tu familia, tu tierra, tus bienes, por compartir una vida al lado de la persona a la que amas por encima de a tí mismo, y ésta desprecia tu entrega casándose con otra?
El amor es un sentimiento apasionado, se sustancia en la piel pero nace mucho más adentro, en las vísceras; y dada su condicion visceral, alejada queda la psique, la razón, y mucho más lejos aún la ley de los hombres. Nada, pues, puede frenar la reacción airada de un corazón mancillado. Quien así lo cause, ninguna consecuencia con un mínimo de cordura espere.


El pasado sábado, con ciertas rachas de viento pero sin apenas nubes que amenazasen lluvia, se desató una tormenta eléctrica sobre el escenario de La Cava de Olite. Fue una tormenta perfecta. Desde que Aitana Sánchez-Gijón apareció sobre las tablas, ella actuó como un gran condensador de energía que atrajo sobre sí misma todas las fuerzas telúricas y universales que rigen las leyes físicas de este planeta llamado Tierra. Ella, con su sola presencia, interpretando a Medea, una mujer cruelmente rechazada, humillada y abandonada, llenaba el escenario con una fuerza mágnética sin igual, que irradiaba a través de su profunda y viva mirada, pero también de su pómulos remarcados, sus labios carnosos, su cabello, su cuerpo, su piel. Su misteriosa belleza choca con la fealdad de sus hechos, pero es tal su potencia interpretativa, tal la transmisión de los argumentos de su dolor, que la locura que la posee y los efectos que tan demoníaca posesión genera parecen bálsamo que no cura heridas, pero al menos las refresca.

 
Pero no nos adelantemos. Antes de su aparición, Andrés Lima, que aparece como director del montaje y da vida a varios personajes (entre ellos Jasón, el esposo de Medea, y Creonte, rey de Corinto y padre de la nueva esposa de Jasón) interviene en una magistral lectura como corifeo mientras Laura Galán, arrastrándose al centro del escenario y entrando en un oscuro trance, introduce al espectador aportando información de cómo llegaron Jasón y Medea a Corinto tras conseguir el primero el vellocino de Oro, hasta la situación inmediatamente anterior a lo que va a suceder, que no es sino el proceso de destierro de Medea al ser repudiada por Jasón. No debemos olivdarnos de la magistral intervención durante toda la obra de Joana Gomila, encargada de dramatizar diferentes escenas con su virtuosismo al contrabajo y el espectacular dominio de una voz prodigiosa e increiblemente limpia, como una cascada inmaculada. El nacimiento del Urederra en su garganta.
Medea recibe en su casa la visita del rey Creonte para anunciarle que debe partir de aquellas tierras, y más tarde la del propio Jasón (ambos interpretados por Andrés Lima alterando mínimamente su vestuario), con quién mantiene una durísima discusión por abandonarla. Sin capacidad para alterar su propio destino, Medea consigue al menos un día para disponer su partida y será ese tiempo, no necesitará más, para trazar su venganza y ejecutarla.



A partir de aquí, los ancontecimientos se suceden veloces: Medea asesinará a la hija del rey de Corinto y acabará con la vida de los hijos de Jasón, que son los suyos propios. Para ello, volverá a verse con Jasón para desdecirse y aceptar su destino. Con él confiado, Medea inicia el salto a los infiernos de la ira y la locura, y emponzoña un vestido para regalar a la novia de Jasón. Es en este momento cuando Aitana Sánchez Gijón traspasa la barrera que separa a los actores mortales de los grandes héroes de la interpretación. Su transformación de mujer despechada y atormentada por saberse repudiada por la persona que ama, a una mujer desquiciada, desatada, fría y siniestra, es un espectáculo en sí mismo, una convulsión frenética que por sí misma bien merece la pena pagar la entrada del espectáculo. Medea va desvistiéndose a medida que va sintiendo cada puñalada en su corazón enamorado y será en este instante cuando queda prácticamente desnuda, libre de todo corsé que limite sus movimientos y el del mal que lleva dentro. No hay nada que la ate, no hay freno a su crueldad. Envuelta en una capa de tierra y piel de ave, con una imagen africana y primitiva, Aitana-Medea (ya no distinto a la una de la otra) emerge como una Venus de la cólera, diabólicamente bella, temiblemente pausada, entregada a los instintos más primarios.



La princesa de Corinto, hija de Creonte, recibirá el presente de Medea, y al probarse el vestido, caerá muerta. Su padre, al intentar salvar a su hija y tocar el envenenado regalo de Medea, morirá también. Jasón enterado de la tragedia, acude a Medea y ésta le aguarda, preparada ya para otorgarle el golpe final. Con una crudeza infinita, sin titubeos ni dudas, asesina a los hijos que ambos tuvieron en común con el regocijo que le supone saber que Jasón lo presencia. En esta ocasión, en lugar de darles muerte degollándolos, Andrés Lima propone una muerte mucho más brutal, todavía más agónica si cabe: Medea los agarra por las piernas y estrella sus cuerpos contra el suelo una y otra vez. Reventándolos. Como conejos.
Aitana deja sumido a Jasón en la devastación y huye de Corinto. El silencio se adueña de la noche en Olite. Atraviesa el escenario con paso tranquilo, de manera pausada desciende las escaleras que conduce al público y asciende las siguientes que dividen a los espectadores en las gradas. Medea ha consumado su venganza y avanza serena, segura, llena de paz a pesar de la destrucción causada. Las luces se apagan. El silencio permanece. Unas tímidas palmas inician el clamor general. La luz regresa y Medea desciende nuevamente las escaleras como si lo hiciese del Monte Olimpo, esta vez monte del talento del que ella es bandera, y Aitana recoge el calor del público con humildad y una sonrisa tímida.
Una explosión de magia al alcance de unos pocos cada vez que se representa esta propuesta. No dejen de verla. Tantas veces como puedan.





COMPAÑÍA
 Teatro de la Ciudad/ Teatro de la Abadía

REPARTO
Aitana Sánchez Gijón, Andrés Lima, Joana Gomila y Laura Galán

EQUIPO ARTÍSTICO
Dirección y adaptación: Andrés Lima
Música original: Jaume Manresa, interpretada por el Coro de Jóvenes de Madrid, Joana Gomila, Jaume Manresa y Joan Roca
Diseño de Escenografía: Alejandro Andújar, Eduardo Moreno y Beatriz San Juan
Diseño de Vestuario: Beatriz San Juan
Ayudante Escenografía y Vestuario: Almudena Bautista
Diseño de Iluminación: Valentín Álvarez
Diseño de Sonido: Sandra Vicente y Enrique Mingo
Director del Coro de Jóvenes de Madrid: Juan de Pablo de Juan
Gerencia y coordinación del Coro de Jóvenes de Madrid: Rennier Piñero
Equipo Técnico: Javier Almela (sonido), Francisco Manuel Ruiz (iluminación), Juanma Pérez (maquinaria)
Vídeo: Miquel Àngel Raió
Director Coro de Voces Jóvenes de madrid: Juan Pablo de Juan y Rennier Piñero
Ayudante de Dirección: Laura Ortega
Producción: Joseba Gil
Producción Ejecutiva: Elisa Fernández
Ayudante de Producción: Ana Belén Santiago
Asistente de Producción: Gonzalo Bernal
Coordinación técnica: Eduardo Moreno y Pau Fullana
Construcción de Escenografía: Scenik, Cledin, Sfumato, Mekitron
Promoción/Comunicación/ Imágenes: elNorte Comunicación y Cultura
Producción: Teatro de la Ciudad en coproducción con Teatro de La Abadía



lunes, 27 de julio de 2015

EDIPO REY, de Sófocles. XVI FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE OLITE


  
¿Qué es el destino? Si hablásemos de un río, sería quizá esa realidad no palpable que empuja el agua de manera enigmática a una búsqueda incesante de una desembocadura en la que hallar sosiego y calma después de un discurrir violento y tortuoso unas veces, suave y acompasado otras; podrá variar el tamaño de las piedra que sorteen, o la anchura de los márgenes que lo limiten, pero siempre, siempre, acabará encontrando su final.
Los hombres, desde que tuvieron conciencia de sí mismos, pronto se plantearon cuál era su lugar en el mundo, qué motivaba su tránsito vital, quién regía sus vidas. Tal fue siempre la necesidad humana de comprender lo que no entendía que se lanzaron a buscar explicaciones en lo que veían, y en lo que no veían. Entonces aparecieron los dioses, los credos, la superstición.
Dispusieron que lo que a ellos les sucedía venía dado por una voluntad superior que recrearon con muy distintas caras. Algunos le otorgaron el nombre de Destino, y, cuando al fin habían encontrado explicación a lo que hasta entonces no la tenía, quisieron escapar de ella para burlarla y ser libres.
 


Tras una semana tormentosa, que había obligado a suspender varias obras de teatro por la incesante lluvia que cayó sobre Olite, el pasado viernes tomaba el pulso a las Joyas de Palacio del Festival de Teatro Clásico con la adaptación de Edipo Rey, de Sófocles.
En esta genial tragedia, asistimos al duelo irracional que un humano, Edipo, emprende frente a su propio destino y, a medida que nos zambullimos en su historia, nos damos cuenta de cuán perdida es la batalla de antemano, aún si quien la emprende llega a ser, incluso, un rey querido y admirado por sus súbditos.
Tras ser diezmada la población de Tebas, la ciudad que gobierna, por la peste, los tebanos acuden con desesperación a su rey en busca de auxilio. Edipo, interesado en conocer los motivos del mal que sufre su ciudad, consulta en el oráculo de Delfos, y la respuesta que encuentra le sume en la desesperación: aquella situación no parará hasta que no se ejecute o se exilie al asesino del anterior rey de Tebas, el difunto Layo.

 
Es con este punto de partida desde donde Edipo emprende la búsqueda de la verdad, pues sabe que únicamente con ella su pueblo se verá libre del mal que pesa sobre ellos. Sin embargo, desconoce que la verdad a veces duele, y a veces, incluso mata. Pregunta a videntes, a pastores, incluso a Creonte, a quien acusa del magnicidio con la intención de adueñarse del trono. Y a medida que se suceden las confesiones, Edipo se irá encontrando con la verdad que duele, que hiere por dentro, esa verdad no esperada, brutal y primitiva; que llega sin esperarla como un torbellino, que convulsa los cuerpos, los zarandea y los quiebra por dentro, desentrañando los vientres y reduciéndolos a la nada.



Javier Sanzol, el director del montaje, ha realizado en esta obra un formidable trabajo con sus actores, y estos lo demuestran con unas interpretaciones verosímiles, dramáticas, mostrando a unos personajes atormentados por los acontecimientos presentes y pasados de los que, por mucho que trataron de huir, nunca pudieron ni pueden ni podrán. A destacar el trabajo de Elena González, quizá el más rotundo de todos por el inabarcable volumen de matices que le da a cada uno de los personajes que interpreta, tan formidable como el coro que aúnan Natalia Hernández y Eva Trancón, de una precisión y una claridad vocal tan cristalina que sólo ellas conocen las horas de ensayo que requiere la perfección.
El rey de Tebas, llevado por su poder, suicidó su nombre por engrandecerlo; Edipo es una suerte de Ícaro que, por tocar el Sol de la verdad, se estreyó contra el suelo tras perder sus alas ante cada certeza abrasadora que colocan demasiado cerca de sus ojos. No es, ni más ni menos, que la constatación de que el destino está escrito, que los dioses, en este caso Apolo, escriben con barroca caligrafía el destino de los hombres y que éstos deben entender los oráculos no como una herramienta para salvarse de su sino, al contrario; deben tomarlo como un modo de asumir su suerte para tratar de ser lo más dignos posible ante el futuro que les espera.
Lo que ha de suceder, sucederá. Lo dijo Virgilio.




COMPAÑÍA
Teatro de la Ciudad/ Teatro de la Abadía

REPARTO
Natalia Hernández, Elena Gonzalez, Eva Trancón, Juan Antonio Lumbreras, Paco Déniz, Pablo Vázquez

Equipo artístico
Dirección y adaptación: Alfredo Sanzol
Música: Fernando Velázquez
Diseño Escenografía: Alejandro Andújar, Eduardo Moreno y Beatriz San Juan
Realización de Vestuario: Ángel Domingo
Diseño de Iluminación: Pedro Yagüe
Diseño de Sonido: Sandra Vicente y Enrique Mingo
Equipo Técnico: Javier Almela (sonido), Francisco Manuel Ruiz (iluminación), Juanma Pérez (maquinaria)
Ayudante de Dirección: Pietro Olivera
Producción: Nadia Corral
Producción Ejecutiva: Elisa Fernández
Ayudante de Producción: Mario Álvarez
Coordinación Técnica: Eduardo Moreno y Pau Fullana
Construcción de Escenografía: Scenik, Cledin, Sfumato, Mekitron
Promoción y Comunicación: elNorte Comunicación y Cultura
Producción: Teatro de la Ciudad en coproducción con Teatro de La Abadía



Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

miércoles, 22 de julio de 2015

COMO UN VIENTO HELADO de Rafael Herrero





Niña de mirada dulce
niña de corazón alegre
¿qué fue de tu alegría?
¿por qué ahora te duermes?
No despierta tu ilusión
¿por qué tan triste te tiene
esa agonía traidora
que no deja que tú vueles?
Por esos campos de flores,
con esas nubes alegres,
surcando el mar con tus alas
de sirenita verde
volando con el viento
a donde el viento te lleve,
soñando siempre despierta
entretenida en tus quehaceres.
Niña de mirada dulce
¿Por qué ahora te duermes?
(María M. Crespillo)



Desde el colegio he sentido una poderosa atracción hacia las artes escénicas. Utilizaba cualquier excusa para declamar, representar o contar historias delante de mis compañeros: un trabajo de clase, una lectura, incluso los tanques desfilando por la Avenida del Cid el 23 F me dio la oportunidad de contar durante días –gestos incluidos−como uno de ellos “se desenroscaba” y apuntaba hacia la terraza desde donde seguía la macabra procesión armamentística. Fue mi momento de gloria: aplausos, bises, admiración, envidia, incluso más de una reprimenda ¡Pero nada importaba, solo el espectáculo!
Pero fue en el Instituto cuando se me abrió el cielo. Actividades extraescolares. Estaba perdiendo la paciencia mirando las opciones: hogar (puag), electrónica (ni loca) ofimática (¿ordenadores? ¡Eso no sirve para nada, no tiene futuro. Ejem) manualidades (imposible, mis dedos parecen de trapo, todo lo que toco, se rompe) música (tengo menos oído que un gato de yeso) y de repente ahí estaba, al girar la página, como escondido, como si alguien lo hubiera querido salvaguardar de miradas indiscretas y talentos mínimos ¡Arte Dramático! Y ahí estaba yo, en mitad de la biblioteca rellenado mi matrícula ¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a coger una aguja de coser, no habrá circuitos electrónicos que originen un accidental incendio en el Instituto, nadie volverá a reírse de mí porque me caigo de bruces por intentar tocar un acordeón! ¡Voy a ser actriz!
Y aunque mi madre creyó durante tres años que me había apuntado al laboratorio de idiomas, y que mi alemán era impecable (siempre he sido buena imitando acentos) yo solo vivía para esos tres días a la semana en los que nos subíamos al escenario  y veíamos la vida un metro por encima de las butacas del salón de actos; todos sentados en corro − el profesor, Gonzalo, en el centro− hablábamos, discutíamos, leíamos, representábamos pequeños diálogos, conocíamos el escenario, el patio de butacas, respirábamos profundamente, aprendíamos a hablar o recitar sin perder el aire…Y no fui actriz aquel primer año, ni al segundo. Había que empezar desde cero, decía Gonzalo, y el teatro dirá para que sirve cada uno.  Y al tercer año, tuve mi oportunidad. Fui una pecosa Jimena en Anillos para una Dama. Inmediatez, nervios a flor de piel, carreras tras el telón, trajes que no ajustan, un director con un tono de voz muchas octavas por encima de la media, un regidor atacado de los nervios, un cuerpo de actores al borde de la extremaunción…se apagaban las luces del patio de butacas, el corazón se encogía y el estómago giraba sobre sí mismo, los murmullos daban paso al silencio y subía el Telón.
Ya nada importaba excepto sentir como la sangre corría por tus venas.Todo lo no relacionado con ese momento, ese lugar, esa obra, desaparecía, y ya no éramos nosotros, éramos Ellos,los personajes que tomaban vida, que sentían, que amaban, que lloraban, que reían aunque tuvieras ganas de hacer todo lo contrario. Una historia en papel, se convertía por obra y gracia de unas tablas, unos focos, un telón –y un gran equipo detrás− en Vida. Y una vez sientes eso en tu interior, ya nada se puede comparar. Si el Teatro te llama, si lo sientes, si lo vives, serás Teatro siempre.

Siempre…Taytantos años después, sigo teniendo el alma de Teatro. Teatral, es mi segundo nombre.



EL LIBRO.

COMO UN VIENTO HELADO de Rafael Herrero, nos presenta a tres personajes al borde del abismo, y ellos ni siquiera son conscientes de ello; caminan por la cuerda floja y bajo sus pies, ven el más oscuro de los precipicios. Sin posibilidad de volver atrás ni con fuerzas de seguir adelante, se mantienen en penoso equilibrio esperando que algo suceda a su alrededor, ya sea caer sin remedio o correr sin volver la vista atrás. Pero el miedo puede más que sus ganas de pisar tierra firme.
Un día que parecía igual a los demás, el azar les lleva a cruzarse unos en el camino de los otros, una casualidad que tal vez no lo sea, un Destino que une y desune a su antojo y juega con las personas como si fueran simples marionetas ¿O son las personas las que pretenden jugar con el Destino? Un juego macabro con unos jugadores atormentados.

Ana, una bailarina que no ha llegado donde creyó que llegaría, y que mantiene una extraña relación con su madre y la comida.

Marta, cuya obsesión por la muerte es tan fuerte como su obsesión por los números; contar, contar y contar, como el niño que cuenta entre trueno y trueno para sentir como al fin se aleja la tormenta.

Dani, ¿un delincuente, un alma caritativa, un soñador, una marioneta sin más, de sus propias decisiones?

Cristina, la Rebecca de la obra, tan omnipresente como ausente.

Todos tienen en común un pasado que marca su presente y rige su futuro, y una larga noche en la cual una bala y una azotea, les separa de la redención o de la caída final.


LA OPINIÓN DEL GATO.

Es muy difícil hoy en día dar con un buen libro pensado y escrito para ser Teatro. Obras teatrales hay muchas, y afortunadamente, en este país contamos con grandísimos actores y obras teatrales fantásticas, ya sean clásicas, adaptaciones, o de la más rabiosa actualidad –sin ir más lejos, a tan solo unos kilómetros de donde me hallo, tenemos en pleno apogeo el Teatro Clásico de Almagro, mi pasión, mi referente, mi sancta sanctorum−, pero otra cosa bien distinta es encontrar un buen libro que además es una buena obra de teatro.

 Rafael Herrero nos lo pone fácil y nos lo brinda en bandeja de plata con Como un viento helado.

Para los que sentimos el teatro en lo más profundo de nuestro ser, ya sea sobre un escenario, tras un telón o sentado cómodamente en el patio de butacas, nada puede igualarse a ese hormigueo que te corre por las piernas, minutos antes de comenzar la función; ese corazón que va a salir disparado de un momento a otro, esas manos que se frotan una contra la otra sin saber muy bien si orar al juntarlas o morderte los nudillos para que se afloje la tensión de tu cuerpo. Es la sangre corriendo por tus venas, ni más ni menos. Sentir al público aún sin verlo, sentir a los actores y olvidarte que estás rodeado de mucha más gente, ser parte de la escena  de tal manera que es como si se representara para ti, incluso como si tú fueras parte de esa historia, que de repente se está desarrollando delante de ti ¡Teatro, así es el teatro en estado puro, y no puro teatro sin más!
 Pero cuando encuentras una obra escrita, aún sin representar, virgen para tus ojos y tus oídos, entonces, en mi caso, el éxtasis es total. Rafael, nos presenta una escenografía sencilla, sin utilizar demasiadas palabras no solo sitúa a los personajes en escena sino al propio lector en esa misma escena; es ver la función desde la fila cero ¡Brutal!; va perfilando los personajes escena a escena, monólogo a monólogo primero, de tal manera que no solo los vas conociendo, los comienzas a sentir, puedes verles, casi tocarles, estar a su lado mirándoles a los ojos como si sus palabras fueran dichas para que solo tú puedas oírlas, y entonces, los tres personajes se sitúan juntos en escena. Se hablan, se miran, se tocan, sienten miedo unos de otros, desconfianza, empatía, sonríen, incluso ríen, recuerdan, sueñan, mil sentimientos y emociones que traspasan el papel  −el escenario que se ha creado en la mente del lector− y llegan a ti; ya no hay duda, eres parte de la historia, eres el quinto personaje, pues el cuarto, Cristina, también está en tu escena.

Ya eres irremediablemente Teatro. Y lo ha conseguido en tan solo 91 páginas, las tablas y el saber hacer de Rafael Herrero.
Ya solo queda ponerse en pie y aplaudir durante unos cuantos minutos a unos actores y a un autor, que saludan cogidos de la mano mientras el telón sube y baja varias veces porque los aplausos no cesan ¡Bravo, bravo, bravo!



Como un viento helado, te envuelve en la tibia brisa del  TEATRO, con mayúsculas. Y ya siempre, siempre, serás parte de él.





COMO UN VIENTO HELADO
Rafael Herrero

ISBN:978-84-15906-75-9








Una Reseña de Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS



martes, 21 de julio de 2015

ENTREMESES, de Miguel de Cervantes. XVI FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE OLITE



Hay quien piensa con error, y son muchos los errados, que la complejidad de un texto viene dada por la extensión del mismo. Desechan, sin probar siquiera, aquellas obras de escasas páginas y corta duración porque sostienen que, para darle vida a una obra maestra, son necesarios giros y requiebros, idas y venidas, decenas de personajes y un sinfin de venturas y desventuras que alarguen y le den cuerpo temporal al espectáculo.
De osadía y atrevimiento luce gozosa y sin menoscabo de orgullo la ignorancia. Pero llegará un día en que descubrirá que las esencias todas de la naturaleza caben en un pequeño frasco, y que el arte, manifestación esencial y artística de la belleza que en la naturaleza se halla, es capaz de brillar más aún si cabe en los textos reducidos, concentrado en manifestarse en cada frase, en cada gesto, en cada silencio que trona en la escena.

El Festival de Teatro Clásico de Olite alzó por primera vez su telón dando la oportunidad de contemplar sobre las tablas del escenario de La Cava los Entremeses, de Miguel de Cervantes, propuesta servida por José Luis Gómez y la compañia del Teatro de la Abadía.
Agustín de Rojas, dramaturgo español del Siglo de Oro, describió los entremeses del siguiente modo:
Y entre los pasos de veras
mezclados otros de risa
que, porque iban entre medias
de la farsa, los llamaron
entremeses de comedias

 Se trataban de unas pequeñas obritas que se introducían en los descansos de las obras principales que se ofrecían en los corrales de comedias a modo de entretenimiento entre acto y acto, otorgándoles un carácter especial trenzado entre la comedia y la crítica.



Don Miguel de Cervantes, el autor más importante de la historia de la literatura universal, siempre sintió una especial vocación por el teatro. Dejó escrito que, siendo un niño, ya se le iban los ojos detrás de los carromatos de los comediantes, y dió rienda a su ilusión creando obras de teatro conforme a la ortodoxia de la época, fundamentalmente la que se regía por los trés cánones de Aristóteles de unidad de tiempo, acción y lugar. El famoso guerrero de Lepanto tuvo un éxito fugaz con sus composiciones, merced a la rompedora aparición de Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, quién revolucionaría el teatro liberándolo del claustro aristotélico en el que se hallaba inmerso y derribando los muros de  normas que encorsetaban la creatividad de los autores para ofrecer un sinfín de posibilidades al público. A pesar de ello, Cervantes siguió escribiendo y su mente parió los más altos entremeses de las letras españolas junto a los de Francisco de Quevedo.



Cuatrocientos años después de su publicación original bajo el título de Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados, José Luis Gómez se vuelve a poner al frente de un equipo de actores solventes, que dominan la escena y sus personajes como si los llevasen interpretando toda la vida, capaces de hacer fluir unos diálogos cadenciosos al tempo que marca la intención cervantina. Y digo se vuelve a poner al frente porque Gómez también eligió esta misma obra para comenzar la singladura del Teatro de la Abadía de Madrid hace ya casi veinte años tras estrenar con Valle-Inclán. De aquel elenco de hombres y mujeres que eligió, ha recuperado a muchos técnicos y a varios actores principales, como son Elisabet Gelabert, Miguel Cubero, Inma Nieto y José Luis Torrijo.
Tres son los entremeses seleccionados: La cueva de Salamanca, que aborda el asunto de la infidelidad recurriendo a una antigua leyenda; El viejo celoso, que narra las desventuras de una bella joven casada con un decrépito y ruín anciano; y El retablo de las Maravillas, que pone en tela de juicio la pureza de sangre de la sociedad de la época, haciendo creer a todos que aquel que no vea lo que dicen que aparece en una función de teatro que representan unos comediantes, es porque son judíos o árabes, y por lo tanto, impuros. Quién sabe si éste último sirvió al afamado escritor de cuentos Hans Christian Andersen para escribir su relato de El rey desnudo o El traje nuevo del emperador.




Actualizando el modo de ofrecer al espectador iluminación o música, pero siendo fieles al montaje original, tanto que el centro del escenario sigue estando presidido por un robusto árbol como entonces, esta compañía dio inicio al Festival de Teatro Clásico con un trabajo serio y rotundo, mostrando el camino al reconocimiento del público para las próximas funciones que han de venir hasta el próximo uno de agosto.
El listón está alto.




COMPAÑÍA

Teatro de la Abadía

REPARTO

Julio Cortázar, Miguel Cubero, Palmira Ferrer, Javier Lara, Luis Moreno, Inma Nieto, José Luis Torrijo, Elisabet Gelabert, Eduardo Aguirre, Diana Bernedo

EQUIPO ARTÍSTICO

Dirección: José Luis Gómez
Música: Luis Delgado
Escenografía: a partir del diseño original de José Hernández
Vestuario: María Luisa Engel
Iluminación: Juan Gómez Cornejo (AAI)
Ayudante de dirección: Carlota Ferrer
Arreglos de coplas y refranes: Jesús Domínguez
Realización de vestuario: Sastrería Cornejo
Realización de escenografía: Utilería-Atrezzo SL y equipo de La Abadía.
Fotografía: Ros Ribas
Agradecimientos: Agustín García Calvo, Vicente Fuentes, María del Mar Navarro y Rosario Ruiz Rodgers

teatroabadia.com 

Redacción y Fotografía:
Santiago Navascués

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