jueves, 30 de abril de 2015

Descanso para los Inocentes de Torrellas y Novallas


Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.


 

Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.




Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.


Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse:
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.


 

Aunque le faltan las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.




Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.



No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.
Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.


Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.



(Sentado sobre los muertos, de Miguel Hernández)



Desdibujaron sus sonrisas y el color de su piel. Deshicieron ilusiones, sueños y familias. Aquellas balas asesinas, disparadas desde armas asesinas, empuñadas por asesinos, cargados de odio asesino, quisieron acabar con unos hombres y mujeres cuyo delito fue creer en un mundo distinto al que conocían. Pagaron con su vida por la osadía de pensar. Y no contentos con ello, sus asesinos los enterraron como quien entierra a un perro contagiado de sarna, con prisa y sin cuidado.

Lo hicieron convencidos, ¡bien muertos están por morder la mano del amo! Por perros los tenían. Perros, que no hombres; que no humanos. No querían verlos como hombres porque ese supuesto les superaba. Ningún hombre de bien se planteaba el orden establecido de las cosas. Unos arriba y otros abajo. Así había sido siempre, y a ello se encomendaron. Si alguno llegó a dudar, pronto encontró amparo y asilo moral bajo palio. ¡Eran cruzados, Dios estaba de su lado!


Aquellas fosas, aquellos agujeros negros, acogieron sus cuerpos maniatados y en desorden, los agarraron con sus oscuras y negras manos, tapándoles las bocas para silenciar lo que allí escondían. Fueron cubiertos de tierra y aplanados, como si allí no yaciese asesinada la libertad y el deseo de todo hombre de alcanzarla. Los asesinos, finalizado su trabajo, borrachos de éxito y excitados por la pólvora y su estallido, marcharon a celebrarlo dándose ánimos los unos a los otros ¡Ya verás cuando se entere el amo, el sargento y el obispo!


Y es que, de todos los que idearon toda aquella matanza, muy pocos mancharon sus manos o se remangaron las camisas para encañonar inocentes y apretar el gatillo. Odiaban a quien no podían controlar o someter, pero eran demasiado cobardes para cerrar su círculo de muerte. Por eso aprovecharon su estatus y otros se encargaron de hacer el trabajo sucio. Cuanto más repartida estuviese la mierda, más adeptos a la causa y menos resquicios a la vista por los que pudiera colarse una eventual disidencia.


Con su dedo acusador, victorioso por el uso de la fuerza (¡Venceréis, pero no convenceréis!, pronunció Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, madre de la razón española), los golpistas y sus correligionarios avergonzaron a los familiares de los asesinados, les sometieron a escarnio público, les vejaron, les desposeyeron de lo poco que tenían y colgaron sobre ellos el sambenito de rojos, creyendo que así cederían a la presión y se entregarían a los brazos de los buenos hombres de bien.


Creyeron que enterrando las pruebas de su masacre, los cadávares de miles de inocentes, entre jaras, cunetas u olivares, enterrarían su recuerdo y reescribirían la historia; una Historia a su medida, una Historia de puros e impuros que guardaría para su asalto a la legalidad y a la Constitución vigente un destacado lugar a la altura de la intervención divina en el Diluvio Universal, en el que sólo se salvaron los que eran puros de corazón y todos los demás, murieron ahogados bajo el atronador impulso de la ira desatada de su Dios.



Crearon un nuevo mundo, que era el viejo con remiendos. Un mundo diseñado a su medida. Un mundo de patrones inflexibles que no se adaptaba a sus gentes, si no que eran sus gentes las que debían adaptarse a ese mundo. Un mundo con una única forma de entender la vida. Un mundo en el que, para gozar de la seguridad del sistema, empeñabas a cambio tu dignidad y tu libertad como individuo.


Y finalmente callaron todos sus crímenes, confesándolos primero, encontrando la absolución de sus pecados al otro lado del confesionario amigo. Se creyeron en paz con Dios porque a Dios habían servido, y pensaron que todo lo que habían hecho, bien hecho estaba y ya no hacía falta darle más vueltas. Impusieron la ley del silencio y del miedo, persiguieron hasta sofocarlos los conatos de resistencia que humeaban en los montes años después, y al fin le dieron carpetazo al asunto. Habían vencido y su victoria era total. Sin embargo...

 
Nada más lejos de la realidad. Para su desgracia, aquellos inocentes a los que mataron sin entrar en contienda, a los que simplemente arrancaron de sus casas o los detuvieron por la calle a la fuerza para luego matarlos sin piedad, nunca fueron olvidados. Sus familias: mujeres, hermanos, padres... trasmitieron su legado y su forma de ser a sus estirpes, les contaron, con los ojos ahogados en llanto, que murieron por ejercer su libertad, por querer lo mejor para los suyos y luchar por unos ideales en los que creían con firmeza.


El odio inicial que se adueñó de sus corazones hacia esos matarifes salvajes (¿Quién no lo sentiría hacia el asesino de tu marido, de tu madre, de tu hijo?) fueron transformándolo en rabia contenida. Tampoco perdonaron, porque una atrocidad así, castigada incluso por las elementales leyes del Dios para el que luchaban los asesinos, no puede encontrar el perdón; menos aún si quién comete el asesinato no siente pena ni arrepentimiento ni desea manifestarlo públicamente (aún hoy quedan algunos que siguen sacando pecho por los heroicos actos que cometieron ellos, o sus padres o abuelos... Dios los acoja en su gloria, si es que aún los ve como sus soldados de la Fe).


Jamás olvidaron, porque hacerlo hubiese supuesto renunciar a la dignidad con la que habían vivido los fusilados antes de serlo, cuando simplemente eran vecinos de sus pueblos y se ganaban la vida como podían. Los más afortunados contaban con alguna foto en blanco y negro, arrugada, desgastada por los bordes y cuarteadas por el efecto de las lágrimas cayendo sobre el papel cada vez que los necesitaban cerca de ellos, que eran todos los días desde su ausencia. Los que no tuvieron tanta suerte, tuvieron que conformarse con el tono del reverbero de su voz y de su risa en su recuerdo, de sus gestos, su manera de hablar, de sentir y de tocar; con la nobleza de su mirada y su tozudez de pensamiento. En sus mentes seguían viviendo, y el calor que les producía recordarlos los mantuvo en pie cuando las fuerzas hacían aguas y se encontraban encayados en un mar de rocas de incomprensión, soledad y silencio.



Pasaron los años, murió el fascista en la cama (algo que no se podrán perdonar), y algunas cosas comenzaron a cambiar. La luz fue introduciéndose en esa sociedad oscura y acartonada y el país cambió de rumbo. Miró al horizonte, se miró a sí mismo, vió cuán distintas eran sus manos respecto de sus piernas, sos orejas de sus rodillas, pero entendió que necesitaba su cuerpo entero para caminar con seguridad hacia aquel camino del que un día se distanció. Sin embargo, quedaron muchos cabos por atar, y a pesar de que se ha avanzado mucho en todos los ámbitos sociales, económicos y culturales, los gobernantes, del sucesor del dictador para abajo, no tuvieron la valentía de mirar al pasado más reciente y doloroso a los ojos, y a consecuencia de ello miles de personas se vieron obligados a cargar, en un mundo nuevo, con el mismo peso muerto con el que les cargaron a la fuerza desde que les arrebataron a sus hijos, a sus padres, a sus nietos.



Por eso hoy, en pleno 2.015, actos como los que se vivieron hace unos días en dos pequeños pueblos a las faldas del Moncayo, Torrellas y Novallas, aunque tardíos, aún sabiendo que muchas de aquellas mujeres y hombres que sufrieron en primera persona y vieron como les arrancaban de su seno a sus hijos, o de su corazón a sus maridos habían muerto, se celebró que al fin, casi ochenta años después de aquella barbarie, se habían hallado los cuerpos de varios vecinos del pueblo y de otros cuya identidad no pudo determinarse; se congratularon de poder desenterrar de varias fosas en pueblos no muy lejanos una multitud de huesos: fémures, homóplatos, caderas, tibias, radios, cráneos... Personas.




Fueron homenajes humildes, pues de ningún otro modo los hubiesen querido para sí los asesinados. Sin ánimos de revancha, ni venganza, sólo la alegría de tenerlos con ello inundaba los recintos que completaron sus aforos, tal era el deseo de vecinos y allegados de acompañar a las familias en una jornada especial, histórica. En ambos, tomaron la palabra los protagonistas de aquella jornada, que no podían ser otros que los familiares. Fueron los momentos más emotivos.



Subió al escenario la biznieta pelirroja, hija de una mujer pelirroja, a su vez nieta de aquel cuyo color de cabello delataba su afinidad hacia la Republica. Quisieron hacerlo desaparecer, pero su semilla y su recuerdo perduraron en cada una de sus simientes que fueron naciendo, y aquellas melenas de fuego, indomables, a buen seguro impidieron olvidar a los que ordenaron su muerte la cara de aquel inocente al que ordenaron asesinar sin que les temblase el pulso. También tomó la palabra el hijo de un fusilado para recordar que cuando, siendo niño, viajaba con su madre a Tudela en el autobús, al pasar por un terreno cercano a Cascante, la mujer se santiguaba y le susurraba, bajito, "ahí lo tienes enterrado". Desde entonces, cuando casi no conocía el significado del gesto que realizaba, se ha venido santiguando él también al hacer el mismo trayecto con el coche. Así mismo se escuchó la confesión de una hija cuya madre, viuda a la fuerza, jamás quiso ser enterrada con una lápida que indicase su nombre, origen ni fechas de nacimiento y fallecimiento, pues "si mi marido no la tuvo, yo tampoco".



Incluso llegó a subir al estrado el actual Alcalde del pueblo de Cascante, de donde llegaron a Novallas un grupo de exaltados para asesinar a varios vecinos de Novallas. Lo hicieron a las afueras del pueblo, en el término de Urzante, y por aquellos execrables actos, la máxima autoridad de su pueblo pidió perdón y mostró sus respetos hacia los restos de aquellos inocentes que una noche, maniatados e indefensos, ni siquiera pudieron mirar de frente a la muerte que los atravesaba.


Habló también Paco Etxeberría, el verdadero artífice del rescate del olvido de los cuerpos de los fusilados que, junto a su magnífico equipo de la Sociedad Aranzadi, al fin recompusieron, si no la paz, si al menos calmaron la impotencia callada durante décadas por no poder acudir al encuentro de sus familiares con la normalidad y el recogimiento que merecían.



Finalmente, en silencio, cargaron con las cajas que contenían a sus seres queridos y con el orgullo de saber que al fin descansarían con sus familiares. Recorrieron el camino que conducía al cementerio y allí, con el mismo celo con el que una madre recoge del suelo a un hijo que se ha caído, la tierra se abrió y las lápidas y panteones se descubrieron para restituirles el descanso digno que nunca les debieron arrebatar. Los años de lucha de los nietos, de los sobrinos, de los hijos... al fin, tuvieron recomensa. Se abrazaban y lloraban. Lloraban sus lágrimas y las lágrimas de los que murieron en el camino de conseguir lo que en ese momento estaban haciendo. Era un llanto de felicidad, unas lágrimas que, por primera vez, no tenían un sabor amargo.




Redacción y Fotografía
Santiago Navascués


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

miércoles, 29 de abril de 2015

PRÉSTAME TU AMOR de Javier Romero










Nunca quebré el camino
por acercar mi aliento a tu sonrisa,
por latir en el filo
de tu miedo.

Temo herir tu sonrisa
si cruzara despacio
el corazón cerrado de la niebla.

Tal vez hoy yo consiga
acercando latidos
atravesar la piedra donde nace
el gotear del agua
de nuestro dócil miedo.

Abandona tu miedo.
Nunca será mi piel un desafío.
Acaso una pregunta.
Tal vez playa.

Quizá llegue a abrazar con mi latido
la luz que no quería ser amada
en la lejana piel de tu silencio.

(Leonor Nadir)




PRÉSTAME TU AMOR de Javier Romero


Hay quien dice que las cosas suceden porque si, sin darle mayor importancia a los sucesos que pasan en la vida, ya sean para bien o para mal. Pasan y ya está. Pero a mi esta rotunda afirmación no solo me parece simplista, sino cobarde; pues no querer preguntarte o pararte a pensar que todo lo que hacemos en la vida tiene su causa y efecto, por no ser o bien capaces de quedarnos a solas con nosotros mismos y reconocer nuestros errores, o bien, y lo más probable, es que aún reconociendo que hemos cometido fallos, seamos incapaces de asumirlos.
El mundo es demasiado perfecto como para que todo pase por simple azar. Sería como pensar todavía a estas alturas que salimos de la nada, que un Ser supremo del que tampoco se sabe de dónde vino, nos colocó aquí tal cual somos y puso a nuestra disposición al resto de criaturas salidas también de la más absoluta Nada.
 Un soplo divino, el viento. Una lágrima celestial, la lluvia. Y eso es todo. Nada es el hombre pues. No, en absoluto. El ser humano lo es todo. Todo. Y como centro del universo, somos dueños de nuestros actos, aunque no siempre sepamos actuar racionalmente, y tropecemos no dos veces con la misma piedra, si no mil ¿Y no es eso lo maravilloso de estar vivo? sentir, querer, errar, rectificar, obviar, elegir, decidir, pensar, enfrentarse  y hasta huir, pero ante todo vivir.
No me cansaré de repetirlo, pero si el Destino es caprichoso, el Karma es implacable.
Y en mi Destino se cruzó un día Javier Romero, y  fue dejando en mi senda pequeños momentos de reflexión y disfrute; altos en el camino para permitirme tomar aire, ver la vida desde otra perspectiva y verme a mí misma desde el otro lado del espejo. Paradas, en ese trotar y discurrir de la vida, en forma de novelas, tres para ser exactos y ya vislumbro el cuarto apenas unos pasos de este último parón. Si, nada sucede por azar y conocer un día a Javier no iba a ser menos, y poder hoy disfrutar de su tercera novela, tampoco iba a serlo. Lo dije cuando leí por primera vez su trabajo, aquella primera novela que está tan cerca como lejana de esta tercera, pues si bien parece que el tiempo no haya pasado, este mismo tiempo transcurrido nos demuestra que no fue la casualidad la que hizo triunfar ese primer trabajo suyo, no. Uno no llega a forjarse un nombre y crear una trayectoria literaria como ha hecho Javier Romero, si no hay trabajo duro y talento detrás. Si, ya lo dije anteriormente, pero Javier ha creado un antes y un después en la literatura romántica contemporánea.
Yo no estaría escribiendo esta reseña, ya la tercera en la carrera del escritor madrileño, de no ser por aquel primer libro que comencé leyendo con reticencia y llena de prejuicios hacia este género literario y que acabé llena de emoción y con una idea clara en la cabeza: la novela romántica de antaño, había muerto ¡Larga vida a la nueva literatura romántica! y lo dice alguien que tras infructuosas y decepcionantes como clones, como copias, como leer la misma historia una y otra vez lecturas de novelas románticas, se negó a seguir perdiendo el tiempo leyendo nada más sobre este género, denostado durante mucho tiempo debido a la falta de ideas, de asumir riesgos y de dejarse la piel en ello de ciertos escritores “románticos”.
No, por supuesto que no fue casualidad, ni que esa primera novela cayera en mis manos, ni mucho menos que a día de hoy ya estemos hablando de la tercera y cuarta. Karma, si, por supuesto.  La justa recompensa a un buen hacer literario y a la valentía de un hombre que cayó en un mundo normalmente copado por mujeres y que nos ha demostrado con creces a todas y a todos, que el romanticismo de calidad, también es cosa de hombres. Incluso más que una copa de Soberano.

LA NOVELA:

Javier Romero no deja de sorprendernos con cada nuevo trabajo. Mente prolífica donde las haya y una inquietud literaria digna de los grandes autores, Javier no solo nos presenta originales historias cargadas de sorpresas, acción, intriga, comedia, drama,  además nos involucra en ellas, desde la primera página hasta la última de manera magistral; lo consigue perfilando personajes, tanto que los convierte en personas reales fáciles de imaginar en la trama y consiguiendo que nos sean identificables en la vida real, creando un universo literario tal cual es la vida misma. Su narrativa es sencilla, fluida, liviana, todas y cada una de las frases de sus personajes serían dichas por nosotros de igual manera, y eso, eso justamente es lo que hace de este autor, un escritor accesible, un escritor del día a día. Y por eso nos gusta tanto, porque nos hace sencillo, lo que en realidad puede llegar a ser  muy complicado: las relaciones amorosas.

María, la que fue la mejor escritora de romántica del momento, una mujer que en otro tiempo lo tuvo todo, que no dudó en utilizar a todo aquel que tenía a su lado, incluso tiranizándoles, una mujer sin escrúpulos que tenía como Leiv Motiv, El Fin justifica los Medios, se ve ahora por caprichos del Destino al otro lado del espejo; relegada al olvido, sobreviviendo en un empleo sin futuro y sufriendo en sus propias carnes la tiranía y la pedantería de quien cree estar por encima del bien y del mal, no solo se siente bien con su nueva vida, sino que está convencida que es el justo castigo que merece por su actitud pasada. Pero es que el Karma no se deja influenciar por nada ni por nadie, no es uno mismo quien decide si tiene lo que se merece, es este, el Karma, quien lo hace. Y es quien pone punto y final a un camino lleno de espinas y algunas rosas.”
Javier Romero, una vez más nos trae una historia de esas que traspasan el papel, para convertirse en parte de  uno mismo. Personajes estructurados, reales incluso un guiño fabuloso a varios de sus personajes de su primera novela y una trama que te hará sentir que de no ser una novela, podría ser la vida de tu vecina de al lado…



…¿Y si lo fuera?...










PRÉSTAME TU AMOR
Javier Romero


ISBN: 978-84-943035-4-8











Una reseña de Yolanda T. Villar


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

martes, 28 de abril de 2015

Café Literario en Letras a la taza - La Puerta Pintada

En pleno corazón de Tudela, la segunda ciudad de Navarra, nació hace unos meses una nueva experiencia de contacto con la cosa literaria: Letras a la taza. Se trata de un ambicioso proyecto llevado a cabo por socios jóvenes y emprendedores que, tomando como referencia las propuestas más novedosas en el sector en las grandes capitales, arriesgaron fe e ilusión a partes iguales con el objetivo de ofrecer a sus vecinos la oportunidad de ligar la literatura con diferentes propuestas: desde tomar un café o disfrutar de su terraza a pie de calle hasta asistir a maridajes armónicos entre los libros que ofertan y distintas artes plásticas como la fotografía, la escultura, e incluso sensoriales, como una cata de vino.
Y como no podía ser de otro modo, también proponen presentaciones de libros, talleres infantiles, cuentacuentos, conferencias, teatro, propuestas bilingües u otras como la que hoy quiero traeros.
Hace apenas dos semanas, con la colaboración de Carlos Aurensanz, autor al que recientemente hemos reseñado y entrevistado, pusieron en marcha un café literario en el que escritor y lectores le tomaron el pulso a La Puerta Pintada, la última novela que ha publicado de la mano de Ediciones B.

 
A través de las preguntas que iban surgiendo por parte de los asistentes, Carlos fue desgranando su forma de trabajo, de documentación, de cómo fue atrapado por esa historia cuando, una mañana, frente al espejo y a medio afeitar, le vino a la mente los primeros trazos de una historia que había conseguido reunir en la librería a un público muy variado.
Mientras sonaba de fondo la banda sonora que escuchaba uno de los protagonistas principales de la novela, el escritor trasladó a los asistentes en una amena exposición por los distintos lugares en los que transcurre la novela: la Catedral de Tudela, sus tejados, sus torres, la casa del campanero... pero también por los distintos puntos de la ciudad de Tudela, las orillas del Ebro y, como no, por el frente de Aragón, en el Belchite viejo, un lugar mágico y sobrecogedor cuyas ruinas son el testimonio alzado -mientras duren- de la destrucción de la guerra y del horror que ésta causa allí donde se desata.
Sin que nadie se diese cuenta, transcurrieron casi dos horas desde el inicio. El público que se había congregado, antes de que Carlos diese por concluido el evento, le animó a seguir escribiendo y le citó a volver a verse las caras dentro de unos meses, cuando su nueva novela, en la que ya está trabajando según palabras del propio escritor, sea publicada.
No cabe duda que así será, pues Aurensanz es alguien muy persistente en su trabajo y, a pesar de que va contrarreloj, asistirá a su cita con la misma disposición de siempre. Sirva entonces como escenario el de Letras a la Taza para volver a vernos todos las caras, y todos aquellos que os animéis tras leer esta entrada. Habrá lugares similares, pero no mejores.

jueves, 23 de abril de 2015

AZUL TURQUESA. Cómic sobre la Comunidad Sorda. De Isabel de la Heras Vidal





Hay quien considera que soy un gato afortunado, que puedo trotar y vagamundear a mis anchas por todas partes  sin correr demasiados riesgos ya que, entre mi astucia y mis sentidos, me adelanto la mayor parte de las veces a los “sustos” que la calle puede enviarme; y además, cuando me canso de todo eso, tengo un hogar agradable, confortable  y donde me quieren mucho , que me espera tras una larga jornada satisfaciendo mi curiosidad y mis ganas de saber siempre qué hay más allá de lo que se ve a simple vista. Y es que es justamente eso, quedarse con lo que se ve sin más, nos hace perdernos maravillosos lugares y magníficas personas.

Al otro lado de mi terraza, tras la ventana de una cocina, me observa  atentamente un gatito naranja de rayas, me sigue con la mirada y anticipándose muchas veces a mis movimientos, corre hacia la ventana de al lado para poder verme mejor cuando yo decida saltar y marcharme por el paraíso de tejados de mi ciudad; no falla, siempre sabe cuál va a ser mi próximo paso. Él no sale nunca de casa, pensé que se debía a que tal vez fuera un poco cobarde, pero tras comprobar que ni los petardos, ni los frenazos, ni el  elevadísimo volumen de la música de ciertos coches logran asustarle, tuve que reconocer que el gatito naranja era todo un valiente. Pero da igual que él no salga de casa, pues nos entendemos a las mil maravillas aún en la distancia: que yo salgo a la terraza y estiro mis patas delanteras, él sabe que me voy a subir a la barandilla, si él se despereza y comienza a tumbarse junto a la ventana, se que el pequeñín tiene sueño y durante un rato estará en brazos de Morfeo, y si él se despierta y me ve mirando atentamente al cielo y en posición de acecho, alza el cuello, mueve el rabo y sale corriendo hacia su balcón porque sabe sin lugar a dudas,  que un pájaro anda cerca de nuestro territorio. Al pequeñín no le hablan sus dueños como a mí, ni hacen sonar la bolsita con el pienso para atraerle hasta la cocina, tampoco gritan su nombre mil veces cuando distraídamente araña el sofá de casa, a mi amigo las personas le hablan como si fueran gatos: con gestos. Dos manos enlazadas por el pulgar y moviéndose quieren decir “pájaro”, un pulgar levantado hacia arriba es “si, bien, bravo” y si mira hacia abajo es el temido “no, basta, gatito malo”, y si bien a nosotros los gatos no nos hace falta maullar para entendernos, tenemos que hacerlo para que los humanos nos entiendan, aunque por una vez, como pasa con mi amigo el pequeñín de la ventana, no está nada mal que las personas aprendan nuestra lengua para comunicarse con nosotros.

Mirar sin ver lo que hay más allá nos haría perdernos muchas cosas, como lo interesante, astuto y cariñoso que es mi amigo de rayas naranjas, pues aunque el pequeñín es SORDO, nos hemos convertido en grandes amigos porque ni él ni yo, necesitamos maullarnos para entendernos. Si el mundo callara de vez en cuando y aprendiera a comunicarse por gestos, mi amigo al fin, podría salir a la calle sin temor a no entender lo que pasa a su alrededor y el resto, no tendría miedo a permanecer en silencio  y mirar y ver, lo que hay más allá de los sonidos.


AZUL TURQUESA. Cómic sobre la Comunidad Sorda.


Creo que es la primera vez que en este blog reseñamos un cómic, bueno, no creo, lo se. No hay ninguna razón en concreto para que esto haya sido así, bien sea porque me atraen más las palabras que las imágenes o porque tal vez no haya encontrado un cómic que me haya atraído lo suficiente como para hacerlo, pues habitualmente, entre la oferta de libros del mercado y la necesidad de elegir uno para reseñar el tiempo no da más de sí la elección siempre suele ser una novela, o tal vez un cuento. Pero hasta ahora, nunca había elegido un cómic. Pero es que hubo algo desde el primer momento en que vi en Círculo Rojo, Azul Turquesa, su portada se clavó en mi retina y no veía más que manos blancas agitándose como alas, como palomas mensajeras las cuales tenían un mensaje importante que transmitir y si no las cazaba al vuelo y me paraba a escucharlas, nunca sabría qué querrían decirme.
Ya no podía pensar en otra cosa, ni elegir ningún otro libro, solo veía manos revoloteando sobre un cielo turquesa, y entonces lo vi claro: el cómic me había elegido a mí.

Un cómic sobre la Comunidad Sorda. Y pensé, ¿solo será para sordos? ¿Estará lleno de símbolos o de historias, o enigmas que tan solo entiendan las personas sordas? Tal vez estos, como en un club selecto o una Logia, tengan claves o un tipo de humor que tan solo ellos entiendan ¿No? ¿Y si la Comunidad Sorda se divierte, pasa su tiempo libre, tiene hobbies o gustos totalmente diferentes a los oyentes? La verdad es que no es mucho lo que sabía al respecto y temí no haber elegido el libro adecuado, ¿y si era un rollo o estaba lleno de reproches estereotipados hacia nosotros, los oyentes? que no sabemos escuchar a pesar de oír, que no teníamos en cuenta  a las personas con necesidades especiales, que no somos nada solidarios. Y entonces caí en la cuenta ¿Porqué un cómic sobre la Comunidad Sorda, iba a estar dirigido única y exclusivamente a los que no lo somos? ¿No se llamaría pues de otra manera, tal vez, Cómic sobre la Comunidad Oyente? y me di cuenta de la cantidad de tonterías que pensaba, y que por extensión, pensamos todos cuando nos referimos sin conocimiento de causa, a las personas sordas.
Tal es el desconocimiento al respecto que pocos o muy pocos oyentes me apuesto lo que sea en esta afirmación míasabemos siquiera la diferencia entre sordera o hipoacusia. Y mucho menos entre los diferentes tipos de esta última, claro, si ni siquiera sabíamos que existía, como para saber que además hay distintos niveles de una y otra. Y aunque en una ocasión durante mi adolescencia, un médico me diagnosticó “sordera selectiva” ante mi desinterés por lo que los demás me decían, nunca he sentido ni imaginado siquiera, lo que puede ser vivir en un Mundo de silencio cuando el Universo que te rodea es exageradamente ruidoso, y no solo no oímos lo que dice el vecino, es que ni siquiera nos molestamos en escuchar cuando se dirige a nosotros; imaginad la atención que prestamos entonces a aquellos que ni siquiera pueden hablarnos.
Azul Turquesa no es un manual para oyentes  sobre la comunidad sorda, no esperes encontrar un manifiesto contra esa otra parte de la sociedad que oye aunque no escuche y mucho menos es una retahíla de quejas sin más de los que no pueden oír, no, no es nada de eso.
Azul Turquesa es una ventana abierta a ese mundo que no vemos a simple vista porque no reclama nuestra atención a gritos, ni con palabras altisonantes ni rimbombantes, un mundo que está tan cerca de nosotros que al igual que le ocurre a un hipermétrope, no ve de tan cerca que lo tiene, o lo ve distorsionado por no tener la capacidad de distanciarse un momento de sí mismo y mirar desde lejos lo que la ignorancia o el desinterés, pixela y confunde con el paisaje, haciendo de personas y objetos, una misma cosa. Isabel de las Heras Vidal, nos muestra de una manera sencilla, natural, pero de manera contundente ese mundo que no es otro que el nuestro propio, solo que visto desde el otro lado del sonido; el mismo mundo, la misma vida, las mismas personas con las pasiones, los sueños, los intereses, las emociones que el resto de habitantes de este loco mundo nuestro en el cual si no gritas, parece que no te hagas entender. 
Azul Turquesa nos muestra el largo camino recorrido por la Comunidad Sorda y el mucho  trayecto que aún queda por recorrer, pues aunque todos somos iguales, las diferencias existentes no deberían separarnos, si no unirnos más todavía para así lograr entre todos, enriquecer este mundo nuestro, pues si en la diversidad está la riqueza, imaginad que ricos seríamos si pudiéramos convivir sin barreras todos juntos; pues si hay una gran diferencia entre sordos y oyentes, y es que los primeros tienen que enfrentarse e intentar superar día a día, con las barreras que los segundos hemos puesto en su camino para facilitarnos el nuestro.
Mucho egoísmo y poca empatía.

Azul Turquesa e Isabel de las Heras Vidal se han propuesto echar sus manos a volar para acercarnos entre nosotros, y que la libertad de unos, no sean las cadenas de otros. Un cómic educativo, entretenido, que te arrancará más de una sonrisa y te sacará los colores porque una vez has abierto y enlazado tus manos, te sentirás identificado de una u otra manera.
Y piensa en esto ¿No estudiamos inglés para llegar a más gente y que se nos abran más puertas? ¿Por qué no hacer lo mismo con la lengua de signos, y esta vez sí, llegar a todo el mundo?


 Este Gato de patitas blancas, las abre, enlaza y echa a volar sus pensamientos sin emitir un solo sonido, porque en este momento ya no es Trotero blanquinegro, hoy también es  Azul Turquesa.









AZUL TURQUESA. Cómic sobre la Comunidad Sorda

Isabel de las Heras Vidal







UNA RESEÑA DE Yolanda T. Villar

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS


miércoles, 22 de abril de 2015

PASIÓN POR LOS ENIGMAS de Áurea-Vicenta González






Cuando éramos  pequeñas, a mi mejor amiga y a mí nos gustaba ir a jugar a una acequia que había tras nuestro colegio; estaba entre medias de una huerta y un campo de flores silvestres, apenas llevaba agua pero nos encantaba jugar a que en realidad era el río Mississippi y hacíamos que nuestras muñecas navegaran por sus aguas subidas a una madera, que al acabar el juego guardábamos tras unos arbustos. En la huerta de al lado siempre había un hombre sentado bajo un chamizo, con un cigarrillo entre los labios y un bastón de madera en las manos, era el hombre más viejo del mundo, o eso nos parecía a nosotras, porque hasta ese momento no habíamos visto a ninguno más viejo que él y eso que nuestros abuelos eran viejísimos, de cuando la guerra de España, decíamos mi amiga y yo para establecer una comparación. Nosotras le saludábamos siempre al llegar y por supuesto al marcharnos, eso era al menos lo que nos decían nuestros padres que hiciéramos, pues “el tío Manolo” era un buen hombre. Y eso era todo lo que sabíamos de él, pues nunca nos dirigía la palabra a ninguna de las dos.

En realidad nos importaba muy poco lo que ese señor hiciera o dejara de hacer, mientras no se metiera en nuestros asuntos, su presencia o no presencia en la huerta nos era indiferente. Nosotras estábamos muy ocupadas con un Misterio que nos afectaba directamente; mi amiga lo llamaba milagro, yo hechizo y el resto de amigos, “mentiras vuestras”. La cuestión era que tras un par de días jugando con la tabla en el agua, estaba acababa hecha una pena, desvencijada y muchas veces prácticamente rota, ¡más de una vez naufragaron nuestras pobres muñecas en el Mississippi de huerta y descampado! pero cuando volvíamos al día siguiente y buscábamos la tabla tras el arbusto, esta estaba nueva, seca y en ocasiones hasta era más grande ¡Todo un misterio sin resolver!  Nuestras tablas renacían una y otra vez.
 Pero un día, nuestra tabla dejó de revivir y si rota la dejábamos, rota la encontrábamos, ya jamás volvió a estar nueva y mucho menos seca. Nuestras barcas para muñecas, misteriosamente desaparecieron el mismo día que al “tío Manolo”, le desapareció la huerta bajo la pala de una excavadora.
Un gran enigma que ocupó nuestros pensamientos y nuestras charlas durante largo tiempo, hasta que la vida nos puso otro misterio delante y este, se llevó toda nuestra atención olvidando para siempre, o casi, el misterio de las tablas de madera…y el recuerdo de aquel hombre viejísimo, que aún siguió siéndolo durante muchos años más.


PASIÓN POR LOS ENIGMAS de Aurea-Vicenta González

Cada vez que llega a mis manos una nueva novela de la escritora Vicenta González, no puedo evitar sentir una grandísima curiosidad por saber con qué acertijo nos sorprenderá esta vez; si, he dicho acertijo. Y es que las historias de Vicenta nunca son lo que parecen ser al principio. Comienzas su lectura y te encuentras con una historia que conforme vas avanzando página a página, esta parece ir escribiéndose  casi al mismo tiempo que lees, para pillarte totalmente desprevenida y que ni la curiosidad por saber más antes de tiempo te haga mirar la última página “solo un momento”, ni puedas decir eso de “¡lo sabía!” sin haber llegado a leer el final. Y es que aunque intentes hacerlo, no te saldrá bien la jugada.
Las novelas de Vicenta González están vivas, tanto que yo diría que son ellas las que obligan a su autora a darles forma línea a línea, sorprendiéndola a ella misma sobre el devenir de la historia, única manera posible de no desvelar antes del momento justo nada que la propia novela no quiera que sea desvelado; son historias que han de leerse desde la primera letra hasta la última, sin saltarse ninguna o te encontrarás en la tesitura de que “algo” se te ha escapado. Tengo la impresión que entre líneas, hay otra novela oculta en la propia novela.

Un auténtico misterio, si.

Y por supuesto esta novela no iba a serlo menos que las anteriores, sobre todo porque esta vez Áurea-Vicenta González nos lo dice desde el principio, Pasión por los enigmas, la titula ¿Y qué mayor enigma que la mente humana y la vida misma? Nada sucede por azar, creemos en lo que nos parece ver, pues no siempre lo que vemos es lo que es, y aún así nos empeñamos en creer que es cierto y esta certeza tan absoluta que creemos tener, nos enfrenta al más terrible de los desafíos: nosotros mismos  y la realidad en la que nos movemos. O creemos movernos.
Beatriz es una muchacha culta, inteligente, con una educación universitaria excelente, pero a la cual la vida no parece sonreírle a pesar de lo mucho que se ha esforzado en ello; sin familia, atrapada en un trabajo que apenas le da para cubrir gastos, sumergida en continuos recuerdos de tiempos pasados y rodeada de muebles y enseres que parecen hechos para vivir una vida que no es la suya, y que a ella sin embargo, parece no importarle. Hasta que el Destino se torna caprichoso como en ocasiones le gusta volverse y pone en su camino una inesperada fortuna, tan enigmática en su procedencia, como misteriosa su finalidad.
Comienza entonces la protagonista un periplo de idas y venidas con la dichosa fortuna sobre sus hombros, como una losa cuyo bajo peso se le escapara la cordura, una angustiosa huida hacia adelante cuando, tal vez, la única manera de escapar sea la de pararse y plantar cara a ese caprichoso y mudable Sino, pues su Destino, todavía no ha dicho la última palabra.

Una novela corta de extensión pero de una intensidad narrativa que nos hace preguntarnos una y otra vez a lo largo de la misma ¿Qué Es lo que parece, y que es lo que Es en realidad? Y es que hay enigmas tan complicados de plantear como sencillos de resolver una vez pasado el tiempo y visto con la serenidad que da la distancia.

Como aquellas tablas de madera que una y otra vez resolvían la navegación de aquellas muñecas por un río que en realidad, no era más que una acequia.






PASIÓN POR LOS ENIGMAS
Aurea-Vicenta González Martínez

Edita El Fantasma de los Sueños, S.L.

ISBN: 978-84-15799-57-3







Una reseña de Yolanda T. Villar


©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

jueves, 16 de abril de 2015

De frustraciones, autopublicaciones y otras formas de atentar contra la literatura

No deberías leer este artículo si eres un escritor novel sin capacidad de autocrítica, ni intención de valorar el peso de tu trabajo.
No deberías leer este artículo si eres un editor sin capacidad de autocrítica, ni intención de valorar el peso del trabajo de los demás.

Han pasado dos años desde que me embarqué, junto a mi compañera, en un barco -El Blog de El Gato Trotero- cuyo destino tenemos claro. El viaje no está resultando fácil. Pero era algo que teníamos claro antes incluso de botar la embarcación: Intentar ser un faro fiable y seguro en mitad del océano, un vigía de los textos para orientar a los lectores hacia un salvoconducto que les haga escapar de las tormentas y el violento oleaje de un mar embravecido. Nada más ni nada menos. Es seguramente una empresa muy difícil de llevar a cabo, un camino trufado de baches e incógnitas, pero es un trayecto que iniciamos por convicción precisamente por ello, porque como decía Ciceron, "cuanto mayor es la dificultad mayor es la gloria".
Durante estos meses de travesía hemos tenido contacto con escritores, hemos arrivado a las costas de decenas de editoriales y en los muelles, repletos de viandantes y mercancías de mayor o menor valía, hemos tratado con agentes literarios, esos hombres y mujeres dotados de un sexto sentido para saber identificar antes que nadie qué producto es excepcional por encima de los de calidad aceptable, y por supuesto de los que nunca podrán ser ofertados en las grandes lonjas de la cultura.
Hace pocos días, charlando con un escritor, hablábamos de los grandes males que asedian al sector literario, de la multitud de agentes externos e internos que hacen cada vez más dificultoso que sea un negocio viable y con visos de perdurar en el tiempo, que sea capaz de generar bienestar en todos los estamentos que participan en el mismo. Y es precisamente de todo esto de lo que hoy me gustaría hablar con vosotros.
La experiencia que nos ha otorgado todo este tiempo de lucha desde los inicios de nuestro blog nos ha permitido poder tomarle el pulso a nuestro paciente. Las editoriales señalan (amén de la reducción del IVA cultural) el descenso de lectores en España, cuyas cifras interanuales van menguando con preocupante rapidez. Por su parte, los escritores que no viven de la literatura, más del 95% del gremio, se quejan de lo difícil que resulta hoy hacer realidad de papel o digital cualquiera de sus manuscritos. Son dos partes claramente diferenciadas, los dos extremos de una misma soga cuyas posturas son muy interesantes de estudiar y de debatir, pues no siempre se tocan.
Me gustaría hablar de lo que toca directamente al escritor. Fundamentalmente al escritor que empieza y también al escritor que, aún con varios libros publicados, su carrera no termina de levantar el vuelo como él espera.

 Imagen original, aquí


La rentabilidad es inherente a todo negocio, pero un negocio como el que hablamos, el de la literatura, que no deja de ser un arte, no puede estar sometido a los dictados de la matemática financiera. Y no puede estarlo porque la literatura, que es la muestra escrita de una danza antigua entre la capacidad intelectual y la belleza, jamás puede estar coartada o privada de su plena libertad en pos de un balance de resultados positivo después de impuestos. Porque puede darse el caso (y hoy se da con más frecuencia que nunca) de encontrarnos con lecturas que engordan las cuentas corrientes de las editoriales pero sumen al lector en un estupor mental. Ello se debe a que el sistema económico en general busca el beneficio de los productos que fabrica, con el añadido de reducir al máximo los tiempos que transcurren desde su fabricación hasta su venta. El sector editorial no permanece ajeno al mundo que le toca vivir, y lejos de convertirse en una suerte de mecenas de la cultura, parece pretender lanzar un producto al mercado con la intención de recuperar lo antes posible la inversión realizada.
Raro es el libro que genera en un lector una necesidad imperiosa de poseerlo el mismo día de su lanzamiento. Existen, pero suelen ser obras que cuya espectación no radica en sí mismas, si no en una obra anterior que la precede, (habitualmente vinculadas en forma de trilogía o derivados) o es una criatura que llega a las librerías de la mano de un escritor consagrado y avalado por el público, lectores fieles a un estilo definido y a una pluma que les satisface. El resto de libros, la gran mayoría, necesitan de otros tiempos, que en ocasiones van de los dos o tres meses hasta sobrepasar incluso el año desde su publicación. Son libros con una evolución lenta, cocida a fuego pausado y aderezado con el boca a boca, cuyas ventas van tomando forma si se les otorga una oportunidad en las librerías y espacios de cultura de los centros comerciales.
Esta mentalidad de lo inmediato, de alcanzar el éxito comercial a corto plazo, se ha ido filtrando en el inconsciente del escritor y hoy más que nunca, muchos nos preguntamos si lo que un autor escribe es lo que su cuerpo le pide escribir, o es lo que su cerebro le recomienda escribir. Da la sensación, en ocasiones, de encontrarnos ante escritores que no buscan tanto que el éxito se produzca de dentro (de ellos) a fuera (al público), sino todo lo contrario: que el éxito, en lugar de ser una consecuencia, sea el leitmotiv que les coloca ante el folio en blanco. Y ésto, como el sueño de la razón de Goya, genera monstruos, algunos de ellos verdaderos asesinos de inabarcable voracidad.
El primero de los monstruos es la frustración. Existen autores que se lanzan a escribir una novela de un género determinado con la justificación de ser ese el que está en boga, al que una ingente cantidad de lectores se entregan de manera coyuntural. Y sin embargo, son rechazados por las editoriales.
Pongamos ejemplos. Imaginemos que hablamos de la novela histórica. ¿Cuántas novelas se han publicado de género histórico en los últimos diez años? Muchísimas. Seguramente representarán una parte muy apetecible de todo el pastel literario ofertado en nuestro país. Y sin embargo ¿cuántos autores que surgieron entonces, en esa década, han conseguido mantenerse con al menos tres novelas históricas que no guarden relación entre ellas? Vaya, seguramente ya no son tantos. Si además le restamos los autores extranjeros, la cifra queda bastante mermada respecto de la incial. Para muchos será difícil alcanzar la docena de autores a enumerar en voz alta.
Con esto quiero decir que es muy difícil alcanzar el éxito, pero mayor aún es repetirlo. La primera vez la suerte juega un papel importante. Para alcanzar el éxito con tu tercera novela la suerte sigue estando ahí, pero ha quedado arrinconada ante el empuje de la experiencia, el esfuerzo y la autoexigencia. Por ello, escribir una novela de un género determinado porque a priori está de moda, quizá te de, en el mejor de los casos, un éxito fugaz, pero si quieres ser un corredor de fondo, lo primero que debes asumir es que incluso escribiendo novelas de moda también puedes fracasar, y cuanto antes lo interiorices, antes dejarás paso a lo que clama dentro de tí para que le des un lugar sobre un papel escrito.
El segundo de los monstruos surgidos por alcanzar el éxito viene de la mano de la autopublicación. Se trata de una modalidad surgida hace escasos años que coloca en el mercado las obras de aquellos autores que no han conseguido ubicar sus manuscritos a través de los cauces tradicionales. Tiene un lado muy positivo, que es el de dar a conocer, generalmente a través del boca a boca, a distintos autores con capacidad para tener un hueco en el ámbito literario pero al que no le habían dado una oportunidad las editoriales. Suelen ser tiradas pequeñas, que se venden mayoritariamente a amigos, conocidos y familiares en un alto porcentaje, y que luego se colocan en las librerías del barrio o de la ciudad del autor correspondiente. Pero tiene al menos dos vertientes negativas: la primera de ella es la de aumentar desorbitadamente los egos de una manera irreal, ya que del mismo modo que tener un piano no te convierte en pianista, no tenerlo no significa no serlo; la segunda se caracteriza por la ausencia de una valoración externa, profesional y crítica de la obra, lo que conlleva que casi "cualquier cosa", dinero mediante, conseguirá un ISBN con el que salir al mercado. Huelga decir que en muchos casos la calidad del producto no alcanza el mínimo deseado, lo que deriva en que a medio y largo plazo el perjuicio es mayor que la ganancia obtenida a corto, y no pasarán de vender muchas más copias que las que puedan colocar entre sus círculos más o menos cercanos.
El tercero de los monstruos, el más enorme, voraz y despiadado, es el que nace del encuentro, nocturno y alevoso, entre el primero y el segundo, entre la frustracion y la autopublicación. Es el más peligroso de todos, el que atenta contra la dignidad del escritor, contra el valor de su trabajo y contra el futuro de la escritura como profesión. Hablo, por supuesto, de pagar por publicar.
Cuando un escritor no alcanza a vender lo esperado autopublicando, y ve que es muy difícil colocar su obra más allá de las amistades, acaba frustrado. Es entonces cuando la pequeña llama de ilusión que le queda dentro de sí se muestra más menuda y reprimida. Sucede últimamente en esos casos que el escritor decide optar por la opción menos digna: pagar para que una editorial con una capacidad media de distribución le publique. ¿Qué se consigue con ésto?
¿Paga el abogado por defender a un acusado? ¿Quizá lo hace el pintor por pintar una vivienda? ¿Paga el médico por diagnosticar una enfermedad o el fontanero por arreglar una fuga de agua?
Todo aquel que decide pagar por trabajar en lugar de cobrar por un trabajo digno realizado, está condenando su futuro en la profesión, y el del resto de sus compañeros. Porque puede que a uno le nieguen la publicación, puede que uno no alcance el éxito con el que siempre soñó, pero nadie debería vender su dignidad, que es el valor de su esfuerzo.
Imaginad, sí, imaginad, vosotros que os quejáis de un sector que cierra sus puertas a nuevos valores. ¿Qué harán las editoriales: arriesgar su dinero, aunque no sea el que debieran, en descubrir nuevos escritores... o ceder la asunción de ese riesgo y  dejarlo en manos de los ingénuos escritores dispuestos a vender su alma literaria al mejor postor con tal de publicar? Por supuesto tampoco se preocuparán en corregir el manuscrito ¿para qué, si tu les salvas los muebles?
Tu, que pagas la edición de tu libro, eres el único que asume el riesgo del fracaso de tu novela. Tu, que pagas la edición del libro, sólo ganarás dinero cuando tu novela de beneficios, y para entonces, si los da, tendrás un contrato que ni siquiera por asumir ese coste, que debería tomar quién es profesional de la edición, te rendirá mejores condiciones contractuales que las obtenidas de un modo tradicional. Quizá al contrario.
Si las editoriales cada vez ponen más trabas para publicar de manera tradicional es, entre otros motivos, porque existís personas como vosotros, que les cargáis de armas para no cambiar el sentido de su estrategia de negocio. Vosotros conseguís que las condiciones de remuneración de los escritores sean cada vez más bajas y que los márgenes de beneficios para quien debiera ser el mayor beneficiado por la venta de una novela, que no es otro que su creador, mermen con cada generación. No os quepa duda que sois la última y más potente enfermedad que está atacando al oficio de escribir. Si verdaderamente sentís amor por la literatura, hacéos a un lado y no sigáis carcomiendo.
Recobrad la dignidad que os quede. Levantad del suelo. Dejad de llorar y comenzad a creer en vuestro trabajo. Trabajadlo. Corregidlo. Repasadlo. Volved a leerlo. Corregidlo una vez más. Buscáos a varias voces experimentadas que sepan de literatura, y a otros que lean habitualmente, que tengan criterio y a ser posible, o no sean amigos vuestros, o sean amigos verdaderos, pues sólo en esos casos os diran la verdad. Cededles vuestros manuscritos. Pedidles que no os busquen vuestras fortalezas, si no que señalen todas vuestras debilidades, que serán muchas. Estad dispuestos a escucharlas con ánimo de aprender, dejando vuestros egos, inexplicablemente crecidos, en el rincón de pensar. Rehaced vuestra novela conforme a los errores detectados que sean susceptibles de mejorar vuestro trabajo. Corregid una vez más. Leed de nuevo. Volved a enseñarle el resultado a aquellos... Entonces, y sólo entonces, probad suerte mediante la publicación tradicional.
Y si al final el resultado no es el esperado: deshazte de esa novela y empieza una de nuevo. Y si crees que hacerlo de este modo serían semanas, meses, años perdidos, y no estás dispuesto a asumirlo porque piensas que tu esfuerzo siempre tiene que tener una recompensa... No te quepa duda: jamás vivirás de ésto ni serás un escritor. Un escritor trabaja hasta la extenuación sus sueños, nunca los compra porque siente un profundo respeto por todos los que le precedieron, ama apasionadamente la literatura y, en último término, su conciencia de lector siempre le acaba recomendando que una retirada a tiempo también es una victoria, que un buen argumento para una novela bien pudiera ser el que narre cómo un hombre llegó a descubrir y aceptar sus propias limitaciones, y llegó a ser feliz.


Imagen original, Sebastien Wiertz

Una reflexión de Santiago Navascués

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