jueves, 27 de febrero de 2014

LECCION DE HISTORIA





Hablar de Alberto San Juan es hablar de un actor hecho a sí mismo, conocedor de triunfos tanto a nivel personal (ahí está, por ejemplo, su Goya al Mejor Actor Protagonista por su interpretación en Bajo las estrellas) como de la compañía de teatro que cofundó, Animalario, ganadora en 2008 de 9 Premios Max de teatro gracias a la recreación de la vida del mítico boxeador español Urtáin.

Nacido en Cuenca, Alberto es un hombre excepcionalmente comprometido con sus ideas y con su visión del mundo que le rodea, lo que le convierte, en primer lugar, en una rara avis por manifestar públicamente y sin temor sus convicciones, aunque en ocasiones (las más) sean políticamente incorrectas. Pero es que, además, esa extraña obsesión que muestra por ser fiel a sus ideales le lleva irremediablemente a que la sociedad, cada vez más polarizada (y más la española, tristemente) lo ensalce en algunos casos casi como al último gran héroe griego que jamás claudica ante la adversidad o, bien al contrario, desprecie tanto sus palabras como sus propuestas profesionales sin ni tan siquiera emplear su tiempo en escucharle o visionar con atención su trabajo para formar su propio juicio. ¿Cuántos proyectos habrá perdido por su manifiesta posición política de izquierdas? ¿Cuántos habrá ganado? Para bien o para mal, en una sociedad en la que la coherencia política puede producir problemas e induce a ponerse de perfil si se es cuestionado, Alberto San Juan se pone de frente, permanece inmóvil y le da el pecho, dispuesto a ser embestido, sin un solo paso atrás, paso salvador, sí, pero para él, paso vergonzante e inasumible.

En Alfaro, ya en el ecuador de la XVI Muestra Nacional de Teatro Cómicos, Alberto San Juan escenificó lo que para algunos es un monólogo político. Sin embargo, es mucho más que eso. Autorretrato de un joven capitalista español es una arriesgada apuesta por la historia de un país, España, que tiene problemas con su pasado. En algunos casos por miedo a echar la vista atrás, por ese sentimiento que emponzoña el alma cuando se hacen las cosas mal a sabiendas: remordimiento;  en otras ocasiones obviamos el pasado porque consideramos que estamos por encima de él, que nada tiene que aportarnos, que únicamente se hace camino mirando al frente, sin plantearnos mirar por el retrovisor para comprobar que no nos hemos torcido; y finalmente, las más, por simple desconocimiento, por déficit de cultura asimilada, tanto por interés propio de conocer como por la ausencia de un auxilio ajeno que nos ayude a comprender quienes fuimos para entender quiénes somos y plantearnos qué queremos ser.

Alberto, tomando como base datos estrictamente objetivos (cita textualmente discursos, leyes, tratados,…) lanza de manera inteligente preguntas al aire (la Jefatura del Estado heredada del dictador; la vacía Ley de Memoria Histórica; la precarización de la cultura; la gran mentira de El País, que presume de lucha por la libertad y los derechos sociales en los inicios de la democracia pero que se vale de leyes inmorales para echar a cientos de periodistas sin contemplaciones; el extraño y exponencial crecimiento de un partido, el PSOE, que en 1977 tenía 10.000 afiliados y que cinco años después consigue más de 10,5 millones de votos…) que respiran los espectadores como si éstos, tras procesarlo en su interior, lo sintetizasen y pudiesen, entonces, ofrecer la respuesta correcta. Una respuesta que rara vez se hace pública pero que, de seguro, extallará en forma de luz higiénica en el interior de muchas personas del público, poniendo en duda lo que hasta entonces eran axiomas inquebrantables. Es entonces cuando se produce el éxito de San Juan, que probablemente no busque tanto con este trabajo el aplauso del público como esos chispazos de luz que provoquen la incertidumbre.

¿Qué sería del aire del teatro sin preguntas? Se preguntaba Alberto…

Sería tanto como la Nada, me permito la licencia de contestarle, porque el día que las preguntas (en el teatro o en la vida, pues lo uno no es más que la extensión, ficcionada o no, de la otra) no sean necesarias, creeremos conocerlo Todo, el pensamiento único habrá cantado victoria y dios ya no será necesario.

Quizá entonces el teatro ganase nuevos efectivos que hasta entonces guerreaban en el bando contrario…



AUTORRETRATO DE UN JOVEN CAPITALISTA ESPAÑOL


Autor, Dirección e Interpretación: ALBERTO SAN JUAN

Compañía: El Terrat

jueves, 20 de febrero de 2014

LA GALERNA ETXEANDÍA








El pasado fin de semana la riojana ciudad de Alfaro se vio azotada por una inaudita galerna, ese extraño fenómeno meteorológico que tiende a darse frente a las costas del Cantábrico, especialmente en el golfo de Vizcaya, y que se manifiesta con el repentino giro en la dirección y en la intensidad del viento, llegando a originar olas batiéndose en el mar de hasta 14 metros de altura. La Ciudad de las Cigüeñas, enclavada en el valle del Ebro, privada de costa y alejada de mares embravecidos, pero sometida una vez al año al ojo crítico de los Quatre Cats (artífices de la Muestra Nacional de Teatro Cómicos 2014), fue engullida en doble sesión por la Galerna interpretativa más fresca, potente y necesaria de los últimos años: Asier Etxeandía.


1984. El joven Asier es un niño raro. Diferente. No saca buenas notas. No hace lo que hacen otros niños. Es introvertido. Tiene nueve años, en el colegio es un chico con problemas, es un incomprendido. Su realidad dista mucho de parecerse a la que seguramente sus padres desearían para él. Tan distante como la que imagina él mismo para sí. Sin embargo, Asier encuentra en su habitación su universo vital. Cuando la puerta de su cuarto se cierra para aislarlo del mundo de ahí afuera, se origina un vórtice de luz con acceso a un futuro idealizado que él atraviesa para tratar de estar cada día más cerca de materializarlo. Al otro lado del vórtice, una bestia interpretativa se derrama sobre un escenario con pasión ante un público excitado y extasiado ante tal derroche lúbrico de talento y devoción por la música y por una profesión, la de actor, tan dura como agradecida.

Acompañado de un magnífico trío de músicos, comandados por Tao Gutiérrez, Asier Scarface Etxeandía y su banda de Intocables, vestidos como recién llegados del último trapicheo violador de la Ley Seca, asaltaron la Sala Matiné haciendo uso únicamente de un repertorio musical ecléctico y variado que va desde Janis Joplin a Los Rolling Stones, pasando por Madonna o Lou Reed. El público, invisible a los ojos del pequeño Asier del 84, decidió hacerse rehén de un magnífico espectáculo montado desde la libertad que otorga al creador la ausencia de corsés de cualquier índole.


Con cada interpretación rinde homenaje a su madre, a su padre, a su abuelo; cuestiona la religión, a sí mismo… El Intérprete va desnudando a la persona que hay detrás del actor, lo muestra ante el público como un ser frágil que es capaz de encontrar sus fortalezas; como ese niño criado en una sociedad (la vasca) tendente a la deficitaria expresión de sentimientos que es capaz de transformarse en hombre lobo para aullarle a la Luna lo que siente su indómito corazón.


El intérprete es un vertiginoso regreso al Espectáculo con mayúsculas. Son dos horas y media de encuentro con la interpretación total: Asier domina la puramente escénica y sorprende con la, para muchos desconocida, musical, en la que literalmente se desborda. Asier es un volcán que cada noche, además de “resucitar en el escenario gracias al teatro”, erupciona y libera un magma telúrico que nace de sus entrañas, allí donde reside el alma de los grandes artistas, y se adhiere al recuerdo del público con la misma fijeza de nombres como Yllana, Leo Bassi o Rafael Álvarez "El Brujo", que marcaron sendos puntos de inflexión en la historia del festival alfareño.


Asier y su Factoria Madre Constriktor arrasan allí donde recalan, tienen la fortuna de saber a qué sabe el no hay billetes para la función de hoy. Las casualidades no existen. Trabajo, trabajo y trabajo. Y como aquel niño de 1984, no dejar nunca de soñar para que los sueños se hagan realidad.


EL INTÉRPRETE

Compañía: Factoría Madre Constriktor
Actor y Voz: Asier Etxeandía
Músicos: Gherardo Catanzaro, Tao Gutiérrez y Enrico Barbaro



Una reseña de Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS  

jueves, 13 de febrero de 2014

¡QUE CAGUEN DE PIE!




¡No os dobleguéis!, gritaban Rulo y Santi. ¡Antes de arrodillaos, dadle el teatro el tamaño que merece!, proclamaban sus rodillas. ¡Dadle voz a vuestras rodillas!, sentenciaba el dúo de actores.




Comenzaba el pasado fin de semana la decimosexta Muestra Nacional de Teatro “Cómicos” en Alfaro (La Rioja) con una interesante propuesta de la compañía Sexpeare. En ella, Santiago Molero y Rulo Pardo se interpretan a sí mismos (entre otros) para llevar al espectador a un viaje desde su pasado vital y profesional hasta hoy cuya finalidad no es otra que buscar la reflexión sobre qué clase de cultura tenemos, que tipo de sociedad hemos construido e incluso si nos hemos despeñado a nosotros mismos por las crestas de la involución cultural, nuestro particular monte Taigeto (escarpada  cumbre por la que arrojaban a los niños espartanos por sus defectos para la guerra) o todavía estamos a tiempo de ser redimidos. ¡Ay de nosotros si la incultura fuese un defecto que desembocase en la pena capital… ¡¿Acaso alguien burlaría a la muerte?

Mediante un humor absurdo, irónico, poliédrico, Santi y Rulo detallan con rotunda solvencia interpretativa las penurias de la profesión, denuncian la interminable e inabarcable burocracia de la Administración, o señalan el peligroso abandono de la creatividad y la independencia para entregarse  al gran circuito de teatros, donde los saltos al vacío no existen porque los trapecistas dejaron de ser contratados al ser considerados suicidas obscenos en lugar de lo que siempre fueron: artistas.

En un país en el que las paredes de las librerías están desnudas de estanterías que le den un lugar a los libros, o en el que los teatros más prestigiosos mercadearon con sus nombres de personajes ilustres para renombrarse con el de las grandes marcas comerciales internacionales, no es de extrañar que, en mitad de un gran vendaval, se siga soñando con que una cometa en forma de telón de teatro siga tratando de mantener el rumbo surcando los embates y los azotes de la crisis y sus elementos.

Cuando la oscuridad de un mundo que camina hacia la banalidad, lo ligero y lo fácil nos inunda y nos aísla en el interior de una gruta húmeda y tiznada de miedos, la cultura siempre será ese camino de baldosas amarillas ilusionantes que nos conduzca hacia la luz.





SEXPEARAMENTE


Compañía: PRODUCCIONES SEXPEARE

Reparto: SANTIAGO MOLERO Y RULO PARDO

Dirección y Guión: SEXPEARE


www.camarablanca.com


Una reseña de Santiago Navascués
©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS  

miércoles, 12 de febrero de 2014

DOS SIMPARES VIAJEROS Y UN GATO TROTERO EN TIERRAS VALENCIANAS VI: LACATEDRAL DE SANTA MARÍA DE VALENCIA


Cúpula de losÁngeles, recientemente restaurada

“Si durante algún tiempo creí amar, de tal sentimiento, poco conozco ahora en mí. Si me comparo al común de la gente, es verdad que hallo en mí gran amor; mas si recuerdo a alguien de otro tiempo, y lo que Amor puede en buena disposición, ni tan sólo puedo darme el nombre de amador, pues mi pasión no es tanta como debiera…” 



De nuevo en la Plaza de la Virgen dirigimos nuestros pasos hacia la Catedral. Viéndola hoy, baluarte del cristianismo en el Reino de Valencia y dedicada desde el siglo XIII a la Asunción de la Virgen, por el mismísimo Rey Jaume I, cuesta imaginar que anteriormente fuera la Mezquita de Balansinya (la Valencia árabe), alzada sobre la antigua Catedral visigótica que a su vez se construyó en el Templo romano dedicado a Diana. Historia sobre historia, sin que una anule a la anterior pues como las capas de una cebolla, todas protegen el corazón del fruto, el Alma del Reino, la Fe; sea cual sea la ideología que hizo alzar piedra sobre piedra, tenía un mismo fin: darle al pueblo la seguridad que necesitaba en tiempos convulsos.
En la plaza de la Almoina, en la parte trasera de la Basílica y lateral de la Catedral, se pueden apreciar los restos de las edificaciones anteriores a la Catedral, hoy albergadas en el Museo de la Almoina; una retrospectiva en la historia de esta ciudad, desde la Valentia romana, hasta la Balansiya musulmana. De nuevo, la Historia no devora Historia, solo utiliza sus cimientos para apoyarse y crecer, avanzar, perdurar. 

Mossen Osías enfiló raudo de nuevo hacia la Plaza de la Virgen dejando atrás, como si fuera alma que lleva el diablo, la Puerta de la Almoina.

−¡Aún no, aún no, he de verlo por última vez! –dijo nervioso mientras daba media vuelta.

De repente detuvo sus pasos frente a la Puerta de los Apóstoles de la Catedral. Yo aún seguía embobada en la Capilla de San Jordi, y aún giraba sin dejar de levantar la cabeza para admirar los arcos de la Obra Nova, tribuna abierta a la Plaza de la Virgen, y
que siempre me ha recordado el palco de un teatro, me fascina esta semicircular balconada, pues esa es la impresión que da, la de un gran balcón que mira a fieles y curiosos, que puede ver a los que oran y a los que miran, a los que se santiguan y a los que se admiran. Un ojo que ve sin juzgar. 

Capilla de la Catedral, pequeño museo que alberga joyas artísticas restauradas
Cuando por fin llegué hasta él, parecía absorto, con la mirada saltando de apóstol en apóstol, para luego saltar por las tres arquivoltas que encuadran la puerta abocinada y que hacen que el observador llegue a sentirse algo aturullado entre sus 48 figuras entre ángeles, santos y profetas. Es como si la entrada en el Reino de los cielos estuviera copada y el pobre mortal que habita la Tierra tuviera que pasar por innumerables cribas hasta alcanzarlo. Y arriba del todo, como si fuera el Sol iluminándolo todo, un soberbio rosetón de seis puntas, signo inequívoco de Salomón. Su belleza es innegable. 

 El Tribunal de las Aguas, reunido para solventar los conflictos hídricos
Osías inclina su cabeza ante la imagen de Santa María con el niño en brazos, rodeada de ocho ángeles músicos que está situada en el tímpano de la puerta; sencilla y hermosa reverencia sin duda. Yo me encuentro frente al Tribunal de las Aguas, en la calle Micalet, tan solo a unos pasos de mi Halconero, imaginando que es jueves al mediodía y el tribunal está reunido a sus puertas tratando las quejas y denuncias de los regantes valencianos ¿Cómo es posible que aún siga viva una tradición tan antiquísima, tanto que ya siendo Mezquita la Catedral observaba al tribunal impartir justicia? De nuevo, la Historia manda.

Y en esto estaba cuando vi de nuevo a mi compañero pasar velozmente a mis espaldas ¿Qué prisas le han entrado a este hombre ahora? tras una relajada noche ahora se había propuesto llevarme a los pies de los caballos. Y tuve nuevamente que salir corriendo tras él. Tal era la velocidad que este aparente anciano llevaba, que al intentar alcanzarle, cuando giré hacia la Plaza de la Reina, casi me estampo contra el Micalet, hoy torre de la Catedral, antaño, minarete de la Mezquita ¡Jesús, este hombre parece que tenga azogue!
Nos detenemos frente a la Puerta de los Hierros, para mí la más hermosa de todas, puede ser porque recuerda a un retablo cóncavo, como si un pintor necesitado de plasmar su arte no se hubiera detenido en su intento tan solo por carecer de madera y pinturas, y con punzón y cincel hubiera “pintado” sin usar pincel alguno. Y sin dejar de mirar y admirar los tres cuerpos del “retablo” con sus imágenes, subimos las escaleras y empujamos levemente las grandiosas puertas de madera, y esta vez sin asombrarnos tanto, las encontramos de nuevo abiertas.

“…La que tanto amé, ya murió,
 y yo sigo vivo, viéndola morir;
 un gran amor no podría sufrir
que la Muerte de ella me alejara.
Tendría que ir a buscarla a su camino,
 mas no sé qué me impide decidirme:
parezco quererlo, mas no es verdad, pues la Muerte
no se resiste a quien en sí la desea…”




Nada más entrar, a la izquierda, sobre la pila bautismal, se encuentra uno de los más celebres cuadros de Vicente Macip, El bautismo de Cristo en el rio Jordán por Juan Bautista ¿Será esta obra de arte lo último que quiere Osías volver a ver antes de marcharse? Evidentemente no. Mossen continua andando rápidamente hacia su izquierda, seguirle cada vez me cuesta más, juro que me falta el resuello ¿Cómo puede un anciano sacar fuerzas así de repente y correr como un mozalbete? algo muy fuerte debe insuflarle esa fuerza. Y a mi casi me da un patatús al verle entrar en el patio dónde se encuentra la entrada al Micalet, y me dio del todo al verle subir por las estrechas escaleras sin barandilla que quitan el sentido a alguien con miedo a las alturas. De perdidos al río. 

Subí tras de él los 207 escalones de su mortal escalera de caracol, 207 patatús uno detrás de otro, hasta llegar a lo más alto de sus cuatro cuerpos, 51 metros, nada más y nada menos. Antes de llegar arriba tuve el tiempo justo para saludar a “El Vicent”, “L’Andreu” “El Manuel” “El Jaume” “La Maria” “L`Ursula” “La Violant” “La Caterina” “La Bàrbera” “El Pau” y “L’Arcis”, las campanas del Micalet.
Desde allá arriba no solo se contempla toda la ciudad de Valencia, sino que en días claros se puede ver desde el Montgó hasta el Desierto de las Palmas. Ahí es ná. Pero en esta noche, una vez recobrado el aliento y la sensibilidad en las piernas, los tejados y azoteas de la ciudad parecían brindarnos un colorido campo de sembrados y barbechos, al puro estilo de los Impresionistas, y es que esa era la palabra. Impresionante. A mi espalda, silenciosas están la campana de la torre, “El Micalet” dispuesta a hacer sonar las horas, y en frente, “La Campana dels Quarts” la que anuncia los cuartos durante el día, y las medias a la noche. 

Sin duda alguna las vistas panorámicas de la Ciudad del Turia a la noche, sería lo último que Mossen querría ver antes de partir, no había nada que se le pudiera comparar a aquello, la Ciudad a nuestros pies. Imaginé que algo así sería lo que veían las almas al ascender tras dejar sus cuerpos, la que fue su vida a sus pies. De nuevo me equivocaba. No había terminado de apoyarme en el muro para descansar, cuando Osías comenzaba a bajar de nuevo los 207 escalones.

De nuevo en la Catedral, ya más tranquila y serena, las alturas me enervan y descolocan, miré a mí alrededor de izquierda a derecha, de arriba abajo. No me asustan las alturas cuando tengo los pies en el suelo y elevo mi cabeza para ver la grandiosidad de un edificio, y este, era de los más bellos con los que una persona puede encontrarse en vida, y yo era tan afortunada que llevaba formando parte de él desde que nací; y no dejaba de asombrarme y admirarme ni con el trascurrir de las décadas.




−Paseemos y admiremos esta maravilla del ser Humano consagrada a Dios –me dijo Mossen ofreciéndome su brazo− así nos gustaba pasear y dialogar a mi amada Juana y a mí. Contemplando lo humano, hablar de lo divino, y bajo la mano de Dios, cantar al amor. Mi segunda y amada esposa amaba la poesía tanto como yo las amaba a las dos, mujer y poesía. De nuevo me dejó solo el amor una noche, Dios se llevó lo que el Hombre tanto amaba. Solo de nuevo. Solo con mis recuerdos y mis letras.

Guardó entonces silencio Osías. No supe ni quise decirle nada, me limité a seguirle en nuestro paseo por la Catedral, que el silencio hablase por ambos. Comenzamos nuestro recorrido por la Capilla de San Vicente, continuamos por las de San Luis Obispo y San Vicente Ferrer, Inmaculada Concepción, Santa Catalina de Alejandría, Virgen del Pilar, Cristo de la Buena Muerte, la de la Virgen del Rosario, San Pascual Bailón, para acabar en la Capilla de San Pedro Apóstol

No quiso mi compañero detenerse en las capillas de la Puerta de la Almoina, tirando de mi brazo insistió en que todavía no era el momento de partir, aún no podía marchar sin verlo por última vez. Nada más me decía al respecto, tan solo se negaba a marchar sin ver aquello que tanto deseaba; pensé que tal vez ver la Sala Capitular, El Relicario o la Sacristía Mayor, fuera eso que tanto ansiaba, erré de nuevo. Nos dejamos cautivar por el soberbio y magnífico Altar Mayor y sus frescos sin parangón, por la cúpula y el Cimborrio, por el Coro y la Capilla Mayor; dejamos que la magia nos envolviera, que la paz del recinto nos atrapara, que nuestros pensamientos se acallaran, y tan solo observamos nuestro alrededor, como se observa lo que se ve por primera vez y tal vez nunca se vuelva a ver.

−Ha llegado la hora –me dijo− he de verlo por última vez. Mi partida ya no puede ser demorada, mi Señora ¿Me acompañáis?


El Santo Grial descansa en Valencia

Nada deseaba más que ver al fin ese ansiado objeto, el motivo por el cual habíamos recorrido la Ciutat Vella entera, de noche y en tan peculiar compañía, el motivo por el cual un Halcón me despertó tocando con su ala en mi ventana, el mismo por el que un Gato me había incitado a seguirle, aquel por el cual decidí sin saber cual era, seguir a un completo desconocido y sentirme unida a él. Por supuesto que quería acompañarle.
Dejamos atrás el Altar Mayor, las capillas laterales, las tres puertas, las Capillas de San Miguel Arcángel y San Sebastián, y entramos en el Sancta Sanctorum de la Catedral. Por supuesto, no podría haber sido de otra manera ¿Cómo no lo había adivinado? ningún visitante de la Catedral puede marcharse sin verlo, más aún, un amante de la Ciudad y la Historia. Entramos en la Capilla del Santo Cáliz.

“…Claro está que mi vida no terminó,
 cuando vi cómo la muerte se le acercaba,
 y llorando decía: -¡No me dejéis,
 sentid el dolor que el dolor causa en mí!
 - ¡Oh malvado corazón de quien en tal trance
 no queda despedazado y sin sangre!
 Un poco de piedad, un poco de amor
 bastaría para mostrar un gran dolor.
 ¿Quién será aquél que llegue a dolerse
 la bastante de los piadosos males que la Muerte trae?
 ¡Oh mal cruel, que la juventud arrebatáis
 y hacéis que la carne se pudra en la fosa!...”


El recogimiento en la Capilla era absoluto, en el Altar, el Santo Cáliz de la Cena Del Señor, a pesar de su pequeño tamaño, lo iluminaba todo, cada una de sus piedras, sus vetustos y pétreos asientos, sus toscas paredes, las cadenas que lucen en las mismas y que antaño cerraban el Puerto de Marsella, la misma tumba del arzobispo Menéndez Conde y sobre todo, el imponente Retablo de Alabastro. La Paz más absoluta. Y sin duda eso era lo que sentía Mossen en la Capilla. Se acercó hasta el Altar, reclinó su cabeza, oró en silencio y cerró los ojos durante largo tiempo. Se puso en pie y ofreciéndome su brazo salimos de nuevo.




Andaba Mossen por el pasillo derecho de la Catedral, mirando las capillas que anteriormente pasamos de largo, sin apenas detenernos por el ansia de llegar cuanto antes al Tesoro de Osías, cuando me detuve a disfrutar de las maravillosas obras de Goya y dejarme atrapar una vez más, por el bello oscurantismo del dulce Barroco. En ello estaba cuando escuché un fuerte golpe no lejos de mí, como si una pesada puerta se cerrara; el eco retumbó en toda la Catedral, haciéndome dar un respingo y sobresaltándome. Una vez recompuesta del susto inicial anduve hacia el lugar del cual creí provenía el estrépito, llamé en voz alta a Mossen y no obtuve respuesta de él. Una y otra vez dije su nombre en voz alta, pero nada, no hubo señal alguna de su presencia. 

La genialidad oscura de Goya
Recorrí de nuevo la planta entera, desde la Puerta de los Hierros, hasta el patio del Micalet; fui de capilla en capilla buscando a mi compañero, incluso volví a la Capilla del Santo Cáliz. Nada, absolutamente nada. Di la vuelta al Altar, parándome en la Capilla de la Resurrección y mirando de izquierda a derecha sin dejar de llamar a mi Halconero. Nada. Nada. Comencé a dar de nuevo la vuelta y fue entonces cuando lo vi. En la Puerta de la Almoina , sobre la misma entrada, estaba el Halcón que perturbó mi sueño al comienzo de aquella noche. Abrió sus alas y emprendió el vuelo soltando un suave gañido al sobrevolar mi cabeza.
Casi me hace perder el equilibrio y caer al suelo, y justo cuando estaba a punto de hacerlo, una pluma del ave cayó antes que yo sobre una lápida de oscuro mármol. Me quedé sin voz y casi sin aliento. Sobre la lápida, rezaba esta inscripción:

Yo soc aquest qui en la mort delit prenc, puix que no tolc la causa perquè em ve (Yo soy este quien disfruto de la muerte, por)”que no rehuyo la causa por la que me viene.” 


Y un nombre. Ausiàs March. Y una imagen. La de un Caballero con espada, calzas y capa. Mi Halconero. Mi Mossen. Mi Compañero de ruta nocturna. Y me agaché a tocar su lápida. Me llevé la pluma que el Halcón dejó caer y en silencio me marché. Cerré tras de mí la Puerta de los Hierros y me encaminé hacia la Plaza de la Reina, cuando el alba comenzaba a romper. No recuerdo si me subí al autobús que pasaba en aquel momento, o si caminé de nuevo por las calles de Valencia, tal vez volé como el Halcón, todo pudo haber ocurrido en aquella noche, pues tampoco recuerdo el trayecto, ni el cansancio, ni las caras de la gente, tan solo, la voz de Mossen recitándome su última poesía.

“…Todos mis amigos me compadecerán
 así que vean mi pasión;
 el falso compañero se alegrará,
 y el envidioso, que disfruta con el mal,
 ¡pues, tanto como puedo, sufro y sufrir quiero,
 y si no padezco, siento fuerte disgusto,
 pues deseo no volver a sentir placer
 y que jamás cese el llanto de mis ojos!
 No amo tan poco como para que no mojen mi cara
 las lágrimas, al pensar en su vida y en su muerte;
 rememorando su vida, vivo en la tristeza,
 y su muerte lamento tanto como puedo.
 No logro más, nada más puedo hacer,
 sino obedecer lo que mi dolor ordena;
 antes quisiera perder la razón que no el dolor,
 y de poco amor me acuso, puesto que no muero.
 No se excuse el amador de amar poco
 si sigue vivo, estando muerta su amada;
que viva por lo menos apartado del mundo,
 y que tan sólo tenga el nombre de cautivo.”

( Canto Sexto de Muerte, Ausiàs March)


Vistas desde el Miguelete de la Plaza de la Reina

Llegué a casa y me metí en la cama. Santiago se quejó de que no dejé de moverme en toda la noche. Mi Gato no hablaba, solo ronroneaba mientras dormía plácidamente. No podía recordar cómo había llegado hasta allí. Tal vez, solo tal vez, la cena si fue en realidad pesada. Y me dormí.
Al despertar por la mañana todo parecía un sueño. Mi cabeza estaba llena de imágenes borrosas, de voces turbias, de sonidos confusos, sin duda alguna había pasado muy mala noche, tanto, que confundí sueño con realidad. Pero fue tan hermoso. Al abrir la ventana, un rayo de sol entró en la habitación y sobre la mesita se veía claramente lo que no era una ilusión, ni una alucinación, sobre mi mesita había una pluma de Halcón.

El gato me miró y dijo, Miauuuu. Solo Miau. Y un gañido de Halcón se oyó al otro lado de la ventana.


Un privilegiado lugar para divisar los confines de la ciudad


CATEDRAL SANTA MARÍA DE VALENCIA
c/ Almoina s/n
46003 Valencia
telf. 96 391 81 27/ 96 392 43 02



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FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.