viernes, 31 de enero de 2014

Entrevista con... Carlos Aurensanz

He de haceros una confesión: a pesar de ser un gato, siempre me ha gustado escribir. Desde cachorrillo, allí escondido entre las cajas y los trastos abandonados en el desván de un antiguo caserón, lugar elegido por mi madre para traerme a este mundo, siempre sentí atracción por aquellos signos dibujados en todo cuanto me rodeaba.Bolsas, sacos, herramientas, cubos... Todo marcado con lo que luego descubrí que se llamaban letras, palabras en humano. Sea como fuere, aquellas formas caprichosas transmitían información, nombres de sus creadores, de sus propietarios,... Definían incluso su propia esencia.
De un modo autodidacta, y llevado por mi curiosidad felina, un buen día acabé sobre el alféizar de la ventana de un colegio para cachorros humanos. Allí, una esmerada señorita de voz dulce y sonrisa peremne se afanaba en enseñarles a sus pupilos los secretos de la escritura de su idioma. Fue así como yo, de casualidad, y sin faltar ni un solo día a mis clases, dominé vuestro idioma y su grafía.
 Hoy soy capaz de escribir pequeños relatos e historietas basadas en mis andanzas, escaramuzas nocturnas, recuerdos de la niñez... Al fin y al cabo, aún encubierta en historias que parecen ajenas por transcurrir en lugares lejanos o incluso mundos de fantasía, creo que un escritor siempre acaba escribiendo sobre su vida, sobre sí mismo y sobre su esencia. Pero éste es otro tema.
Últimamente tengo en mente escribir una novela. La tengo diseñada en mi cabeza: personajes, tramas, lugares... Sin embargo, un miedo me atenaza y me impide plasmarla sobre el papel: Soy un Gato... ¿Cómo van a publicar a un Gato?
Es imposible, abandona esa absurda idea, me dije la primera vez que pensé en ello. Sin embargo, hace pocos días, tras terminar el último de los libros que he leído, con ese buen gusto que a uno le queda en la boca cuando ha disfrutado de una lectura placentera, retomé la idea.
Soñé con el sueño real que el autor de ese libro estaba viviendo. Imaginé que aquella, mi primera novela, la enviaba a una de las grandes editoriales del país. Soñé también que, meses después de enviarla, me telefoneaban de la editorial interesándose en mi manuscrito. Seguí soñando con ilusión hasta tal punto que tuve entre mis patas mi novela impresa, con ese intenso olor a tinta que desprenden los libros nuevos. Soñé además que tenía un considerable éxito de crítica y que, para mi fortuna, también cosechaba buenas ventas.
Desperté.
Busqué La hora del Califa, el mencionado libro. desplegué la solapa con la información del autor. Anoté nombre y apellidos. Indagué su ciudad de residencia. Tomé lápiz y papel. Todavía no era escritor, pero sí podía ser un buen periodista que diese con el escritor para poder hacerle las preguntas que surgieron de la lectura de su libro y, quién sabe, quizá podría ayudar a un gato a publicar su primera novela.
Como no podía ser de otro modo, di con él. Mi madre siempre destacó de mí mi sobrada perseverancia en todo aquello que emprendía. Lo que aquí prosigue es el fruto de nuestro contacto.


Carlos Aurensanz vive en Tudela (Navarra). Compagina su profesión de veterinario con la escritura. En cinco años ha publicado tres libros, todos ellos formando parte de una gran trilogía acerca de uno de los clanes más importantes de finales de la Alta Edad Media y principios de la Baja Edad Media en la antigua Iberia. De aspecto serio y reservado, su trato es cercano y respetuoso. Diríase que sus novelas son un reflejo de ese aspecto y ese trato: rigurosas en el tratamiento de los hechos históricos pero impregnadas de un estilo accesible y cómodo de leer.
Lo encuentro en una firma de ejemplares de su última novela. En la librería en la que se desarrolla el acto, el goteo de lectores se sucede de un modo constante. Ante el escritor, sentado en un sobrio escritorio de madera, una fila de personas aguardan su turno para conseguir una dedicatoria personalizada de Carlos. Se suceden las felicitaciones por acabar la novela, y él devuelve los elogios con el deseo de que el final de la trilogía sea de su agrado.
No quiero interrumpirle. Transcurridos unos minutos, consigo que me atienda y sacie mi curiosidad: 

  Busto de Musa Ibn Musa en la ciudad de Tudela, antigua Tutila y bastión de los Qasi.

Gracias a sus novelas muchos lectores hemos descubierto que existió un caudillo (al que se le llegó a conocer como el tercer rey de Hispania) llamado Musa Ibn Musa de extraordinaria vida que gobernó con astucia e inteligencia la Marca Superior, que comprendía un vasto territorio cuyos límites alcanzaron buena parte de las actuales tierras navarras, además de riojanas, aragonesas e incluso catalanas. Usted es navarro ¿qué importancia tiene en Navarra la figura de un hombre (y su posterior estirpe) como Musa Ibn Musa? ¿Los libros de Historia tratan con merecido reconocimiento a la dinastía protagonista de sus obras? En caso negativo ¿a qué cree que es debido?
Para responder quizá bastaría con que los lectores de esta entrevista se preguntaran por su grado de conocimiento de esta familia antes de leer las novelas. También para mí fueron un descubrimiento, cuando pude constatar el papel fundamental que durante más de doscientos años desempeñaron en la frontera superior de Al Ándalus. Su relación familiar con los primeros Aristas les llevó a una colaboración activa con los vascones, de forma que los muladíes del Ebro estuvieron presentes en las sucesivas batallas de Roncesvalles frente a los francos. Los musulmanes son, pues, coprotagonistas en el origen del primer reino de Pamplona, y eso es algo de cuyo conocimiento se nos ha privado. El motivo resulta evidente: la historia fue escrita por los vencedores en la Reconquista, y solo el descubrimiento reciente de crónicas árabes redactadas en aquellos siglos han conseguido arrojar luz sobre la época.
Continuando por esta senda abierta de la educación. La cultura árabe se extendió en la península ibérica desde finales del siglo VIII hasta finales del siglo XV. De ella han quedado muchísimos vestigios que podemos encontrar fundamentalmente en la arquitectura (tanto civil como religiosa) y en campos tan dispares como la medicina, la agricultura o el propio lenguaje que utilizamos, entre otros muchos. Y sin embargo, da la sensación de ser algo extraño, ajeno, desconocido. ¿A qué se debe: es producto de la falta de estudios rigurosos sobre ese período de nuestra historia? ¿Quizá renegamos de siete siglos de Islam precisamente por entenderla, desde un punto de vista cristiano, como un período a desterrar de la memoria colectiva por representar la derrota de la verdadera religión a manos de los infieles?
Quitemos los interrogantes a la última pregunta y obtendremos la respuesta, muy bien expresada, por cierto. Así es, en los libros de texto de nuestros hijos esos setecientos años todavía se resuelven en una breve lección. Pero también es cierto que en los últimos tiempos parece reavivarse la fascinación que esta civilización ejerce sobre nosotros. Aquellas ciudades que tienen la fortuna de conservar su patrimonio arqueológico andalusí ven como renace el interés de los visitantes, proliferan las publicaciones especializadas, y también en el terreno de la novela histórica se aprecia la demanda de los lectores.
Es probable que uno de los grandes ganchos de esta trilogía sea precisamente la ausencia anterior de novelas históricas que abordasen este período de la Historia en un territorio concreto en el que se sucede la acción: la Marca Superior y su enlace con Al Ándalus. ¿Ha sido necesario recorrer in situ los puntos clave en los que ambienta la trilogía? Si sumamos los lugares en los que suceden cuestiones importantes, los resultados arrojan que usted se ha tenido que visitar media España ¿Es así?
Ese ha sido uno de los aspectos que más se han destacado en las críticas de la trilogía, y es que incluso los grandes lectores de Histórica, esos que tienen participación activa en foros especializados, parecen haber descubierto una época, unos personajes y unos escenarios que desconocían, por estar alejados de Córdoba. Respecto a las visitas a los escenarios de la novela, sí, he recorrido casi todos ellos, más que nada para empaparme del espíritu que aún pervive entre las viejas piedras. Desde luego los lugares cercanos de la cuenca del Ebro, pero también Córdoba, Sevilla, Toledo y, en especial, los montes de la sierra malagueña donde se alzaba Bobastro, allá en medio de las gargantas del Guadalhorce.
Centrándonos en su última novela… Existe un personaje apasionante que goza de una importancia fundamental en el desarrollo de los acontecimientos y que demuestra una inteligencia y una sagacidad a la altura de muy pocos de los hombres que aparecen en las 2.000 páginas que aproximadamente conforman la trilogía. Ese personaje es Badr, la mano derecha del Califa. ¿Un hombre de condición humilde podía, en la época, ser capaz de alcanzar cotas de tan alto poder sin formar parte directa de las grandes familias cordobesas?
 Así era, los emires y califas disfrutaban de un poder onmímodo y podían nombrar en puestos de confianza a cualquier persona de su entorno. De hecho, muchos eunucos alcanzaron en Al Ándalus destacados puestos en la corte. Hubo incluso judíos (Hasday ibn Saprut) y cristianos (Rabí ibn Teodulfo) que fueron mano derecha de sus respectivos soberanos, aunque su posición no les libraba de las aceradas críticas de la jassa, la aristocracia árabe que pretendía gozar de mejor derecho.
Sorprende sobremanera que los lazos sanguíneos que unían a los Arista y a los Qasi queden diluidos en apenas dos generaciones, merced al odio que va tomando altura durante el conjunto de la trilogía, hasta que ya, en La hora del Califa, queda completamente arrasado por el olvido y el filo de las espadas. ¿Qué tuvo más peso en la destrucción de esos lazos de sangre: el peso de la religión, el expansionismo de unos y otros, el egocentrismo de los reyes y emires?
 Si nos paramos a pensar en las enormes diferencias que separan a Mūsa ibn Mūsa de su hermanastro Enneco Arista (uno es vascón, habla la lengua vascona y es cristiano; el otro es muladí, habla árabe y es musulmán), lo que quizá sorprende es que en algún momento llegaran a colaborar de forma tan activa. A la muerte de los dos protagonistas la realidad se impone y, como sostengo en la novela, es el fanatismo religioso el que acaba provocando el distanciamiento de las dos dinastías, hasta que el advenimiento de los Ximenos, con Sancho Garcés I, marca el inicio de un enfrentamiento abierto ajeno ya a cualquier consideración que no sea aplastar al enemigo.
Cuando el lector alcance las últimas páginas de La hora del Califa, es muy probable que sienta una sensación de sosiego interior tras dejar a sus espaldas un auténtico mar embravecido de traiciones, derramamiento de sangre, ansias de poder, envidias cortesanas, guerras de fe,… El esfuerzo mental para equilibrar la trama y darle fluidez ha tenido que resultar una ardua tarea de alquimista ¿Está satisfecho con el resultado?
Los hechos que se relatan tienen un interés enorme por sí mismos, las tramas que he querido introducir (las intrigas de harén, el drama de los eunucos, la manipulación por parte de los poderosos de la voluntad del pueblo a base de crear expectativas de tipo mesiánico...) tienen también mucha fuerza narrativa. La auténtica dificultad viene al tratar de amalgamar todo ello en una historia coherente, que aúne los diversos escenarios y subtramas. A ello he dedicado gran parte del esfuerzo a la hora de estructurar la novela. Ahora los lectores tienen la palabra...
Califa es el título que se le otorga al líder político y espiritual de los musulmanes. En su novela narra cómo Abderramán III es proclamado Califa ante un pueblo entregado a su figura, la cual ofrece cierto halo divino. Resulta curioso que los grandes líderes de las distintas civilizaciones desarrollen una suerte de simbiosis con la Religión para enervar a sus pueblos y lanzarlos a cuantas batallas sean necesarias para saciar su sed de victorias. ¿Cree que, en un hipotético mundo sin religiones, las guerras sólo figurarían en los libros de Historia?
No, los seres humanos somos tan estúpidos que ya nos buscaríamos otros motivos para partirnos el cráneo unos a otros. Por si la religión nos falla, nos hemos buscado buenos sucedáneos, como los nacionalismos y las fronteras, las diferencias de color de la piel, la defensa de nuestras riquezas y privilegios obtenidos de forma ética o no. De hecho creo que las religiones no son sino la tapadera y el banderín de enganche que los poderosos siempre han utilizado para movilizar al pueblo, en busca de la defensa de otros intereses mucho menos confesables.

El autor de la trilogía posa en una reciente firma de libros para El Gato Trotero
En los últimos años existe un auténtico bombardeo literario de trilogías de todo tipo de géneros. La de los Banu Qasi ¿fue un proyecto que se gestó inicialmente de manera intencionada o fue la editorial la que abonó el terreno para crear la saga?
 No, no, la primera novela era un proyecto completo y acabado. Fue el interés que algunos lectores mostraron a través de las redes sociales por conocer lo que sucedió después, lo que me animó a proponer a la editorial una segunda parte. Al concluirla, me había ido a 800 páginas y la historia no había acabado. Quedaba por contar el final del clan, su época de declive, pero que coincidía en el tiempo con la aparición de dos figuras fundamentales: Sancho Garcés I en Pamplona y, sobre todo, Abd al Rahman III en Córdoba. Los nexos de unión entre los Banū Qasī, Pamplona y Córdoba (familiares y políticos) eran evidentes, y de ahí surgió (también a propuesta mía) la posibilidad de cerrar la trilogía con este tercer volumen.
La siguiente pregunta  puede resultar incómoda, pero vaya por delante que no guarda relación con su obra, de la que estamos gratamente satisfechos. Sin embargo… En ocasiones, los lectores nos preguntamos si las trilogías son un recurso de marketing más que un lógico y justificado reparto de los hechos que se quieren narrar. La sensación es de poder arrancar decenas, centenares de páginas del total de las trilogías y sin que la trama se vea afectada en su conjunto. ¿Qué opinión tiene al respecto?
 De todo hay, claro, y más en estas series de novelas que parecen surgir al amparo de medios de comunicación de masas. Pero a veces sucede que lo que quieres contar no cabe en un solo libro aunque elimines tramas, personajes y sucesos que quizá te hubiera gustado incorporar, y surge así una trilogía “sobrevenida”. En cualquier caso, los lectores siempre saben apreciar bien en cuál de los dos casos se encuentra el libro que tienen entre manos y, si su valoración no es buena, la trilogía en cuestión acabará sin duda en cajas de cartón en un almacén.
Por lo que hemos podido conocer, ya tiene bastante avanzada una nueva novela que no será de corte histórico ¿Existe el miedo al encasillamiento? ¿Es usted de los que buscan el riesgo tratando de sorprenderse a sí mismo y luego al lector, o prefiere jugar sobre seguro y apostar por algo que le ha granjeado elogios y buenas ventas?
Parto de la premisa de que quiero seguir escribiendo por placer, como hasta ahora. Cuando uno acaba una trilogía que llena 2.100 páginas en la que ha tratado de mantener el rigor histórico, se siente la necesidad de escribir sin atarse al guión de las crónicas, de disfrutar de una mayor libertad narrativa. Había empezado con una nueva novela histórica ambientada también durante el califato, pero más escorada hacia la ficción. Sin embargo, a finales de esta primavera se ha cruzado en mi camino una historia totalmente diferente, que ha ido tomando forma con rapidez pasmosa, hasta llegar a absorber toda mi atención y todo mi interés. Y como estoy disfrutando enormemente con ella, he aparcado la primera en el cajón, porque sé que la única manera de hacer disfrutar a un lector es haber disfrutado previamente al escribir. Es una novela negra ambientada en la guerra civil española y la posguerra, pero no me planteo si es un riesgo cambiar de registro tan bruscamente.
Algunos escritores consideran que el negocio literario exprime la capacidad creativa al entrar en una suerte de espiral de Publicación-Presentación-Promoción que obliga al escritor a apartarse del proceso creativo para aventurarse en un mundo ajeno, incómodo. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Se siente un rehén de la mercadotecnia?
No, en absoluto, en ningún momento he entrado en esa espiral. Mis novelas se han promocionado a través de algunas entrevistas de prensa, escasas presentaciones en lugares muy próximos, y sobre todo en las redes sociales. El relativo éxito de ventas (cincuenta mil ejemplares de las dos primeras entregas), no puede achacarse a una campaña de marketing, simplemente porque no ha existido. Me gusta el contacto con los lectores, no lo niego, pero donde verdaderamente disfruto es en el silencio de mi despacho, imaginando historias.  
¿Es partidario de los contratos editoriales que establecen plazos de publicación o prefiere tener libertad para publicar sin sentir el aliento de su editor a su espalda?
 Las tres novelas se han publicado con dos años de cadencia, el tiempo suficiente para trabajar sin presión y disfrutando de algo que solo es un hobby. Por otra parte, yo sigo dedicado a mi trabajo habitual, a mi familia, y en ningún momento la editorial me ha presionado con plazos estrictos.
Hace unos meses, gracias a la altísima calidad de las fotografías tomadas por satélite, anunciaron en Egipto el descubrimiento de un nuevo yacimiento arqueológico sin ni siquiera mover un solo centímetro de tierra; interpretando únicamente las nada caprichosas irregularidades del terreno que se dibujan en dichas imágenes ¿Considera que es imprescindible para un escritor viajar hasta los lugares en los que quiere desarrollar la trama o, a día de hoy, y gracias a los avances tecnológicos, ni siquiera es necesario salir del despacho en el que escribe?
Escribir es transmitir emociones. Vivir un atardecer de enero en lo alto de Bobastro, sintiendo el viento en la cara y escuchando el grito de las rapaces, es fundamental para reflejar esas sensaciones sobre el papel. Es tratar de ver y de sentir lo que experimentaron tus protagonistas. He pasado horas frente al mihrab de la mezquita de Córdoba, y he subido a escribir al monte donde se asentaba la alcazaba de Tutila hace 1.200 años. Eso no significa que no utilice las herramientas que la tecnología pone en nuestras manos: también he imaginado estrategias bélicas y he conducido a los ejércitos de mis novelas en los lugares y por las rutas que me descubría Google Earth.
Algunas de las obras literarias más relevantes han sido motivadas por el enorme influjo que una determinada ciudad o lugar ha inspirado al escritor. Un buen ejemplo podría ser Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving. ¿Cree que en España existen lugares, ciudades o pueblos que por sí solos sean capaces de iluminar la mente de un escritor? ¿Ha visitado alguno en los últimos años que merezca que alguien cuente una historia que transcurra entre sus calles, en sus plazas, sobre sus gentes?
 Al Ándalus ejerce en mí un influjo poderoso que es difícil de explicar, pero que está detrás de todo lo que he escrito hasta ahora. Quizá un primer viaje en el que siendo niño descubrí ciudades como Córdoba, Granada, Sevilla o Málaga explica esa fascinación que me ha llevado a visitarlas de nuevo cuantas veces he podido. Los hamman andalusíes, jardines como los de la Alhambra, los alcázares de Sevilla o los de Córdoba, alcázares como el de Málaga o el de Almería, el sabor de los mercados árabes... todo ello inspira y se respira en mis novelas y en las de muchos autores tan atrapados como yo por el esplendor de esta época.
Recomiende a nuestros lectores un pueblo, una ciudad, un paraje natural o un edificio de España en particular que deberían conocer y concrete el por qué de su elección, qué lo hace diferente a lo demás.
¿Uno solo? ¡Difícil ejercicio! Hago de mi capa un sayo... y elegiré uno de cada, todos relacionados con la trilogía de los Banū Qasī.

Un pueblo: Tudela y su casco antiguo (pido excusas a los que saben que Tudela tiene fuero de ciudad desde muy antiguo). La iglesia románica de la Magdalena, en el antiguo barrio mozárabe. La catedral, asentada sobre la primitiva mezquita. El puente sobre el río, en el mismo lugar por el que transitaron los ejércitos de Abd al Rahman III. Y el monte donde se alzaba su alcazaba y que domina toda la vega del Ebro que serpentea a sus pies.

Una ciudad: Granada. La Alhambra y el Albaicín, lo más cercano a una ciudad andalusí que podemos imaginar.

Un paraje natural: el viejo enclave de Bobastro, en las gargantas del Guadalhorce, cerca de Álora y Ardales, en Málaga. Es el lugar en el que el rebelde Umar ibn Hafsún encontró un inexpugnable refugio desde el que poner en jaque la propia existencia del emirato. Imaginar a su población sometida a asedio durante meses en aquellas cimas encoge el corazón.

Un edificio: la mezquita de Córdoba, tratando de hacer abstracción de la catedral encajada en su interior. Recomiendo el espacio próximo al mihrab, bajo su cúpula, con la luz del atardecer. 


Me despedí de Carlos y allí se quedó. Firmando libros. Seguro que no se marchó hasta que cada uno de los lectores que se acercaron a conseguir su dedicatoria la obtuvieron. Es un buen escritor, pero es que además es un buen humano. 

domingo, 19 de enero de 2014

DOS SIMPARES VIAJEROS Y UN GATO TROTERO EN TIERRAS VALENCIANAS IV: PLAZA DE MANISES


 Placa de estilo tradicional valenciano que anuncia la llegada a la Pl. Manises


“…Su gran sensualidad vence contino;
si aquél no es el primero movimiento,
allí está el ser, allí el juyzio fino,
la voluntad se rinde en un momento.
Querer contradezillo es desatino,
ni obrar la voluntad
sin su contento,
el señorío le otorga, y si es astuta,
se dexará vencer quando hay disputa.
Al cuerpo dize, ¿aún tu desseo porfía?
Tu amor es vano, y tu desseo incierto;
en un punto es enojo tu alegría,
cansado quedas y enojado cierto…”




Plaza de Manises


El amor que una persona siente por su pueblo o ciudad es comparable al amor que esa persona siente por su pareja, por sus hijos o por sus padres. Esto es lo que Mossen venía contándome cuando salimos de las Torres de Serranos y nos dirigíamos a la Plaza de Manises. No era este el lugar al cual nos dirigíamos, eso lo supe cuando vi la cara que puso mi halconero poeta cuando nos aproximábamos, pero a esas alturas de la noche y con lo que ya habíamos visto juntos, no pude evitar acercarme hasta el Palacio de la Generalitat y descubrir de labios de mi compañero, que fue en sus tiempos o que siente al verlo ahora. Lo reconozco, soy una curiosa compulsiva, cotilla sin remedio que diría Santiago, pero no puedo evitarlo ¡Si quiero contar historias tengo que conocerlas primero! y hacerlo de primera mano, es lo mejor que hay.

Hablando del amor, Osías Marco me preguntaba si yo estaba dispuesta a dejar atrás todo lo que amaba, por razones de fuerza mayor. Hasta la fecha no había tenido que hacerlo, así que contesté que no habría nada ni nadie que pudiera alejarme de todo lo que más quiero. Su cara cambió de luz, fue como si se oscureciera, como si sus ojos se perdieran en sus propias concavidades, fue como si un gran agujero negro le hubiera devorado; sentí que mis palabras no eran las adecuadas, no las que él esperaba al menos. Y me sentí terriblemente mal por ello.

Banderas oficiales junto al Palacio de la Generalitat

−¡No sufráis por haber dejado hablar al corazón, mi Señora! –dijo al fin− mis palabras hubieran sido las mismas que las vuestras, y saber que así hubiera sido, me entristece por la gran razón que hay en ellas. Nada vale tanto como estar junto a todo lo que se ama: familia, hijos, ciudad, perros, halcones, libros, recuerdos…mi esposa Isabel Martorell, se marchó de mi lado tan solo dos años después de llegar a mí, pensé que ya nada importaba, ni siquiera los magníficos amigos y mi propio cuñado Joanot, que llenaba mi penar con sus cuidados, compañías e historias. Sin Tirante, las horas hubieran sido mucho más largas. Amar lo es todo, cantar al amor es el mejor de los sonidos. La vida es amar.

Entendía perfectamente lo que Mossen decía, sobre todo ahora. Amar es lo que da valor a la vida. Amar tu ciudad, por ejemplo. Es esa clase de amor al que no le damos importancia cuando
lo vivimos día a día, cuando está al levantarnos y nos abraza al acostarnos, cuando no nos falta, cuando está siempre. Pero entonces un día simplemente, esa presencia constante desaparece, y entonces nos damos cuenta de lo mucho que la amábamos, de lo que la necesitábamos, de que era el motor que nos movía, y entonces, si no nos quedan los recuerdos, esa ausencia acabará con nosotros. Amo Valencia y empezaba a verla con ojos de primera vez, una y otra, una y otra; ahora sí que la sentía.
Mientras yo andaba perdida en estos pensamientos, mi Compañero recorría la plaza de arriba abajo mirando todo con gran atención, y yo diría que hasta con cierto nerviosismo; iba desde la plaza de San Jerónimo, hasta la de Manises y en una ocasión le perdí de vista en dirección a la Calle Caballeros. Todo un terremoto mi anciano compañero.

Cuando me acerqué al fin hasta él, me dijo que aquel enclave en otros tiempos había sido el corazón de la vida administrativa y religiosa de la ciudad, que desde allí hasta la Plaza de la Seu, se centraban los pulmones de la vida diaria de los valencianos, la Fe y la Política, ver ahora la plaza tan vacía le daba sensación de pequeña muerte del Alma. Pero no le restaba belleza, solo le quitaba parte de historia, aunque esta estuviera tatuada en cada piedra de la calle o de los edificios. Asentí. Era cierto. Para ganar algo, perdemos otra cosa. Así ha sido y será siempre. De nuevo los recuerdos, escritos, orales o del corazón, serán los que nos salven del olvido.

Fachada del Teatro Talía en la Calle Caballeros

Asombrado quedó Mossen de la grandiosidad del Palacio de la Generalitat, un gran edificio de planta cuadrangular de finales del siglo XIX que en su interior alberga un jardín cerrado de gran belleza; Sus magnificas ventanas de madera, las baldosas hidráulicas del suelo y el artesonado, hacen de su interior un auténtico museo arquitectónico viviente. Visto desde dentro, visto desde lejos, el Palacio rezuma historia y arte por los cuatro costados. Un gran edificio para una gran plaza. Doble belleza.
Me gustó enseñarle la plaza actual a Mossen, era como enseñársela a un niño o a un turista que viene por primera vez a la ciudad, su cara era igual que la de Santiago cuando me hablaba de ver las cosas con otros ojos y dejarse llevar como si fuera la primera vez. Sí, me gustó mucho, ya lo creo.
El Palacio del Marqués de la Scala, en plena plaza sigue conservando la magia y la belleza regia del siglo XVI, junto al Convento de la Puridad y San Jaime, y es que de no haber existido ahora el palacio, habría que haberlo creado, pues no se concibe la Plaza sin el Palacio, un Palacio junto a otro Palacio, y en medio, el paso del tiempo, el reloj de los tiempos.

Fuente en homenaje al río Turia

A la plaza le da carácter semipalaciego o semiburgués, la Casa de los Vallier, ese nexo entre grandes palacios y una nueva sociedad que empujaba fuerte, la burguesía. Hay quien dice de ella que es un quiero y no puedo, pero mi compañero y yo llegamos a la conclusión que era necesaria para romper altiveces.

La Torre de San Bartolomé es el único resto actual del conjunto original de la Iglesia de San Bartolomé, víctima de la ampliación de la plaza en los años cuarenta del siglo pasado, pero aún así, una vez más, la belleza histórica se impone a la ausencia de la misma. Como una de esas colchas de pachtwork hechas con retales que van pasando de madres a hijas y que generación tras generación van confeccionando sin acabar nunca, ni lo pretenden, solo se trata de guardar como un tesoro la memoria de la familia.

La noche seguía avanzando, por momentos, parecía eterna, pero cierto cambio en la luz del cielo, indicaba que aunque fuera lentamente, esta noche pasaría como pasan todas. Así que continuamos nuestro paseo encaminando nuestros pasos por la calle Caballeros, hasta la mismísima Plaza de la Virgen. Al ir acercándonos a la Plaza, Mossen comenzaba a inquietarse, incluso a emocionarse, nuestra búsqueda de su morada, estaba bien cerca ya.

A la derecha, el Palacio de la Generalitat


“…Si el mundo tiene en sí un bien cumplido
por mí lo alcança (en fin) el hombre humano,
quien algo sin mí espera está tenido
por loco, nescio, o del todo vano;
que quanto el entender es más subido,
tanto es aquel deleyte más que humano:
¡quán subtil arte el pensamiento tiene
si de manjares finos se mantiene!
Dulce señora mía, yo no veo
plazer sin vos que pue
da dar contento;
en vos los mis deleytes aposiento,
vuestra alma sola es fin de mi desseo...”.

Detalle de las Falleras en la Fuente del Turia, Plaza de la Seu




PALACIO DE LA GENERALITAT
Carrer dels Cavallers, 2
46001 València





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FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar.