viernes, 29 de marzo de 2013

“Curioso cuaderno de viaje de dos simpares viajeros” – 13ª Parada: LAS TRES CULTURAS; CATEDRAL PRIMADA DE TOLEDO


“Eran los días de la gloriosa reconquista de Toledo por el rey Alfonso VI. Por todas las retorcidas calles de la ciudad se veían patrullas de peones y jinetes que, a manera de policía, vigilaban todas las encrucijadas, azoteas y ajimeces, para evitar cualquier golpe de mano o conspiración de los vencidos musulmanes, así como colisiones y venganzas de judíos y mozárabes, que quisieran aprovechar la ocasión de sentirse vencedores para desquitarse de las humillaciones y oprobios que por largos años venían sufriendo de sus opresores; lo cual hubiera comprometido la fe jurada por el cristiano monarca, de respetarles su religión, leyes, costumbres, vidas y haciendas…”


Todavía no sabe porqué, pero los pasos de Lope le llevaron directamente hasta la Catedral Primada de Toledo. Nunca había sido un hombre altamente religioso, aunque si creía en Dios. A pesar de las muchas dificultades de la vida, siempre había logrado salir de ellas, con mayor o menor fortuna, y siempre, tras una pequeña oración a su Dios. Bueno, al Dios de todos, pues Lope, además de encontrarse con dificultades en la vida, también se encontró con personas de otras religiones, y al juntar ambas, dificultades y religiones, los años le habían enseñado que todos oraban al mismo Dios: aquel que escucha cuando le hablamos y que premia a los buenos, aunque no siempre castiga a los malos.


Pero en ese momento, Lope necesitaba de la paz y el aroma a incienso de la Catedral, y sobre todo, de hablar con calma con Dios, que de seguro allí le encontraría. Lope recuerda cuando tan solo era un crío de quince años y la vida le puso una de las primeras serias dificultades de su vida, El Sitio de Barbastro ¡Que joven era, que ingenuo, que inconsciente y que atrevido! atrevido ante todo. Descarado decían de él algunos. Pero siempre fiel a su corazón. No tanto en el amor, pero si en la amistad. Y fueron sus amigos los que le enseñaron que el tiempo no todo lo cura, y que tan pronto puede relativizar lo pasado, como magnificarlo.
Él había relativizado los problemas, pero ¿Había hecho bien magnificando la amistad? pues ahora estaba solo de nuevo, en un lugar que ya no era el que recordaba y en unos tiempos que, bueno, ahí estaban. Renovarse o morir del todo.


Se encontraba en pleno centro del Templo, frente a la Capilla Mayor, absorbido por sus pensamientos, o quién sabe, por sus demonios…Yo entraba en ese momento por la puerta principal, tras tiempo indeterminado observando casi sin pestañear aquella maravilla de la arquitectura ¿Porqué nadie había contado con ella para alzarla hasta la condición de Maravilla del Mundo? Era una auténtica joya arquitectónica, en ella no falta ninguno de los estilos predominantes de la Historia de España: estructura gótica en su construcción, yeserías y techos de traza árabe en la sala capitular, influencias del barroco en su Transparente, del neoclásico en la Puerta Llana…observarla y recorrerla es como entrar en una máquina del tiempo y parar en cada estación de la historia de nuestro país, pues siglos tras siglos, todos han dejado su huella en ella. Había llovido mucho desde que se puso la primera piedra, en 1226, pero Ella estaba tan esbelta, hermosa y coqueta como siempre.


Y esto no lo dije yo, no. Lo dijo el joven hombre que estaba meditabundo en la Capilla Mayor. Una vez más, el Destino nos llevaba a mi compañero y a mí, a encontrar un guía sin igual, un voluntario forzoso, al que nuestros pasos y los suyos nos habían llevado al mismo sitio, y unas palabras dichas en el momento adecuado, nos unían en aquel alto del camino.


Miraba yo embelesada la Capilla Mayor, pues si su belleza es suprema en su conjunto, a esta viajera lo que más le llamó la atención e hizo volar su imaginación, se encontraba tras el Altar Mayor. Detrás del mismo, Narciso Tomé realizó en 1732 un transparente, composición escenográfica de escultura y pintura que pasa por ser una de las obras más representativas del barroco español. Era realmente hermoso, daba la impresión de poder adentrarse en ellas, de fundirse unas con otras creando un mundo aparte del mundo mismo.
Pero mi embelesamiento con aquella composición no parecía ser compartido por aquel joven, de gracioso aspecto, dado por su curiosa vestimenta, pues llevaba una especie de calzas ahuecadas y un enorme blusón blanco bajo una chaquetilla de cuero ¿Sería el actor de alguna representación callejera? a estas alturas de nuestro viaje, cualquier cosa podía ser posible.
No sé como entablamos conversación, no recuerdo si fue él quien se dirigió a mí, o como de costumbre, fui Yo quien se metía donde no la llamaban; el caso es que siguió mis pasos hasta el Coro. Allí, mi simpar compañero se afanaba fotografiando la espectacular sillería, y si la baja era hermosa, la sillería alta era soberbia ¡Lo que las manos de Berruguete eran capaces de tallar!


−¿No sería un sueño casarse aquí? –dije en voz alta, dirigiéndome sin que se notara, a mi simpar compañero de viaje− sería como protagonizar una boda real ¡Una debe sentirse una reina aquí, frente al Altar Mayor!

−No siempre una boda es la culminación de un gran amor –dijo el joven−si pudiese hacerse tan solo frente a Dios, sin necesidad de que mediaran hombres, tal vez si fuera el colofón final a una historia de puro amor. Es tan triste que sean los hombres los que deban decir quien se casa y ante quien lo hace…


“…Uno de los días que patrullaba el joven y bizarro capitán de mesnaderos leoneses Rodrigo de Lara, al levantar la vista para reconocer un alto ajimez, quedóse gratamente sorprendido, con la presencia en él de una bellísima morita que, a cara descubierta, se asomaba, fijando en el guerrero sus expresivos y rasgados ojos.
Prendado de aquella beldad, no tardó el curioso galán en hacer volver a su escolta para pasar segunda y tercera vez por debajo del simpático y atractivo ajimez.
Desde aquel día venturoso, no cesaba Rodrigo de rondar por aquella calleja, atraído por la linda agarena, llamada Zahira, hasta que pudiéndose entender con ella, logró le diera una cita nocturna a través de baja celosía, por donde hablar quedamente y sin ser apercibidos por nadie. Frecuentadas las entrevistas, llegaron a abrir sus corazones, desarrollándose en ellos una viva y vehemente pasión amorosa…”


Lope era su nombre y parecía haber sufrido mucho por amor. Pero él mismo me dijo que su pesar era el contrario, haber hecho sufrir por amor a quien bien le quiso, aunque él quisiese otros quereres. Complicada situación sin duda.
Estábamos caminando pausadamente de capilla en capilla, para no perdernos nada en absoluto; Santiago tomaba fotos, yo escribía en mi cuaderno y Lope miraba al infinito. Maravilloso el Panteón de los Trastámara en la Capilla de los Reyes Nuevos. Las Capillas de San Ildefonso y Santa Eugenia, Las de la Descensión y El Sagrario, la Mozárabe y la de Los Reyes Viejos. Y entonces llegamos a la Capilla de Santiago.
Me contaba Lope que allí descansaba el cuerpo de Don Álvaro de Luna, ejecutado en 1453 y cuyo deseo siempre había sido ser enterrado dentro de la Catedral de Toledo; su mujer, Juana, logró que su esposo descansara eternamente en la Catedral donde trasladó los restos de su marido, donde fue recibido y sepultado en la capilla de Santiago, que don Álvaro había financiado. Allí descansó al fin.


Don Álvaro, no contento con edificar la capilla más suntuosa de la Catedral de Toledo, también había dejado un curioso encargo: una estatua de bronce que gracias a cierto resorte era capaz de incorporarse durante la Consagración de la eucaristía y posteriormente volver a su posición yacente, como muestra del poder alcanzado en vida (y en la muerte) por el Condestable de Castilla y Gran Maestre de la Orden de Santiago.
Pasó el tiempo, y en 1808, el maestro de cantería Luciano Martín Forero recibió el encargo de la Obra y Fábrica de la Catedral de bajar a la cripta de la capilla de Santiago y con la ayuda de algunos peones revisar la bóveda y reparar desperfectos.
Con no pocos esfuerzos, lograron los operarios mover la pesada lápida que cubre el acceso a la cripta, y prepararon faroles de aceite para alumbrar la oscuridad que emanaba del agobiante y húmedo espacio que se abría bajo sus pies. Bajo la atenta mirada de numerosas personas que allí se dieron cita para la apertura por primera vez desde el siglo XV de esta cripta, uno de los peones comenzó a descender los escalones, seguido del resto de la comitiva.


Luciano, que bajaba en segundo lugar, había escuchado viejas historias sobre estatuas yacentes que se incorporaban, pero que fueron retiradas en pocos años por la reina Isabel la Católica por la algarabía que formaba entre las gentes que impedía el normal desarrollo de los oficios religiosos. Le habían contado también leyendas de fantasmas, de diablos y de espectros que poblaban los misteriosos subterráneos de la Catedral…
Un fuerte grito hizo abandonar estos pensamientos a Luciano, al tiempo que la lámpara que portaba el primer peón se apagó de forma repentina. La negrura que les rodeaba hizo temer lo peor al grupo, que no tardó mucho en introducir otra lámpara de aceite desde la entrada…
Cuando llegaron al último escalón y se unieron al primer joven, observaron que con cara de terror miraba hacia el centro de la cripta, donde un grupo de esqueletos, sentados en viejos sillones y con la ropa hecha jirones posaban los restos de sus manos sobre una vieja mesa como si en una macabra tertulia estuvieran desde hace siglos. Las cuencas vacías de los ojos de los familiares del Condestable parecía que observaban detenidamente una calavera que reposaba en el centro de la mesa, posiblemente la cabeza separada del cuerpo de don Álvaro, que el 2 de junio de 1453 rodó en Valladolid. Sobrepuestos ante este primer y terrorífico encuentro, los operarios rápidamente repararon los desperfectos en la bóveda, mirando ocasionalmente al macabro grupo sentado en la tertulia eterna, saliendo tan pronto como pudieron de aquella cripta. Aún le quedaron fuerzas a Luciano para grabar con la punta de su navaja en una pared de la cripta su nombre y la fecha de aquel día.


Ojipláticos y boquiabiertos nos quedamos mi simpar compañero y yo, tras escuchar la macabra historia que Lope acababa de contarnos; La Tertulia de los Muertos, dijo que se llamaba esta leyenda, aunque él nos aseguró que de leyenda tenía poco, pues era muy habitual, que una vez en la eternidad, los muertos hablen entre ellos de lo que fueron en vida, incluso de lo que siguen siendo en la muerte, pues esta, con nada acaba y con todo empieza.
Con los acontecimientos que habíamos vivido mi simpar compañero y yo últimamente, no me cabía la menor duda, de que la Muerte no es eterna y que la Vida se eterniza al llegar a su fin, como Rueda de la Fortuna que gira y gira y nunca se detiene.


“Para explicarle Zahira a Rodrigo el origen de aquella, le confesó que debido a las explicaciones que una esclava cristiana le hiciera, de las excelencias de la Religión del Nazareno, y lo ensalzada que en ésta estaba la mujer, había nacido en su mente la idea de convertirse al cristianismo y de no amar en el Cielo mas que a Jesús, a su Virgen Madre y a los santos, y entre éstos, con preferencia a la princesa de su linaje, la insigne Santa Casilda, cuyo nombre deseaba recibir en el bautismo, y a la cual encomendaba su conversión; y en la tierra a un caballero cristiano y valiente con quien desposarse, para que la protegiera y defendiera contra las venganzas de su feroz padre y de sus parientes, que no habían de perdonarla por la apostasía del mahometismo.
-Ese caballero que anhelabas soy yo; y parece que Cristo mi Señor, me ha elegido para que consigas el logro de tus deseos, hermosa Zahira -dijo Rodrigo. -Así lo espero, y para que me des una prueba de ello, te ruego que desde luego me llames Casilda -respondió ella con ternura. -¿Estás dispuesta a todo? -replicó él. -A todo lo que no sea en detrimento de mi honra, hasta a perder la vida por Cristo y por ti. ¿Me juras, Rodrigo, que respetarás mi honor si huyo contigo? -A fe de caballero, te lo juro sobre la cruz de mi espada, bella Casilda. -Pues fiada en tu leal palabra, estoy pronta. Dispongámoslo todo para la evasión.
Después de muchos coloquios y proyectos para realizar sus ensueños y esperanzas, concibieron el plan de huir hacia un cercano castillo de un deudo de él, en cuya capilla un Sacerdote, que ya estaba prevenido, la bautizaría a ella y acto seguido los uniría en indisoluble lazo matrimonial…”


Nos hablaba Lope de dos amigos, más bien hermanos, a los que conoció en las duras condiciones del Sitio de Barbastro; Yunus ibn al-A’war, médico judío que le abrió los brazos primero y su casa después, cuando él no era más que un pobre escudero de quince años. Y Abú Bakr Muhammad, poeta primero y visir después. Una niebla los separó hacía ya muchos, muchísimos años, y una niebla le había traído de nuevo a Toledo, lugar donde los tres amigos afianzaron su amistad, su hermandad, y repusieron fuerzas para marchar hacia Sevilla, en Al-Andalus. Una niebla los separó y estaba convencido de que los uniría de nuevo. Había tanto que decirse todavía…
Le dije, tan sorprendida por aquella confesión, como alegre por la misma, que Santiago y yo habíamos conocido a sus amigos, a Yunus y a Abú, les habíamos visto ese mismo día. Yunus se encontraba en la Sinagoga, y Abú, en la Mezquita.


Lope se alegró muchísimo con aquella noticia, tanto que hincó rodillas en tierra, en plena Sala Capitular, bajo la obra pictórica de Juan de Borgoña en lo alto de los muros, confiriéndole este escenario un aspecto de mártir cristiano a nuestro joven Lope. Era imposible no empatizar con él, no sentir lo que él sentía, no palpitarnos el corazón al ritmo que a él le palpitaba.
Se levantó de nuevo, y cogiéndome las manos entre las suyas, me dijo:

−Necesito encontrarles, necesito saber de ellos, explicarles que pasó, decirles que yo nunca quise dañarles a ellos y a sus familias. Nunca. Jamás nos importó quiénes éramos antes de conocernos, y menos aún después de hacerlo. Nunca tuvimos reparo alguno en entregarnos el corazón y el alma, sin tener en cuenta nuestras religiones, nunca. Solo éramos tras personas a las que el Destino y la desdicha primero, las dichas después, nos unieron. Erámos familia, Familia.


Lope nos contó − aunque yo dudaba de que lo hiciera expresamente a nosotros, más bien parecía que lo contaba para que el viento lo oyera y llevara sus palabras hasta donde habían de oírlas, quienes debían de hacerlo− que se enamoró perdidamente de la esclava de Abú, su flor más bella y preciosa, su Narciso, Nardjis. Él no sabía, que aquella florecilla era amada en secreto por su amigo Abú, el cual le escribía versos a su joven esclava, prendado de amor por ella. La amaba tanto…Como tampoco supo que Zohra, “la Bella” esposa de Abú, soñaba en secreto con él, con el escudero que su esposo había conocido en la lejana tierra de Barbastro y ante el que pactó con sangre en Toledo, amistad eterna.


Yunus, soñaba con que Lope un día se convirtiera en el hijo que nunca tuvo, casándolo con una de sus tres hijas adoptivas. Un amigo, un hermano y además, un hijo. Pero Lope solo tenía ojos y corazón para su amada Nardjis.
Descubrir la verdad por todos ellos, fue demasiado dura. Abú se sintió herido, rechazado, ninguneado, le abrió los brazos y su casa y ahora, él le robaba el amor de sus dos mujeres.
Yunus que veía a un hijo en él, se sintió abandonado y desilusionado. Unos se culpaban a otros, y por primera vez desde que se conocieron, los tres fueron conscientes de sus diferencias. Tres religiones, tres impedimentos. Nunca se permitió la boda entre Nardjis y Lope. Sevilla separó a los tres hermanos, convirtiéndoles en tres extraños. Ahora, Lope deseaba que Toledo les uniera de nuevo. Siempre amará a Nardjis, siempre, pero también siempre guardará en el corazón a sus amigos, y este empezaba a doler demasiado con tanto peso guardado.


Nuestros corazones, el de los dos simpares viajeros, se encontraban ahora tan pesados como el de Lope, lo que la amistad unió, el amor separó. Más bien, el desamor. Era tan duro, tan triste, tan romántico. La luz entraba tamizada por las vidrieras de la Catedral Primada, esta se llenó de luz y color, confiriéndonos a todos un aire polvoriento, casi borroso.
Primero fue un suave aroma a azahar, luego un intenso olor a incienso, y después, la polvorienta luz se llevó a Lope de nuestro lado. El sonido de las campanas nos trajo de nuevo al mundo real, al menos al mundo corpóreo, pues la sensación de ser polvo, había desaparecido. Tal vez fuera la Campana Gorda la que sonaba, tal vez fueran las nueve campanas de la Catedral simultáneamente, pero aquel sonido terminó de alejar de nosotros lo vivido anteriormente. Como un sueño, o mejor, como un despertar.


El día acababa, y nuestra labor también. Los días en Toledo estaba resultando realmente plenos y cansados, estos dos simpares viajeros necesitaban un descanso. Salimos por la Puerta de los Leones, para dirigirnos al hotel, cuando de nuevo un aroma a azahar e incienso nos hizo dar la vuelta a la Catedral y dirigirnos hacia la Fachada Principal.
Allí, en la Fachada Principal, junto a la Puerta del Perdón, se encontraba Abú. En la Puerta del Escribano, estaba Yunus, y saliendo por la Puerta de la Torre, Lope. Contuvimos el aliento e intentamos sujetar los locos latidos de nuestros corazones, cuando los tres amigos se fundieron en un abrazo que parecía atravesar sus cuerpos y transformarlos en polvo. De nuevo sonaron las campanas de la Catedral, al norte, un Almuecín llamaba a oración y desde el sur, llegaban oraciones de la Torah. Y el abrazo convirtió en polvo ante nuestros ojos a Lope,
Abú y Yunus. Nos agarramos fuerte de la mano, tratando de evitar así volar entre el polvo o tal vez, compartir la emoción que estábamos viviendo en aquel momento.


Tulaytolah, Toldoth, Toledo…este viaje iba a ser imposible de olvidar nunca. Puede que ni con la muerte…


“…Circunstancia favorable se presentó a los amantes, con la precisión que tuvo el padre de ella de partir para Andalucía; y todo previsto y ayudados por la esclava catequista y confidente, verificóse el rapto, montando la tapada dama a la grupa del caballo, ciñéndose con los brazos a la cintura del galán, quien espoleando el corcel le hizo emprender veloz galope hacia el puente de Alcántara. -¡Alto! ¿Quién va? gritó el centinela de la torre del mismo. -¡Plaza al Capitán Rodrigo de Lara! -contestó éste. Reconocido por el alcaide de la fortaleza, se le dejó libre el paso a la pareja, no sin oír las chazonetas de los soldados ante aquella insólita y amorosa aventura. Tranquilamente proseguían los fugitivos, platicando arrullos de amor, por el camino romano, cuando de improviso presentáronse ante ellos dos morazos caballeros en sendos potros, que apostados por allí andaban, dedicados al merodeo de los viandantes, y cerrándoles el paso, gritaron: -¡Ah, perro cristiano; por Alá, suelta en seguida esa mora que llevas cautiva, o aquí mismo morderás el polvo! Clávale Rodrigo los acicates al bruto y a rienda suelta emprende vertiginosa carrera. Precipítase por los peñascales de la vertiente del arroyo; mas al llegar a éste, uno de los perseguidores alcanza con su cimitarra al cuello de la doncella, la cual, lanzando horrísono alarido, cae desplomada a los pies del caballo. Revuélvese rápidamente Rodrigo, y arremetiendo con su lanza al asesino, lo atraviesa de pecho a espalda y lo envía a cenar con Satanás. Acude luego presuroso a socorrer a su amada, la que aún vivía; reconoce que está degollada, y que son inútiles todos los auxilios humanos, y recurriendo a los divinos, se quita el yelmo, toma en él agua del arroyo, y vertiéndola sobre la cabeza de la moribunda exclama: -¡Amada Casilda de mi corazón, cúmplase tu voluntad! Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Vuela, vuela con Cristo, que es el Esposo que te espera! ¡Ruégale a Él por mí! ¡Adiós!... Dijo: y aquella alma, ya purificada, salió de aquel virginal cuerpo a gozar de las dichas eternales. Repuesto algún tanto de su amarga pena el desconsolado amante, sube a la cresta del cercano cerro del Bú, y desde allí grita a la guardia que a la opuesta orilla del Tajo estaba, en la torre del Fierro pidiendo socorro, el cual no tardó en llegar en una barca, en la que trasladó el cadáver; subiéndolo luego a la no lejana Iglesia mozárabe de San Lucas, donde al siguiente día el bondadoso Párroco, después de la Misa de cuerpo presente, le dio cristiana sepultura, previos los responsos de rúbrica. A los pocos días, en el flamante monasterio cluniense de San Servando, recibía el santo hábito el novicio Rodrigo de Lara; quien por permisión de sus superiores, iba todos los días a la caída de la tarde a orar en el mismo sitio en que espiró Casilda, a orillas del fatídico arroyo, que desde entonces es conocido en Toledo con el nombre de la Degollada.”

(Leyenda de la Degollada)




CATEDRAL PRIMADA DE TOLEDO

Horarios
De Lunes a Sábados, de 10:00 a 18:30 horas.
Domingos y festivos, de 14:00 a 18:30 horas.

Visita a la Torre
10:30, 11:15, 12:00, 12:45, 16:00 y 16:45 horas
de lunes a sábados

Dirección
C/ Cardenal Cisneros, s/n, 45001

Tel.: 925 222 241 Fax 925 253 400



FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.

TEXTO: Yolanda T. Villar.



©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS




sábado, 23 de marzo de 2013

“Curioso cuaderno de viaje de dos simpares viajeros” – 12ª Parada: LAS TRES CULTURAS; Sinagoga del Tránsito, Museo Sefardí (Toledo)


“Desde el ahora denominado "paseo del Miradero”, se puede contemplar un breve paraje abandonado entre numerosas casas, entre la Puerta Nueva de Bisagra y lo que se conoce como Barrio de la Antequeruela. Allí hubo un gran palacio, pocos años antes de que los Reyes Católicos expulsaran al pueblo Judío de sus territorios. Era un edificio inmenso y rico, con grandes escalinatas y caras columnas de mármol extraídas de viejas villas romanas que acompañaban el transcurrir del río Tajo por las tierras próximas a Toledo. En el patio central, se habían dispuesto unas colosales estatuas en actitudes feroces, que intimidaban a las pocas personas que accedían al interior del recinto, y bajo ellas unas extrañas inscripciones que sólo los iniciados acertarían a traducir.
Los toledanos de la época otorgaron al enclave fama de lugar infernal, dando al dueño del lugar como tratante con espíritus y con el maligno, pues sólo este sería capaz de dar a tal persona las suficientes riquezas para construir semejante palacio. Muchos sabían que el propietario era un viejo judío, que allí vivía con su hija, de espectacular belleza, y a los que rara vez se veía en público…”


Yunus fue siempre un hombre cabal, poco dado a fantasías, leyendas y mucho menos aún a supersticiones. Yunus era un hombre de ciencia; el estudio y la dedicación a su trabajo, aunque él lo consideraba su Destino en realidad, junto a su familia, lo eran todo para él. Por su familia, daría la vida, nunca pensó que pudiera ser capaz de arrebatársela a nadie, ni siquiera para vengar un daño ocasionado a los que más quería; dar la vida, siempre, quitarla…tal vez nunca. Ser médico, era no solo su Destino, sino también su pasión. Ser el médico más reputado de la ciudad, un honor, pero no un motivo para seguir haciendo lo que siempre había hecho: salvar vidas. De quien fuera. Sin importar su procedencia, su nivel adquisitivo, su color y lo más importante, su religión.
Ser médico implicaba no ver detalles distintivos en las personas, sino personas en las que había que fijarse en todos los detalles para poder salvarles la vida. Yunus siempre había hecho su trabajo, fijándose tan solo en la vida que tenía en sus manos, no en la persona en sí.
Ahora vagaba meditabundo y algo emocionado por las salas del Museo Sefardí.



− ¡ Sefarad no es una nostalgia, sino un hogar... Un verdadero lugar de encuentro, para las generaciones venideras .Paz para todos. Salom! –pensaba Yunus mientras recorría el Museo.

Yo le vi junto a la cortina que tapaba la Toráh, en el Gran Salón de Oración. Estaba sentada en el banco de azulejos a la derecha de donde se encontraba Yunus, tomando notas de todo aquello que veía. Es difícil describir como me sentía en ese momento, en ese lugar…saber que estaba en la que fue una de las Sinagogas más importantes del Toldoth judío de la Edad Media, me hacía sentir pequeñita e insignificante ¿Cuántas personas antes que yo habían estado allí, orando, reflexionando, meditando, entregando sus pensamientos más íntimos a Yavéh? una paz interior − antecedida minutos antes de llegar a la Sinagoga por una inquietud enorme, más cerca de la emoción que del nerviosismo− se apoderó de mí.




A mis oídos llegaban voces lejanas, arcaicas, eternas. Miles de oraciones se superponían las unas a las otras, sin taparse entre ellas, peticiones, quejas, exigencias, agradecimientos…expresadas en voces de hombres, de mujeres, de niños, voces que traían palabras que no entendía pero que allí sentada, con los ojos cerrados, me parecía comprender. Lo sé, una vez más, mi ávida imaginación estaba convirtiendo las voces de los turistas en voces del pasado ¿O era mi razón la que intentaba obviar esas voces, haciéndolas llamar, voces de visitantes actuales? vayan ustedes a saber.


“…A esta oscura fama se añadía los comentarios de los vecinos más próximos al palacio que afirmaban que durante las oscuras noches se oían a través de las paredes extraños rumores, fuertes gemidos de la bella hija del judío y en ocasiones el chirriar de extraños instrumentos… Mientras esto sucedía, unas inmensas columnas de humo asomaban por las chimeneas del palacio…
¿Quién era capaz de trabajar de esta forma todas las noches del año sino una persona con tratos diabólicos? ¿De dónde procedían los gritos y terribles ruidos que rompían el silencio de la noche toledana?
Estas y otras muchas preguntas se hacían los vigías de las murallas durante una fría noche de noviembre, mientras miraban con cierto temor las chimeneas del palacio que una noche más emitían espesas columnas de humo.
En su interior, en una gran estancia subterránea, al lado de un inmenso fuego, se encontraba un anciano de barbas blancas, consultando unos viejos pergaminos que recientemente ha encontrado en cierta cueva del interior de Toledo (pagando unas monedas a chavales que bajan hasta esos oscuros y amplios parajes olvidados por el tiempo a recuperar los preciados escritos, tesoros para el judío, con milenarios secretos escondidos entre sus renglones), en los que figuran en caracteres extraños, olvidados ya, que pocos pueden leer en la actualidad, una interminable serie de fórmulas y cálculos, acompañados de nítidos dibujos representando seres y formas infernales…”


Sea como fuere, fue entonces, al abrir los ojos, cuando vi a Yunus frente a las cortinas que guardaban la Toráh. No fue esa emoción contenida frente a las cortinas la que me llamó la atención hacia su persona. Tampoco lo fue esa devoción que mostraba con sus
manos en el pecho, orando para sus adentros y moviendo ligeramente los labios. Menos aún lo fue su mirada pérdida y su sonrisa discreta.
Fue su vestimenta, preciosa, tradicional o antigua, más bien arcaica, y su actitud discreta y misteriosa, lo que llamó mi atención sobre él. Portaba una túnica larga, azul oscuro y bordada en oro por todo el borde de las mangas y la abotonadura frontal; era realmente maravillosa, cuando me acerqué hasta él, pude apreciar que eran ropas de una calidad sin igual, terciopelo e hilo de oro ¿De dónde había salido este hombre? ¿Quién era? No sé si fue mi proximidad, su buena educación, nuestro cruce de miradas o mi insistencia cansina en hablar con él, lo que hizo que me mirara fijamente, esbozara una pequeñísima sonrisa y me dijera que se llamaba Yunus y era médico.




Me habló de su lugar favorito de Toledo, Toldoth, como él lo nombraba, El Puente de Alcántara, siempre sin quitar importancia a la maravillosa Sinagoga en la que nos encontrábamos. Yunus me habló de la familia, del deber, del Destino y de los amigos, tan importantes para un hombre como sus propios consanguíneos. Y aquí asentí efusivamente, hay amigos que ni los tiempos ni las edades pueden alejar de una. Y aquí fue donde Yunus asintió mis palabras.
Creo que en ese momento ambos nos consideramos amigos. Amigos recientes y con fecha de caducidad, pero amigos en ese preciso momento, que era el que nos ocupaba entonces ¿Qué más requisitos pedir a un amigo? Continuamos recorriendo juntos el Museo, aunque mi reciente amigo se empeñaba una y otra vez en llamarlo simplemente Sinagoga, pues según él, es impensable hacer de un lugar de culto, un lugar de visitas, aunque bello, seguía siendo muy bello.



Extraño este amigo mío, pero no esperaba menos de él. Santiago, enfrascado en sus fotografías del artesonado y el muro de Hejal de la Gran Sala de Oración, nos vio marchar hacia las siguientes salas sin inmutarse siquiera de verme partir con un desconocido; a estas alturas, creo que ambos ya no nos sorprendíamos por casi nada. Casi nada, que aún es algo.
Cruzamos la puerta de Acceso a la Sacristía, preciosa puerta de estilo plateresco, sobre el Friso lucían orgullosos dos escudos de los Caballeros de Calatrava, y una inscripción que me llamó poderosamente la atención sobre el Vano: “Xtroval de Palacio me fecit”

−Nos dice quien fue su padre, su creador –me dijo Yunus− Cristóbal de Palacio me hizo. Es sencillo ¿No sabe usted latín?

No quise entrar en detalles con mi curioso amigo, pero fui una de las primeras de la clase de clásicas y semíticas…si me viera ahora mi profesora, me daba en la cabeza con la Guerra de las Galias.




Nos encontrábamos en la sala superior, desde donde la Gran Sala de Oración se veía más inmensa y hermosa si cabía que desde abajo, cuando entramos en la Sala de Mujeres. Yunus parecía algo atorado cuando entramos en la sala, creí ver un pequeño
rubor en su rostro al ver ciertas prendas y objetos femeninos de la época; sin duda este amigo mío era todo un Caballero, o un romántico, o simplemente, un tímido de mucho cuidado.
Yunus me mostraba con gran entusiasmo cada una de las prendas que había en cada vitrina, contándome con todo tipo de detalles su uso y utilidad. Vimos la ropa que se utilizaba durante el Ciclo Vital de todo judío, desde el nacimiento hasta la muerte; los ropajes utilizados en el Ciclo Festivo, desde Yom kipur, Sukot, hasta Hanuka y Ros Ha-Sanah. Me habló intensamente del Cuerno Ritual o Shofar, cuyo sonido musical era bellísimo, según Yunus.




Me llamaron poderosamente la atención, una chaquetilla verde y roja y una casaca corta negra de terciopelo, fina y ricamente bordada en oro, toda una obra de arte. Yunus me explicó que eran delicados ropajes destinados al hijo predilecto, al más amado, al primogénito, al que ha de llevar tu honor y tu apellido por bandera. Yunus suspiró al decir esto y su mirada y razón parecieron perderse muy lejos de allí durante largo tiempo. Una lágrima que apenas llegó a nacer en el lagrimal, le devolvió a mi lado.

−¿Tiene usted hijos, mi querida amiga? –me decía mientras yo negaba con la cabeza− son el mayor de los tesoros y el apoyo de todo anciano en su decrépita vejez. Yo tengo dos hijas adoptivas, Sarwa y Karina, mis dos pequeños tesoros, pues aunque doy mi vida por ellas, un hijo varón hubiera sido mi gran Tesoro. Y yo tuve un gran amigo que fue como mi hijo, mi hijo…pero eso es otro asunto, no quiero molestar a mi reciente buena amiga.

¡Quien me diera las uñas de un gavilane, desde que se ha muerto mi hijo, yo viviendo en pesare!, rezaba una oración en un pequeño libro tras la vitrina. Miré a mi amigo médico y vi una pequeña sombra de tristeza en su mirar. Lo sentí mucho por él, sin saber siquiera que era lo que tanto le pesaba.


“…El anciano gasta gran parte de las riquezas que durante toda su vida ha logrado (trabajando honradamente en el comercio con lejanas tierras), en realizar misteriosos conjuros y pactos con el diablo. Aunque sus artes de inspiración diabólica, el fin de sus desvelos es descubrir la fórmula secreta que devuelva la salud de su hija, aquejada de una grave enfermedad que ningún médico árabe (los más reconocidos en este tiempo) es capaz de curar.
En la noche oscura de noviembre en la que los vigías miran hacia las chimeneas del palacio, el anciano padre, preocupado, mezcla extraños brebajes en el extenso laboratorio alquímico improvisado en los sótanos… Queda poco tiempo, pues su hija empeora con los días, y hoy es la noche en la que ha logrado reunir todos los ingredientes para una importante prueba…”


Se acercaba el final de nuestra visita al Museo Sefardí, Santiago se unió a nosotros y ambos hombres, médico y fotógrafo, se saludaron cortésmente. Vi enseguida que en los ojos de mi simpar compañero de viaje, asomaba un brillo más de emoción que de sorpresa, ante nuestro nuevo amigo. Era lo que Yunus despertaba en quien le rodeaba, no me cabía la menor duda, en mí lo había hecho desde el primer momento en que le vi.
Estábamos de nuevo en la planta baja, en la sala 1, la que nos hablaba de Los Judíos en el Antiguo Oriente. Era una sala pequeña, pero cargada tras sus vitrinas de magníficos y preciosos objetos, cuya mayoría, yo desconocía por completo, y no hablemos de sus nombres. Pero Yunus no tuvo ningún reparo en mostrarnos todos y cada uno de ellos y en hablarnos de la historia y uso de tan preciados objetos: Jarras, hachas, amuletos, brazaletes, vasos, copas, figuras femenimas, una lámpara o Hanukiya ritual, perfumador, Mezuzá, cuerno litúrgico, la Meguila, la Biblia Hebraica, Astarté, la Menora, y sobre todo, con respeto infinito, el Talmud.
El collar y la caja para la Torah, me dejaron sin respiración. Tal era su hermosura.




Yunus no parecía cansarse nunca de darnos explicaciones a todo aquello que veíamos, ya fuera un pequeño objeto, o una historia que contar. Y había muchas entre aquellas paredes del Museo, muchas y buenas. Oírlas de boca de nuestro médico judío era toda una delicia para los sentidos, su voz era embrujadora y su tono cansado, hechicero.
Nos sentamos a descansar unos minutos en el Jardín de la Memoria, donde descansan eternamente los cuerpos de ciudadanos ilustres de aquel Toldoth medieval del que tan bien y tan prolíficamente nos hablaba Yunus. Pero nosotros no podíamos descansar para toda la eternidad, no todavía, cuando había tanto que ver aún.


Llegó el momento de despedirnos, mi simpar compañero de viaje y yo aún teníamos que visitar la Mezquita y la Catedral, y en honor a Yunus, y a mi profesora de latín, Tempus fugit.
Yunus nos dijo que él también tenía mucho que hacer todavía, pues había realizado un largo viaje desde Al-andalús para reencontrarse con sus orígenes, y sus buenos amigos. Se despidió de nosotros y nos aventuró que el Destino nos uniría de nuevo en aquella mágica ciudad de Toldoth…y marchó despacio por la Calle San Juan de Dios.

Al-Andalús…curiosa forma de denominar en nuestros tiempos a la siempre grande y legendaria Andalucía. De todas formas no me imaginaba a mi nuevo llamándola de otra manera. Yunus pertenecía a un tiempo fuera de estos tiempos.
Y marchamos Santiago y yo hacia la Mezquita del Cristo de la Luz.


“…Pero la fatalidad persigue al anciano, pues cuando en el preciso momento en que dos guardias miraban los tejados del palacio, se escuchó un prolongado rumor, similar al que precede a un terremoto, al tiempo que una intensa llamarada iluminó la noche de Toledo y al poco, una terrible explosión hizo desaparecer el palacio envolviéndolo todo en llamas.
Tras una dura noche en la que numerosos vecinos se aproximaron a ayudar en las tareas de extinción, para evitar que las llamas arrasaran todo el barrio, y con las primeras luces del día, las autoridades de la ciudad, incluyendo el Obispo, se acercaron hasta los rescoldos humeantes del palacio, y tras bendecir los restos, los presentes vieron cómo de entre las ruinas se recuperaban los cuerpos de sus dos habitantes, prácticamente carbonizados.
Todos interpretaron sus muertes como una intervención del maligno, o como un castigo por los rumores que habían oído de los habitantes del palacio. Nadie supo jamás que un padre intentaba salvar la vida de su hija, con catastróficas consecuencias. Tal vez no fuera el camino más acertado, pero la superstición y la desesperación llevan a veces a caminos prohibidos.
Hasta hoy, en el solar que ocupó el palacio incendiado, nadie se ha atrevido nunca a edificar, y se sigue observando alguna ruina que allí asoma desde el paseo del Miradero.”
( El Diablo Judío, Leyendas de Toledo)



SINAGOGA DEL TRÁNSITO
 MUSEO SEFARDÍ

Calle Samuel Leví s/n
45002 Toledo (España)
Teléfono: (34) 925 22 36 65
Fax: (34) 925 21 58 31

Información y Reservas de grupo:
reservas.msefardi@mecd.es


TEXTO: Yolanda T. Villar
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón


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