lunes, 23 de septiembre de 2013

Sagunto, Tercera Parada: El Museo Arqueológico



“ Doy fe por los cielos y la tierra, de que al encontrarme en el Reino de Valencia, en la comunidad de Murviedro, me dijeron todos los que estaban allí congregados a la entrada de la ciudad y los ancianos, que se encontraba el sepulcro del jefe del ejército de Amasías, el rey de Judea.
 
No se come nada mal en la Judería, y aunque uno no es Gato sibarita y de complicados gustos culinarios, si gusta de un buen condumio y un dulce postre, que como dicen por estas tierras “Quant mas sucre mes dolç”; cierto es que ahora me echaba una buena siesta, pero no es de muy Troteros y vagamundos andar espatarrado sobre una tapia al sol, aunque sea gloria bendita el estiramiento corporal a estas horas, pero no puede uno perder el tiempo más cuando el día pasa y queda mucho por ver y hacer ¡Por Bastet, que nada me gustaría más que templar los bigotes al sol! pero hoy, el deber es lo primero. Y es un deber muy placentero este que me acomete hoy, la verdad sea dicha

Pero enseguida me di cuenta de que no era el único felino que en aquellas horas de la sobremesa no estaba “siesteando” como es normal entre los de mi especie; bajando por la calle del Castillo, pegado a la sombra de los edificios, venía un gato ni muy joven ni muy viejo, una edad imprecisa, pues su aspecto era adusto y algo severo, como corresponde a un gato anciano, pero su agilidad y decisión al andar era digna de un gato joven, atlético y resuelto. La cuestión era que su aspecto llamaba la atención, al menos en mí lo hizo, no estaba acostumbrado a ver un gato tan señorial y elegante, trotando sin más por la calle; era grande, el gato de mayor tamaño que haya visto nunca, y lucía un bellísimo y largo pelo gris perlado, tan claro, que casi era blanco. Realmente era un gato majestuoso.
Él también reparó en mí, y es que dos gatos en la calle a mediodía deberíamos resultar caso asombroso e incluso misterioso; de la misma manera resuelta con la que caminaba, vino hacia mí y sin rodeos pero con gran educación me dijo:
−Buenas tardes, querido amigo, si me permite que me dirija así a usted, joven, pues nuestra diferencia de edad me permite tratar de amigo o hijo a un mozo como usted –dijo el venerable gato− ¿Cómo es que a estas horas del mediodía, no está usted, hijo, descansando y a resguardo del impenitente sol? no lo considere desfachatez o intromisión, es tan solo que si usted es forastero no sepa que a estas horas el sol es fuerte y plomizo, a pesar de ser recién primavera

−Buenas tardes señor –dije yo tan educadamente como supe− considero su consejo de sabio y agradecido me siento por él, cierto es que el sol cae con fuerza sobre la ciudad, pero también es cierto que soy forastero y tengo menester de recorrer la ciudad en el día de hoy, pues tan solo dispongo de este tiempo para visitarla. No me dará mucho el sol en mi próxima visita, si es que puede ser, pues me gustaría entrar en el Museo de Historia que veo está aquí mismo ¿Será bien recibido un gato curioso y amante del saber en un lugar como este? ya sabe usted que humanos, gatos y museos, no hacen buena masa. Y no sé por qué.
−Tranquilo joven, si así lo quiere, será para mí un honor hacer de Cicerone para mi nuevo amigo, conmigo no creo que nos pongan problema para la visita, eso sí reparan en nosotros que andan muy liados con sus cosas los humanos como para entretenerse con dos gatos ansiosos de saberes y conocimientos. Entremos, la puerta está abierta. 

Mi improvisado guía dijo llamarse Moses, bueno, dijo llamarse muchos nombres más, pero este gato se quedó con el primero, recordar el resto con tan solo una vez pronunciados, era imposible para mí. Rabino Moses, que así es como me dijo que todo el mundo se dirigía a él, me contaba que el museo estaba situado en la antigua casa del Mestre Penya, ahora reconvertida en albergue de piezas y memoria, de la historia de la ciudad; mucho habían cambiado las casas, las plazas, los lugares de culto y las mismas gentes a lo largo del tiempo, Sagunto parecía eterna, pero tenía en su larga memoria atisbos de empezar de cero y olvidar lo que no dejan de recordar. Eran tan sabias las palabras del Rabino, tan severa y al mismo tiempo, melancólica su voz, que así me hubiera contado el cuento de caperucita, yo lo hubiera escuchado con la misma atención y admiración que ahora; me hablaba el buen Moses de esos recuerdos que no se pueden ni deben olvidar, así dañen mil veces más cada año que pase recordándolos, y me hablaba de la Judería, de los judíos, de los moros y de los cristianos, de unos y otros, de todos y de ninguno 

Parecía tan absorto en sus pensamientos, que de no hacerme partícipe de ellos en voz alta, hubiera creído que el Rabino se echaba una siesta de ojos abiertos; me habló de tolerancia, de la falta de la misma, del poder y su pérdida, de la justicia y la ausencia de esta, de tiempos pretéritos que aún parecen tan cercanos…Me habló que allí mismo, donde nos habíamos encontrado, se produjo en 1348 un asalto a la Judería que acabó con la vida de seis hombres y cinco mujeres, sefardíes todos, una matanza cruel y sin sentido alguno. La Aljama de Sagunto era una de las más importantes de toda la península, tanto, que los judíos de la ciudad participaron en las administraciones de Al-Andalus, aunque siempre en inferioridad de condiciones frente a la comunidad musulmana; y todo debido a que el Cid Campeador, allá por el 1095 firmó un documento de capitulación en el cual estipulaba que los judíos no podían comprar esclavos musulmanes, ni ejercer cargos con autoridad sobre estos e incluso serían procesados si los molestaban.
−¡Pero eso fue mucho antes de nacer yo! –exclamó el Rabino Moses− no vaya a pensar mi joven amigo que soy el mismísimo Matusalem. Y reímos la ocurrencia.
 
Elevar vuestra endecha con voz afligida
a un gran príncipe a quien Dios se llevó




Estábamos ahora embelesados ante las lápidas de una insigne familia, Cneo Baebeo, Eros Quinloniano y Oppia Montana, encontrada en las excavaciones arqueológicas de la ciudad; el Rabino Moses me contaba que Sagunto era una de las pocas ciudades en las que se conserva el reciento de su antigua judería; hay un número elevado de inscripciones hebraicas procedentes del cementerio judío, situado en la falda de la montaña, lápidas con forma trapezoidal o truncada e inscritas en la parte superior. Hablaba con tanta melancolía el anciano que hacía despertar en mí un deseo irrefrenable de saber más y más sobre él y su origen, pero al mismo tiempo, me parecía tan inadecuado e irrespetuoso preguntar…
Seguíamos por la primera planta del museo observando con atención objetos votivos y exvotos masculinos cuando vimos entrar a un grupo de personas en el recinto; decidimos subir a la planta superior, para poder estar más tranquilos sin que reparasen en nosotros. Moses decía que seas judío seas gato, siempre has de tener cuidado con los que no te comprenden, ni quieren hacerlo, con aquellos que tan pronto culpan a los primeros de traer la peste negra como a los segundos de ocasionar mala suerte si se cruzan por delante. Intolerancia era el nombre de la enfermedad de la humanidad, intolerancia, pues incluso los que antaño habían sufrido persecución e injusticia, ahora se convertían en perseguidores injustos y crueles. Incongruencias del ser humano

Por fin me atreví a preguntar al Rabino Moses por su origen, haciéndole saber que no se trataba de chismorreo sino de necesidad por saber más sobre quien admiro y respeto, río por ello, pero contestó; me dijo que nació en Salónica, pero descendía de una distinguida familia de España, aunque se vieron forzados a emigrar; sus antepasados cogieron un barco allí mismo, en el Grao de Sagunto, el puerto, junto con otros judíos de Castellón, Xátiva, Teruel, Ariza, Epila, Daroca, Albarracín, Belchite y Huesca. Una expulsión tan injusta como dura. Dijo haber vivido casi toda su vida en Jerusalem, dónde ejerció de Rabino y Jefe de la Yeshiva hasta el año ¡Hacía tanto de eso! exclamó. No pareció importarle que yo no fuera judío, bueno, que en realidad no fuera nada, pues aparte de trotar y vagamundear, creo firmemente en pocas cosas que no sea yo mismo y mis circunstancias; esperé que esto no fuera una herejía ni una ofensa, y así pareció, pues el Rabino Moses asintió y continuó enseñándome la planta de arriba del Museo. 

Este es el sepulcro de Adoniram, tesorero del rey Salomón, que vino a cobrar el impuesto y un día murió

No creeré en muchas cosas, pero como coqueto que soy, y no puedo evitar, me gustó encontrar tras unas vitrinas accesorios y adornos de pelo, vale que uno no tiene una gran melena, pero luce la mar de guapo con cualquier cosilla; pero lo que realmente me llamó la atención fue la cantidad de monedas que se encontraban en otra de las vitrinas, y es que Sagunto fue la primera ciudad Ibérica en acuñar su propia moneda: Trióbolo de plata, Semis republicano, Dupendio de trajano, Nummus de Constantino, Minimus, Antonianos de Aureliano…Y es que en este país nuestro siempre nos ha gustado mucho el dinero.
Continuamos viendo unas ánforas encontradas también en las excavaciones arqueológicas, unas para el vino, otras para el agua, otras para la salazón. Cuando el Museo comenzó a llenarse de visitantes, el Rabino y yo decidimos poner pies en polvorosa, mejor no tentar la suerte y ser descubiertos por quien no entendería nuestra presencia allí; tan rápido salí que no pude evitar rozar con mi rabo blanquinegro la Estatera o Balanza de precisión que ocupaba el lugar central de la sala, afortunadamente, no hubo que lamentar ninguna desgracia

La tarde caía, ahora el tiempo parecía pasar más deprisa que en la mañana, y este Trotero aún tenía un sitio que visitar y unos amigos que ver, así que no me quedó más remedio que despedirme de mi buen amigo el Rabino. Le deseé que los recuerdos no fueran más fuertes que las creencias, y que estas no arrasaran tanto como los pensamientos. Me deseó suerte en mi trotar y me aventuró sueños hechos realidad.
El Rabino Moses encaminó sus huellas hacia la Judería, atravesando el portal con el arco de medio punto de la calle Castillo, y yo, decidido aunque con mi cabeza llena de mil pensamientos, me encaminé hacia las afueras de la ciudad. Tenía un Castillo diferente que visitar, y unos ciudadanos peculiares que abrazar…y el día llegaba a su fin.”


 
El Museo de Historia de Sagunto sería nuestra última visita de hoy. Quedaba mucho por ver todavía, o por volver a ver, en mi caso, pero en esta ocasión, rememorando las excursiones del colegio, al caer la tarde, había que volver a casa. La verdad es que ya estaba bastante cansada, pues mientras Santiago y yo visitábamos el museo, me pareció ver mientras subía a la segunda planta, dos gatos que bajaban veloces por la escalera hacia la primera planta. Demasiados gatos por hoy, y demasiado blanquinegro suelto. Sé que era una locura, pero se le parecía tanto a mi Trotero. ..Disculpadme que en esta ocasión tampoco os cuente ninguna historia y os deje las fotografías para que cada cual imagine a sus anchas, pero el cansancio me puede hoy.
Y ahí siguen esos gatos, camino de la Judería uno, hacia las afueras el otro. Ya lo pensaré mañana, ahora, es el momento de descansar.


( bibliografía: Sefardies.es/ “Darkei Noam” de R. Moses Ben Semtob Ibn Habib )





MUSEO DE ARQUEOLÓGICO DE SAGUNTO
 
Calle del Castillo
Horario: de martes a sábado, de 11.00 a 20.00 h;
domingos y festivos, de 11.00 a 15.00 h.
Lunes cerrado.

Más información:

 
FOTOGRAFÍAS: Santiago Navascués Ladrón.
TEXTO: Yolanda T. Villar. 

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS